Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Me quito la careta: me gusta Prince


Rectifico: me encanta Prince. Lo estoy escuchando mientras escribo esto y me estoy volviendo loco. Lo sorprendente no es decir que Prince sea un genio o su música muy buena, la noticia aquí es que hasta hace pocos meses yo no podía verlo a él o escucharla a ella ni en pintura.

La mayor parte de la música que me gusta está basada en la melodía y se hace con guitarras y armonías vocales. Pero como me pasó anteriormente con el blues, el soul, el hip hop y el jazz (por ese orden), ahora me ha dado por Prince, que es un género musical en sí mismo. Mezcla de pop, funk, rock, psicodelia, tecno, rap, y todo eso sobre tacones.

Hará cosa de un año un amigo me grabó un CD recopilatorio de Prince, jurándome que representaba su lado más guitarrero, pero no me impresionó. Su escucha conjuraba las noticias más bizarras: aquel videoclip que hizo con una cortinilla de cadenas tapándole la cara, sus payasescos cambios de nombre (incluido ese símbolo imposible en forma de pistola o trompeta), su etapa como Testigo de Jehová predicando puerta a puerta, sus discos triples, cuádruples…

Y sin embargo…. en la Rough Guide del Soul y el R&B no escatiman elogios para con su obra, en especial entre 1980-1991. Algo tenía que tener. La casualidad ha querido que escuchara hace poco algunas canciones suyas que desconocía, y entonces se ha desatado la locura en mi cerebro. Por ahora solo he comprado cuatro de sus álbumes, que pasan por ser los mejores: Dirty Mind (1980), Purple Rain (1984), Sign ‘O’ the Times (1987) y Diamonds and Pearls (1991), y ya estoy fascinado.

¿Y qué decir de las letras? Hablan sobre todo de amor, del tipo de amor que hay que recoger luego con fregona, como dijo uno. Lo mismo le canta al sexo oral que al incesto, a los ménages à trois, o a hacerlo en el coche de su padre. Pero no solo: también habla de la lluvia púrpura, del llanto de las palomas o del SIDA, “una enfermedad grande con un nombre pequeño”.

Ignoro qué hará ahora Prince, y la verdad es que me da igual. El amigo que me grabó aquel CD lo vio en directo en Las Vegas el pasado año y me dijo que fue impresionante. Su último disco lo regalaba un periódico dominical inglés este verano. Posiblemente el hombre ya esté acabado, en el sentido de que su contribución relevante a la historia del rock ya está hecha. No me preocupa. Mi mayor duda respecto a Prince es, “¿Qué disco suyo me compro el próximo?”

jueves, 29 de noviembre de 2007

Instrucciones para mirar un Toro de Osborne


El año pasado leíamos en la prensa que el famoso Toro de Osborne cumplía 50 años. El invento surgió en 1956 como un encargo de la empresa gaditana Osborne al diseñador Manolo Prieto para darle al brandy Veterano una imagen viril y española.

Luego, ya se sabe: de reclamo comercial a icono cultural pasando por obra de arte y, últimamente, símbolo político. En 1988 el gobierno español prohibió la publicidad en los márgenes de las carreteras (por aquello de las distracciones); el Toro de Osborne no dejaba de ser un anuncio, pero hubo iniciativas, campañas, recogidas de firmas… hasta que en 1997 el morlaco fue definitivamente indultado y reconocida su valía como obra artística y parte del patrimonio cultural español.

Parece que lo anterior supuso la carta blanca para hacerle de todo al pobre torito: lo plantaron en mitad de la bandera rojigualda, lo vistieron diseñadores como Victorio & Lucchino, los radicales catalanes lo derribaron una y otra vez (hasta acabar, este año, con el último que quedaba en Cataluña). En toda España quedan noventa Toros de Osborne, veintidós de ellos en Andalucía. En Extremadura quedan cinco, y en 2005 un joven artista, Javier Figueredo, tuneó el de Casar de Cáceres (pueblo famoso por la torta del Casar y su museo del queso) añadiéndole unas ubres y unas manchas blancas. Había nacido “la Vaca de Osborne” (aunque al pavo le cayó una condena por “deslucimiento de bienes inmuebles”).

Cuando estuve viviendo en los Estados Unidos, yo también tenía una bandera española con el torito de Osborne decorando una pared. Fui a una universidad del Sur que como contrapartida también manda a estudiantes a mi ciudad. Hace unas semanas me pasaron el texto de un blog (lo siento, no tengo el link) escrito por una alumna de aquella universidad, narrando toda su experiencia española, que tuvo lugar durante el curso 2006-2007. En cierta ocasión, Jennifer K (la narradora del blog), comenta aspectos del paisaje en un viaje entre Sevilla y Córdoba, y dice lo siguiente (traduzco):

“Lo más chulo que vi fueron unas siluetas de toros negros absolutamente gigantescas que estaban colocadas al azar en lo alto de las mini-montañas. No tengo ni idea de qué estaban hechas, pero era impactante ver un objeto tan moderno en ese campo de aspecto tan antiguo.”

De esta descripción me interesa su inocencia, la mirada curiosa sin contaminar, en una especie de Tesis de Nancy de no ficción. Si, como decían los formalistas rusos, “la finalidad del arte es dar una sensación de las cosas tal y como se perciben, no tal y como se conocen”, me quito el sombrero ante Jennifer y su uso del “extrañamiento”. La Tesis de Jennifer.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Los nazis y la Ley de Godwin


Un amigo me enseña una entrada de Wikipedia: "La Ley de Godwin", leo, seguida de una definición que traduzco:

“A medida que una discusión de Internet se hace más larga, la probabilidad de una comparación con los nazis o Hitler se aproxima a uno.”

O sea, que según el tal Godwin, abogado y escritor norteamericano, en cualquier foro o discusión online lo bastante larga podemos tener la certeza absoluta de que alguien acabará sacando a relucir a Hitler o los nazis como argumento. La Ley de Godwin tiene un corolario que dice que “en cuanto sale a relucir la comparación con los nazis, se acaba la discusión y quien la haya usado como argumento ‘pierde’ automáticamente el debate”.

Esto, que empezó como una regla para grupos de discusión, se aplica ya a las listas de correo electrónico, foros, chats e incluso páginas de comentarios de blogs. En principio me suena a chiste, al Teorema del punto gordo: “mientras más gordo se dibuje un punto más rectas pasarán por él”.

Pero no, resulta que la Ley de Godwin está bastante extendida en Internet, igual que la falacia lógica de Reductio ad Hitlerum (decir que algo es malo porque lo hacían o fomentaban los nazis, y como los nazis eran malos…). El nombre de esta falacia en latín macarrónico tiene ecos del de Reductio ad absurdum (cuando en Matemáticas nos decían “y se demuestra que esto es así porque no es asá, no es asao…etc”: o sea, no te demostraban nada; por eso soy de Letras).

Compruebo que la Ley de Godwin y la Reductio ad Hitlerum aparecen mencionadas en artículos de revistas, tiras cómicas online y otras fuentes, y no me extraña su vigencia. Tengamos en cuenta que Internet la manejan los americanos, la mayoría de estas discusiones electrónicas tienen lugar en inglés, y ya se sabe que en el mundo anglo Hitler = todo lo malo (dictadura, violencia, totalitarismo, antisemitismo, invasión ilegal de países…: lo opuesto a USA). No ha mucho otro amigo historiador me comentaba cómo veía que en las librerías, los nazis –como tema- eran “más populares que el Demonio”.

Si recordamos que muchos americanos siguen percibiendo la 2ª Guerra Mundial como un combate mítico entre el Bien y el Mal que además ganaron ellos (los rusos no cuentan porque salieron rana), es comprensible esta importancia de los nazis en su imaginario colectivo, y de ahí la trivialización del término. Había un episodio clásico de Seinfeld titulado "El nazi de la sopa", que trataba de un cocinero intransigente y autoritario. Yo mismo he utilizado la palabra “nazi” a la ligera muchísimas veces.

Sería interesante constatar la validez de la Ley de Godwin en foros online de China, Hispanoamérica o los países árabes. Cada cultura tiene sus propios fantasmas. En España, sin ir más lejos, podríamos reformular una nueva Ley de Godwin: sustitúyanse las palabras “Hitler” y “nazis” por “Franco” y “fachas”. Solo que aquí, por desgracia, parece que es al revés: cualquiera que saque a relucir los anteriores términos y acuse al oponente de fascista tiene automáticamente ganada la discusión.

martes, 27 de noviembre de 2007

Nostalgia de otros formatos (I)

Hablar el otro día del anuncio de TDK de Blade Runner (ver entrada del 24/11/07) me dio que pensar. Me acordé de la infinidad de veces en que había abierto el plastiquito rojo y negro con esas tres letras para sacar una cinta de cassette. ¿Os acordáis? Había otras marcas, sobre todo Sony, Maxell, Fuji, de vez en cuando BASF, y algunas más misteriosas que se compraban en grandes superficies. Pero, en mi casa por lo menos, las reinas eran las TDK.

Las había de diferentes tipos, para mí inescrutables: “normales”, “de hierro”, “de cromo”… lo siento pero jamás logré distinguirlas. Yo, entre los trece y los veintiocho años solo me fijaba en un criterio: su duración. Lo más extendido eran 60 o 90 minutos, pero ¿cómo olvidar aquellas de 46’, de 100’ o incluso de 120’? La leyenda urbana era que mientras más duraran eran de peor calidad, porque debían ser más finas y se rompían antes. Capaz de ser verdad, pero yo tenía una cinta de 120’ con el Mellon Collie and the Infinite Sadness de Smashing Pumpkins que lo flipabas...

En una cinta de 90’ cabían normalmente dos discos enteros, las de 60’ eran una mierda porque, o había que buscar dos discos de menos de 30 minutos o te sobraba ahí un cuarto de hora para rellenar con canciones inconexas. Pero la razón de ser de las cintas de cassette vírgenes, el motivo por el que Dios (y Philips) las trajeron al mundo fue para recopilar cintas de varios. Las cintas de varios eran fantásticas, infinitamente mejor que los CDs de varios. ¡Nada que ver! Los que no las hayáis conocido os habéis privado de algunas de las mejores experiencias que un fan de la música pueda tener.

Si las escogías con cabeza, en tu cinta de 90’ de varios te podían caber más de treinta canciones (según un amigo mío, nunca más de treinta y siete, aunque inmediatamente otro amigo común hizo una cinta con treinta y nueve, solo para fastidiarle). Traían sus etiquetitas de identificación, que había que poner rectas, y además las TDK incluían una tarjeta con unas absurdas pegatinas de adorno en plan un corazón, una estrellita, una tacita de café, un coche deportivo o una guitarra eléctrica. Y luego estaba la carátula, ese inmenso lienzo en blanco o pautado para apuntar los títulos de las canciones intentando, primero, que cupiesen y, segundo, que no se corriese la tinta. ¡Cuántas dioptrías no les deberé a los centenares de cintas de varios que grabé y decoré en mi juventud!

Por no hablar de las horas y horas empleadas para su grabación. Había que seleccionar las canciones, que normalmente se sacaban de otras cintas (originales o no, incluso grabadas de la radio), de discos de vinilo y ya modernamente de CDs. Había que estar atento a darle a grabar antes de que empezara cada canción, a que sonara la canción entera y a parar la grabación cuando acabara, y cuidadito con los errores. Si todo esto suena tedioso, es que lo era. El proceso para una cinta de 90’ solía durar una dos horas, y eso si se tenían localizadas las canciones.

Quizás alguien, leyendo esto se haya sonreído y pensado “¡qué tontería!”. Pues sabed que había hasta sus reglas para realizar una buena cinta de varios. Sin ir más lejos, el escritor inglés Nick Hornby pone en boca del narrador de su fantástica novela friki-musical Alta fidelidad (1995) que “no se puede poner música blanca y música negra juntas”, o que “no se pueden poner dos canciones del mismo artista seguidas”. Esas reglas siempre me han parecido exageradas y abiertas al gusto personal (yo, que grababa a Concha Piquer con Crowded House). Sin embargo, no podría estar más de acuerdo con Rob, el protagonista de Alta Fidelidad, cuando parafraseaba a Neil Sedaka y decía que “una buena cinta de varios, igual que romper con alguien, es difícil de hacer”.

domingo, 25 de noviembre de 2007

A tope con Supermodelo 2007



No todo iba a ser cultureta y referencias frikis en este blog, demos paso también a los programas de la tele normal. Hay en la parrilla española uno especialmente favorito, lo emiten en Cuatro los lunes por la noche y se llama Supermodelo 2007.

Supongo que debería medio avergonzarme de verlo y seguirlo con interés, pero nada más lejos: me siento orgullosísimo de ser un entendido en la materia. El año pasado se llamaba simplemente Supermodelo, este año le han añadido la coletilla de “2007” para dar a entender que habrá varias ediciones. La mecánica es simple: se trata de un reality show en el que varias chicas aspirantes a modelo compiten dentro de una academia en plan OT por el puesto de “Supermodelo”, que se supone ha de abrirles las puertas de la fama en su profesión.

Ahora bien, lo mejor del programa no son ni las chicas concursantes ni los desfiles de moda ni la ropa que deben lucir, sino el variopinto plantel de eminencias que componen el claustro de profesores que forman a las aspirantes y el jurado que semanalmente las evalúa. El año pasado conocimos a Valerio, especie de bailarín-latin lover que les enseña a desfilar por la pasarela. Él fue la estrella por su mala baba y sus gritos desaforados. Este año repiten con él Emmanuel Rouzic, un Kojak de la fotografía y Cristina Rodríguez, “tutora” de las pupilas y estilista imposible que lo mismo se adorna con un collar de cucharillas de café que se planta un loro de felpa en el hombro en plan Long John Silver.

Para esta edición, los señores de Cuatro nos tenían preparada una sorpresa que nunca les podremos agradecer bastante: Daniel El-Kum, un nuevo miembro del jurado con un vestuario sacado de El talento de Mr. Ripley y una carita que parece que le acaban de dar una paliza (ríete tú de Robert De Niro en Toro Salvaje). Para colmo el buen señor, estilista de las estrellas (luce en su curriculum a Ana Obregón, Catherine Deneuve, Linda Evangelista o Martina Klein), tiene una voz adenoidal que cuando habla se le entiende aproximadamente igual que a Darth Vader degustando polvorones.

Lo anterior no es óbice para que él se permita criticar el acento y la dicción de las concursantes, los atuendos del profesorado, la profesionalidad de todos menos la suya y lo que se le ponga por delante. Y todo esto mientras sienta cátedra gesticulando con uno de los veintitantos pares de gafas que dice poseer, que digo yo que le servirán de atrezzo.

Lástima que ya solo quede un programa de Supermodelo 2007 –la Gran Final-, porque con su tendencia a enmendarle la plana al lucero del alba (eso sí, siempre tratándolo de “usted”), el señor El-Kum podría haber dado aún muchísimo juego. Su papel no es el de malo –ojo-, es más bien el de una especie de Galactus de la moda que en lugar de engullir planetas se merienda a todos los participantes del programa, pues está por encima del bien y del mal.

Mi momento favorito tuvo lugar durante los castings. El señor El-Kum formaba parte del jurado de selección, y en cierta ocasión rechazaron a una candidata, que no estuvo de acuerdo con el dictamen. Interrogado el tipo por la aspirante sobre por qué no la habían escogido, Daniel El-Kum respondió que estaban buscando “otro perfil de chica”. Como quiera que la muchacha no se quedaba satisfecha, insistió: “¿Y qué tendría que hacer yo para dar ese perfil?”

Impasible, el señor El-Kum la miró de reojo y le dijo: “Tendría usted que volver a nacer”.


sábado, 24 de noviembre de 2007

"¿Le gusta mi búho, señor Deckard?"



Se estrena ahora en los cines la penúltima ­versión-definitiva-del-director de la clásica peli de ciencia-ficción Blade Runner, de Ridley Scott. Sin duda un gran clásico, aunque yo admito que nunca la había visto hasta agosto pasado, y tengo que decir que me encantó.

¿Realmente era necesaria otra “versión del director”? Ridley Scott ya había explicado que el montaje original no le satisfizo, hecho los cambios que creyó oportunos (entre ellos el final) y comercializado nuevas versiones. ¿Estamos ante el “Síndrome Beatles”, también llamado “Gallina de los Huevos de Oro”? La verdad es que al director británico no parece irle mal (El reino de los cielos, ahora American Gangster… ), no sé si necesitará dinero o es realmente tan perfeccionista.

Leo que esta nueva versión definitiva es un trufado de la original y el “Montaje del director” de 1992, y que los cambios son mínimos, inapreciables: habría que ser muy friki para darse cuenta. Lo que sí será mejor, desde luego, es verla en una pantalla grande, mucho mejor que en una tele, porque la peli es muy oscura y además ocurre de noche. Y con esa bonita banda sonora de Vangelis, que lo siento mucho, pero a mí me retrotrae a Informe Semanal.

Lo que seguirá igual serán los temas universales: la responsabilidad, la ingeniería genética, el ajedrez, la papiroflexia… Y pienso que, al igual que en 2001: Una odisea en el espacio, el éxito está en los pequeños detalles: los escaparates, el videoteléfono, la publicidad… Hay quien acusa a Ridley Scott de fracaso al predecir que en 2019 Los Ángeles sería una ciudad oriental (letreros, comidas, estilismo) cuando de momento lo que parece que predomina es la cultura hispana. Pero al ritmo de crecimiento que lleva China (pronto la tercera economía mundial, la segunda es Japón), no te digo yo que dentro de poco no veamos a la geisha de los anuncios en pantallas gigantes por tos laos.

Y hablando de anuncios, investigando he descubierto que la gente habla de algo que yo había pensado viendo la película: la “Maldición Comercial de Blade Runner”.

No sé si os habéis dado cuenta, pero durante toda la peli aparecen con profusión anuncios publicitarios de marcas comerciales gordas en 1982 pero que a día de hoy, o han quebrado o se han hundido en la miseria, o sea que de llegar al 2019, ni hablamos… La única excepción es Coca-Cola, esa forma de vida, pero lo que es las demás… ¡ojo al dato!: Pan Am, RCA, TWA, Atari… El famoso parlamento final (“como lágrimas en la lluvia, etc”) que suelta el malo antes de entregar la cuchara…digo, soltar al palomo, nos lo tragamos con un gigantesco luminoso de TDK detrás (el que no se lo crea que vaya a YouTube).

Pero si hay un ave que me fascina en esta película no es el palomo del malo, sino el búho de la Tyrell Corporation, con esos ojos inquietantes, como todas las creaciones artificiales. Rachael (Sean Young) parece muy orgullosa de él, y desde luego a Deckard (Harrison Ford) no parece disgustarle…

viernes, 23 de noviembre de 2007

Fernando Fernán-Gómez (1921-2007), in memoriam



Familia, se nos van los mejores. Desde que ayer por la tarde me enteré del fallecimiento de Fernando Fernán-Gómez ando dándole vueltas a la cabeza a cómo escribir sobre él. Creo que voy a dejar lo de gran actor, académico, etc… a los medios de comunicación y aquí me limitaré a hacer un recorrido personal por los momentos y papeles de su carrera que más me han marcado.

Pero antes quisiera constatar que de un tiempo a esta parte están desapareciendo mis auténticos “Grandes” del mundo de la cultura y el entretenimiento, entre ellos Camilo José Cela (2002), Agustín González (2005); en 2006: Rocío Jurado, Rocío Durcal, Joseph Barbera (uno de los padres de Los Picapiedra, Scooby-Doo…) o Ahmet Ertegün (fundador de Atlantic, la compañía de discos de Ray Charles, Otis Redding, Aretha Franklin, Led Zeppelin…). Si sumamos en 2007 a Emma Penella, José Luís de Vilallonga, Francisco Umbral, Luciano Pavarotti, Norman Mailer y ahora Fernán Gómez, la lista se vuelve vertiginosa.


Y todavía quedan por ahí varios actores y literatos españoles de la generación de los años 20 y 30 que no cito aquí para no ser gafe, pero que están al caer.

El último ha sido este hombre pelirrojo de voz tonante, que se consideraba a sí mismo feo, y que ya en lo personal, ha contribuido como pocos a mi gusto por el cine. Su obra literaria admito que la desconozco, solo he visto las adaptaciones, pero prometo subsanar cuanto antes esa falla. Para mí, Fernando Fernán-Gómez era sobre todo un actor (que no es poco), de manera que vaya mi humilde homenaje con un

“Top 10 aportaciones de Fernando Fernán-Gómez”:

1. El marido de Elvira Quintillá en Esa pareja feliz de 1953, con esa escena de la noria.


2. El viaje a ninguna parte de 1986, basada en su propia novela. Ese patriarca de una troupe de cómicos de la legua que se estrellaba en el cine.


3. Ese artista estrafalario de Belle Époque (1992), cuyas hijas calentaban a Jorge Sanz.


4. Su interpretación de un pícaro del Siglo de Oro en la serie El pícaro (1974), que también dirigía. Recuerdo que gracias a ella aprendí el concepto de “picaresca”.


5. El maestro republicano (ahora tan en boga) de La lengua de las mariposas (1999). Todavía me hiela la sangre el final de esa película.


6. Botón de ancla (1948), con ese uniforme y ese aspecto, hacía que hasta molara ser militar.


7. La adaptación de La venganza de don Mendo, que dirigió y en la que actuó en 1961. Ya he dicho que es uno de mis libros favoritos…


8. La película Las bicicletas son para el verano (1984) basada en su obra de teatro. Ni la dirigió ni sale él, pero a él se la debemos.


9. Su papel de “don Anselmo” en Los ladrones van a la oficina (1993-95). ¡Menudo reparto tenía esa serie!


10. El “¡Vaya usted a la mierda!”, su momento más punk, nos hizo recordar que él no necesitaba nuestra admiración. (1998? - no estoy seguro).

Descanse en paz.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mouse Dayan



-5 de junio de 1967: El ministro de defensa israelí, Moshe Dayan, ordena un ataque aéreo sorpresa sobre Egipto en el que casi doscientos reactores iraelís destruyen la fuerza aérea egipcia en tierra. Comienza la Guerra de los 6 Días.

-18 de noviembre de 1928: Se estrena Steamboat Willie
de Walt Disney, primer corto sonoro de animación. Su protagonista es un simpático ratón con una grandes orejas negras llamado Mickey.

-(220-190)? a.C.:
Un artista desconocido esculpe en mármol una imagen alada de la Victoria, para conmemorar una batalla naval. La imagen reposa en el museo del Louvre de París desde 1864, mientras que en la isla griega de Samotracia se encuentra una réplica de escayola.



Ese coloso de la crítica literaria que es Frederic Jameson estableció que una de las características definitorias del Postmodernismo era “la erosión de la vieja distinción entre la alta cultura y la cultura llamada popular o de masas”.

También dijo que otras características eran la “nostalgia de los estilos retro y el reciclaje de viejos géneros en nuevos contextos”, refiriéndose en concreto al “cine, la televisión, las imágenes, la tipografía, los colores, el vestuario, los peinados y las imágenes publicitarias”.

Entiendo que a estas ideas podemos remitirnos al ver el dibujo de un pepino sonriente con un gorro de puritano del siglo XVII, o un pastiche/parodia de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde protagonizado por un John Galliano con acento de Cuenca. O una peli en ByN de serie Z de los años 50 en la que los personajes se enfrentan a Al Gore encarnado en un robot del espacio exterior “lampiño, pero muy viril”.

A estas alturas no debe quedarnos duda alguna de que Muchachada nuí es un programa postmoderno, además de humorístico (otro rasgo de la Postmodernidad). Pienso que –entre otras cosas- el programa nos mola porque apela a nuestro frikismo interior, engulle, digiere y regurgita nuestros conocimientos/recuerdos sobre El Imperio Contraataca, la ONU, Courtney Love, los aparejadores, Farmacia de Guardia o el Barroco y nos los devuelve por sorpresa, como un iPod en modo “shuffle”. Al final todo es parte de lo mismo: una papilla de sonidos y colores que nos regresa a la infancia-adolescencia para luego confrontarnos con el absurdo de la vida actual.

No pretendo aquí hacer pasar una gamberrada por una sesuda obra de reflexión, pero sí quería dejar constancia del arte, el ingenio y la poca vergüenza de este programa de La 2 (miércoles, 23.30) antes de que nos inunden los periodistas y críticos de TV que se están quedando roncos de decir que era mejor La hora chanante (¿mejor? ¡Cojones, pero si es lo mismo!). O antes, como ya me apuntó alguien el otro día, de que Joaquín Reyes & cía. hagan un especial de Fin de Año o cosa así (ah, ¿qué ya lo hicieron para Antena 3 hace años y no se enteró nadie?). O a lo mejor solo escribo esta entrada para celebrar lo que me río cada miércoles por la noche con sus tontás.


Retomando la vieja dicotomía alta cultura/cultura popular que el Postmodernismo dinamita, ¿hay mejor ejemplo que sacar en un programa como “presentadores” a Tita Cervera y la semana siguiente a Lars Von Trier? ¿Y qué decir de Moshe Dayan con orejas de Mickey Mouse compartiendo plano con la Victoria de Samotracia?

martes, 20 de noviembre de 2007

Gastronomía británica


El pasado viernes 16 de noviembre, Carlos Herrera decía en un artículo del ABC lo siguiente:
Un viejo infundio dice que hay dos cosas que aún no se han podido hacer efectivas en la historia de la humanidad: escribir un libro sobre la gastronomía británica y demostrar la valentía de un militar italiano.

Admito que como gracia está muy bien, y constato en el seno de mi propia familia que no falta gente que sustente la primera opinión (sobre la segunda, no diré nada por pudor). ¿Y yo que sigo pensando que la comida británica mola?

Veamos lo que dicen al respecto otros expertos. Según la Guía "Xenófobo" de los ingleses (escrita por dos ingleses), en Inglaterra han sido y son cautos culinariamente hablando debido a su herencia puritana. Debido a esto, existe la "clara idea de que los platos elaborados y atractivos no pueden ser ni buenos ni honestos".

Según el escritor inglés Somerset Maugham (el de El velo pintado y otras), "para comer bien en Inglaterra hay que desayunar tres veces al día". Aparte de mucha coña, la frase encierra una gran verdad, y el que no se lo crea que mire la foto de arriba. Están los huevos (fritos, revueltos, cocidos...), el bacon, las salchichas de varios tipos, el tomate escaldado, los champiñones, la morcilla, las alubias con tomate, las tostadas con mantequilla y mermelada, café, té, zumos, gachas... Yo personalmente, cuando vivía en Inglaterra desayunaba en ese plan y ya no volvía a comer hasta la hora de la cena... las 6 de la tarde, claro.
Otra fábula que corre por ahí es que "la cocina británica" no existe, sino que es una mezcla de cocina india, china, turca, italiana, comida basura yanki, restaurantes caros franceses.... gran injusticia. ¿Que no existe la cocina británica? ¿Y los fish 'n' chips? ¿Y la tostada con alubias en salsa de tomate? ¿Y el bocadillo de patatas fritas?

No, hablando en serio. La gastronomía británica existe y es rica y variada. Lo que ocurre es que si uno va de turista a un Londres o de intercambio veraniego con una cutre-familia lo más probable es que ni la huela. Con un poquito de interés y curiosidad uno va comprobando que hay fish 'n' chips y fish 'n' chips, estupendos pies de carne, dulces de escándalo (crumbles de manzana, scones, bizcocho de zanahoria...) y que el té está rico, incluso sin leche ni azúcar.

Ayer mismo tomé un sencillísimo postre inglés llamado fruit fool, superfácil y que os recomiendo probar: simplemente es puré de frutas (en mi caso kiwi y plátano) con una capa de nata montada por encima, y se sirve muy frío.

Si por un casual no os he convencido de las bondades de la cocina del Reino Unido, me consolaré con otra cita, esta vez de Jacques Chirac: "Gran Bretaña es el país con la peor comida, después de Finlandia". De los franceses hablaremos otro día.

El código de los Wooster


He aquí una entrada cortita para no hacerme gravoso, que luego me dicen por ahí que esto es muy "denso" y que "el pueblo llano" no lo puede leer.

Solo quiero dejar constancia de uno de los últimos libros que me he leído, cuando estaba inmovilizado con la pata en alto: El código de los Wooster de P.G. Wodehouse. Tengo que decir que nunca había prestado atención a este autor hasta que vi por casualidad la adaptación para televisión que de sus obras se hizo con Hugh Laurie (sí, el Dr. House) y Stephen Fry (sí, el narrador de las pelis de Harry Potter).

Es el quinto libro de Wodehouse que me leo este año (cuatro de ellos seguidos, en agosto) y al igual que los otros es para descojonarse de risa. Este quizás sea el mejor, al tratarse de una novela con una trama absurda y ridícula pero con un buen andamiaje de las situaciones y los personajes. O eso, o es que al ser el quinto libro de Wodehouse que me leo ya estoy completamente abducido por su universo y cada vez cobra todo más sentido: las historias, los giros del lenguaje, los vicios, los detalles... se refuerzan.

En esta ocasión, la trama la dispara el código de honor de los Wooster, que "obliga" a Bertie Wooster a robar una lecherita de plata en forma de vaca, con la desgracia de que él no es el único interesado en el objeto. Además hay varias subtramas y surgen complicaciones, hay una tía (y recordemos, "las tías no son caballeros"), amenazas de compromisos de boda, y el robo del casco de un policía, y se consume abundante brandy... al final, como siempre, el ayuda de cámara Jeeves es quien saca las castañas del fuego a la concurrencia.

Nada de lo que diga aquí podrá dar idea de lo graciosas que son estas historias. Hay que leerlas, y así en cierto modo estaremos paliando la injusticia de que el enorme P.G. Wodehouse no figure en los manuales de literatura inglesa por el simple hecho de ser un escritor "cómico".

lunes, 19 de noviembre de 2007

David Trueba: igual que tú y que yo


¿Y que este hombre no sea ministro o esté en un consejo de sabios o algo?

David Trueba parece un tío normal, visto de cerca es un tipo igual que tú y que yo, seguro que se crió viendo a Marco, Heidi y Naranjito y merendando Nocilla. Y sin embargo, este Trueba me parece un auténtico prodigio cartografiando los sentimientos de las personas, en especial los de los adolescentes y jóvenes adultos. Por lo menos, los masculinos. Me encantaría saber la opinión de las mujeres sobre su obra, pero como yo soy tío y él también, pues hablamos de lo que sabemos.

David Trueba lleva más de quince años desarrollando una sólida carrera como creador en sus facetas de guionista y director de cine, así como otra menos conocida como novelista. Ha trabajado también en prensa escrita, ha hecho de actor y ha compuesto canciones. Y mítico fue su paso por TVE, como guionista y co-director de El peor programa de la semana, espacio censurado donde muchos vimos al Gran Wyoming por primera vez.

Curioso es el rollo "guionista de cine y TV/ literato". En el mundo anglosajón los guionistas se llaman writers, escritores, porque lo mismo te redactan una novela que el guión de una película, como muy bien se veía en Barton Fink, o como pasó con Graham Greene, que al aceptar el encargo del guión para una película llamada El tercer hombre dijo que necesitaba escribir antes la novela entera. En este sentido, David Trueba es el más completo writer español.

Ha logrado la fama y el reconociemiento escribiendo, entre otras, las pelis Two Much, Perdita Durango, La niña de tus ojos y la adaptación de la novela Soldados de Salamina, que también dirigió. Pero pienso que es en la comedia romántica y el costumbrismo donde este hombre ha alcanzado las mayores cotas. Algunos lo consideran el sucesor de Rafael Azcona (otro que escribió una novela y luego un guión, titulados El pisito), sin duda es exagerado, pero nadie en España ha dominado como él la comedia de "educación sentimental". Ahí están los guiones de Amo tu cama rica, Los peores años de nuestras vidas, La buena vida o Bienvenido a casa para atestiguarlo (estas dos últimas dirigidas por él mismo).

Está claro que David Trueba acepta el legado de Azcona, no en vano este año ha escrito y dirigido un documental sobre él para la televisión. Es quizás en su primera novela (Abierto toda la noche, 1995) donde esto sea más patente, a través del humor absurdo -a veces negro- y las situaciones disparatadas. También hay mucho de romanticismo adolescente y de zangolotinismo (como en La buena vida y Los peores años de nuestras vidas).

Su segunda novela (Cuatro amigos, 1999) es más madura, y se engloba en ese estado de ánimo que yo llamo "crisis de los 29" (por algo la publicó con 30 años), muy presente en los medios actuales. Pensemos, por ejemplo, en la reciente película de Tony Goldwyn El último beso, en la última del propio David Trueba Bienvenido a casa o en la serie de la CBS que actualmente emite La Sexta: Cómo conocí a vuestra madre.

Cualquiera que se haya criado en una familia numerosa, que haya viajado con amigos, que se haya enamoriscado de alguien inalcanzable, que haya admirado a Torrebruno, que haya sufrido un desengaño amoroso, que comience a trabajar, a vivir en pareja... puede sentirse identificado con la obra de este hombre. Ojalá me hubieran dado un duro, como se decía antes, por cada vez que viendo una peli o leyendo una novela de David Trueba he sonreído y dicho para mis adentros "¡anda que no!"

Frenesí del pop español



No sé si será cosa mía, pero de un tiempo a esta parte me da la sensación de que se está produciendo una eclosión de grupos de guitarras españoles, de esos llamados indies, que facturan un pop-rock melódico deudor del power pop, la new wave, y el pop sesentero de Beatles, Brincos, Beach Boys, etc.

En lo que va de década, tenemos en España a Cooper, Deluxe, Sidonie, La Habitación Roja, Lori Meyers, La Costa Brava, El Alpinista, Grupo de Expertos Solynieve, Sunday Drivers, Love of Lesbian, La Casa Azul, Niños Mutantes, Bombones o Tarik y La Fábrica de Colores, por citar a algunos de los que han obtenido más notoriedad. Si a estos unimos otros artistas nuevos que no encajan al 100% en los anteriores parámetros, tales como Nosoträsh, Astrud, Single, Travolta, Triángulo de Amor Bizarro, Prin' La Lá, Maga o Tulsa, y a "veteranos" supervivientes (la buena vida, Los Planetas, Sr. Chinarro, Lagartija Nick...) nos encontramos con una nómina francamente impresionante dentro del pop independiente español.

Sabido es que cantidad no equivale a calidad, y de nada valdría que hubiese tantos grupos de guitarras si el producto que ofreciesen fuese mediocre. Sin embargo, este no es el caso, y se da la circunstancia de que todos están haciendo unos discos estupendos llenos de canciones buenísimas y que apenas tienen difusión fuera de los circuitos especializados (fanzines, blogs, Radio Nacional 3...).

Lo anterior me lleva inevitablemente a lamentarme del poco caso que se le hace a estos artistas en España, pese a que algunos han sido fichados por multinacionales discográficas y sus conciertos congregan a miles de personas. No voy a decir que haya que crucificar a Juanes, Estopa o Melendi (bueno, a ese a lo mejor había que hacerle algo), pero me encantaría poner Los 40 Principales y escuchar a La Habitación Roja, o poner Antena 3 y poder ver un vídeo de Cooper. Si gente como Amaral, Los Piratas o Bunbury han conseguido triunfar sin renunciar al prestigio indie, ¿no sería posible que esto sucediera con más grupos?

De momento Cuatro, en su serie Gominolas, ha apostado por una banda sonora realizada por el factotum popero Guille Milkyway y plagada de canciones de artistas del sello Elefant Records, como Nosoträsh. Es un buen comienzo, pero aún falta mucho para que se reestablezca la justicia poética y le encarguen, por ejemplo a Tarik, la sintonía de un programa de fútbol... ¡con lo que bien que controla el tío "A balón parado"!


domingo, 18 de noviembre de 2007

La guerra de los libros


No quería perder la ocasión de mezclar aquí dos de mis mayores intereses: los libros y la guerra (esto último como fenómeno social, político, humano...). Por eso titulo esta entrada La guerra de los libros. Y no voy a hablar de que los libros se hayan puesto en guerra, ni que la gente ande por la calle lanzándose libros para agredirse (molaría, ¿eh?), sino de la guerra que aparece en los libros, esa representación imaginaria de algo muy real.

La guerra es trágica, y por tanto ha dado como tema grandes páginas de la literatura universal. Tampoco descubro la pólvora si recuerdo que muchos grandes escritores fueron soldados y viceversa. Poca poesía más emocionante (la calidad ya es otra historia) que la compuesta por muchos jóvenes británicos combatientes de la Primera Guerra Mundial.

En las horas de ocio que me brinda mi lesión recalo en un libro que compré en Londres hace año y medio y que aún no había leído: If I Die In a Combat Zone de Tim O'Brien. El título del libro procede de un verso de una de esas cancioncillas de instrucción tan del ejército estadounidense que Kubrick inmortalizara en La chaqueta metálica, en concreto una que dice "Si muero en una zona de combate/ metedme en una caja y enviadme a casa". La temática del libro es clara: narrar de primera mano la experiencia de un soldado de infantería norteamericano en la Guerra de Vietnam. O'Brien estuvo allí, entre 1969-70, y nos cuenta lo que vio, lo que vivió, lo que sintió, además de justificarse -entre líneas- por su participación en la barbarie de la guerra.

El libro está presentado como una serie de relatos fuertemente enlazados, a caballo entre lo autobiográfico y lo anecdótico. No es una novela, strictu sensu, pero tampoco un reportaje. Tal vez el término "novela de no ficción" (relacionado primero con Truman Capote, Hunter S. Thompson y otros) sea el más adecuado, tanto formal como contextualmente. Durante todo el libro O'Brien destila lo mejor de la mejor literatura de guerra: deshumanización, absurdo, violencia, crueldad, terror y piedad... amén de dar al lector una gran cantidad de información sobre la vida cotidiana, el modus operandi y la jerga de los soldados americanos en Vietnam.
Pero no hace falta ser un emocionado de Vietnam o de las guerras para disfrutar con el libro, solo sentir curiosidad por el mundo y el ser humano.

If I Die In a Combat Zone está muy bien escrito, es una lástima que no se encuentre en español, pero hay otras obras de Tim O'Brien que sí están disponibles, y también tratan sobre Vietnam (Persiguiendo a Cacciato, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon...). El O'Brien personaje, que se confunde con el autor, se confiesa devoto de otro escritor de guerra, Ernest Hemingway, pero no comparte con este su visión del heroísmo. Para O'Brien, que sigue a Platón, un héroe es aquel que lo aguanta todo desde el buen juicio, no vale ser un temerario y desde luego no tiene nada que ver con demostrar nada ni con la masculinidad.

Hemingway, sea en la naturaleza, el boxeo, el toreo o la guerra cantó al héroe machote y echao p'alante, e hizo de un mutilado genital (un medio-hombre) el desgraciado protagonista de su mejor obra, Fiesta. En Combat Zone, Tim O'Brien habla de numerosas mutilaciones, y celebra su propia supervivencia a la vez que admite claramente que dista mucho de ser un héroe. Su perspectiva es la del soldado raso, la del muchacho medio norteamericano que hace lo que debe hacer porque no se atreve a desertar y acaba, por cobardía, combatiendo en primera línea de fuego. Paradojas de una guerra compleja, como el autor, como nosotros los lectores: como el ser humano.

Grand Opening


Hace dos años, El País de las Tentaciones (tal vez ya se hacía llamar Ep3) declaró oficialmente los blogs como tendencia in.

Yo, como no soy moderno ni in, y además voy camino de los 30 que escarbo, he tardado mucho en incorporarme a este universo. Por hacer un chiste fácil -me gano la vida con el inglés-, me gustaría que este blog que hoy inauguro estuviera no in sino más bien on: o sea, que funcionara.

Sin pretender dar la brasa, he decidido crear un blog donde contar una parte de mi experiencia vital, ya de por sí fragmentaria. Los contenidos tendrán que ver con todo lo que me interesa, pero no pretendo hacer un mero ejercicio de egocentrismo, sino abrirme al mundo, comunicarme.

En una ocasión quisieron hacerme ver que una página web y un blog venían a ser lo mismo, y yo no hallé mejor argumento para rebatirlo que el hecho de que un blog tiene un carácter sobre todo interactivo. Por esta razón abro hoy este blog (por eso y porque tengo un esguince de tobillo, estoy de baja y muy aburrido).

Volviendo a los contenidos, hablaré de lo que me interesa: música, literatura, historia, humor, noticias... sospecho que daré muchas opiniones, y me encantaría saber si alguien me lee y qué les parece lo que digo.

De manera que ¡hola, mundo digital! y, sin más rollo paso a mi primera entrada de verdad...
 
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