Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

jueves, 31 de enero de 2008

"Los números también mienten"


Desde pequeñito me han hecho pupa las Matemáticas. No me gustan, no las entiendo, me horrorizan. Gracias a Dios, dejé de estudiarlas hace once años, pero hoy he ido a ver una película cuya trama está basada en un enigma lógico-matemático que sirve de andamio a una serie de asesinatos. Estoy hablando de Los crímenes de Oxford (2008), última de Álex de la Iglesia, que es una adaptación de la novela policíaca (¿filosófica?) Crímenes imperceptibles (2004) del argentino Guillermo Martínez. Los oídos me han pitado cuando en la gran pantalla he vuelto a oír hablar sobre teoremas, series, la Telescópica… la de Fibonacci….

El elenco de esta película es bastante curioso: los protagonistas son el inglés John Hurt (inolvidable su papel de Calígula en Yo, Claudio de 1976), y Elijah Wood, el antiactor, que solo tiene dos expresiones: “niño desvalido con los ojitos abiertos” y “niño desvalido con los ojitos cerrados”. Completa el reparto una de mis bestias negras: Leonor Watling (alias “la falsa inglesa”, alias “la inglesa-segoviana”), que en este papel pone toda la carne (nunca mejor dicho) en el asador. Atentos a la escena del follismo matemático y los espaguetis, interesante por lo que en ella se dice acerca de las novelas detectivescas.

Como todos los thrillers de aventuras, esta peli es un rosario de fantasmadas, situaciones inverosímiles y coincidencias traídas por los pelos, lo cual a mi juicio no le resta ni un ápice de valor. Que la trama sea increíble lo doy por supuesto, lo que hace que este tipo de historias funcionen o no es el modo en que se mantiene el armazón de las piezas, el pegamento, por así decirlo, que las une. En este sentido, diría que Los crímenes de Oxford funciona bastante bien. No me preguntéis por qué, que no tengo ganas de pensar.

Para mí lo más curioso es cómo se lanzan a la palestra todos los tópicos científicos de curso legal en la revista Muy interesante: el Efecto Mariposa, los fractales, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg… y ya si eso se va cociendo todo con referencias a Ludwig Wittgenstein, Alan Turing, Kurt Gödel o la máquina ENIGMA de códigos nazis. Incluso los Pitagóricos tienen por ahí una aparición estelar, que no desvelo para no aguaros la peli. En un momento dado asistimos a uno de estos descubrimientos matemáticos que de vez en cuando copan las primeras planas: la demostración de un supuesto teorema de cuatro siglos de antigüedad, trasunto de lo que ocurrió en 2003 cuando el estrafalario matemático ruso Perelman resolvió el enigma conocido como “conjetura de Poincaré” (recordadme que un día os cuente lo que a propósito de este suceso dijo el dramaturgo Fernando Arrabal en una conferencia que le escuché).

La parla matemático-filosófica (o filosófico-matemática) lo impregna todo, y si bien la acción es bastante elocuente por sí misma (o sea, que ocurren cositas, no es todo hablar), el guión nos deja algunas perlas de diálogo del calibre de “los números también mienten”, “huyamos a un país donde la gente no sepa multiplicar” o “Heisenberg no lo tenía tan claro”. Pensaréis que la peli no me ha gustado nada, pero no es así: a pesar de todo lo dicho, la peli me ha agradado… funciona, cumple muy bien su cometido de entretener, y se agradece que la historia sea contada en menos de dos horas. Pero la verdad, no veo que de aquí Álex de la Iglesia se vaya a ver catapultado a la fama internacional.

Por último, no quisiera pasar sin reseñar el tufillo borgiano que desprende Los crímenes de Oxford, por aquello de ser una obra policíaca, pseudofilosófica, rebozada de enigmas y paradojas y frita en una elegante estructura lógica. Esto me lo ha sugerido la propia peli, y lo que yo no sabía era que el autor de la novela original, Guillermo Martínez, escribió un ensayo titulado Borges y la matemática, y que además ha reconocido abiertamente su homenaje intencionado a esos fenómenos de la novela detectivesca clásica que fueron J.L. Borges y A. Bioy Casares. Pero no nos engañemos, ni la película es digna de Borges ni la novela en que está basada (que no he leído) probablemente lo sea. Ahora bien, para pasar una tarde entretenida, tan buena es esta peli como una partida de Cluedo. Difícil elección, ¿eh? Ni el propio Heisenberg sabría decantarse.

miércoles, 30 de enero de 2008

¿Cómo se llamaba el malo de Willy Fog?


Atención, pregunta: ¿Cómo se llamaba el malo de Willy Fog? Sí, sí, ese que era un zorro gris al que le brillaba el ojo cuando hacía alguna maldad (brillo que venía acompañado de una musiquita más inquietante que la sintonía del Planeta Imaginario). No, no me refiero a los dos torpes policías de Scotland Yard (sendos perretes) que iban detrás de Willy, ni a Romy (dulce y fiel, que vive enamorada de él), ni a la cabrita blanca que iba en silla de ruedas. Yo digo el malo. ¿Cómo se llamaba el malo de Willy Fog?

Aunque no lo parezca, una pregunta así puede destrozarte una noche de fiesta. Que me lo digan a mí, que me la hicieron estas navidades a las tres de la mañana con un gin-tonic en la mano. ¿Nunca os ha pasado? Por algún motivo que no alcanzo a comprender, muchos de mis amigos me consideran erudito en frikadas, simplemente porque recuerdo de memoria la letra de la sintonía de Dragones y Mazmorras, o porque me sé el nombre de todos los personajes de Loca Academia de Policía (1984). No como alguien que ayer me quería hacer creer que había uno llamado “Sargento Sachetti”… (¿Sachetti no es un tipo de pasta fresca rellena de queso?)

Pues a pesar de saber (más bien acordarme de) tantas tonterías, lo que me ha reportado más de una victoria al Trivial Pursuit (por acordarme “de qué pueblo era oriunda Doña Rogelia” o “cómo se llamaba la novia del anuncio de Opel Corsa”), a veces me pasa que me quedo en blanco, y entonces sobreviene el terror. Y en ocasiones –suele haber alcohol de por medio, tampoco lo voy a negar- esta sensación de no acordarte de algo que sabes que sabes o que por fuerza debes conocer se convierte en un agobio insoportable. Casi siempre hay alguien ahí que te da la clave que te falta y acaba con la incertidumbre. Todos los presentes se quedan entonces aliviados: es como si por fin se explota una ampolla muy molesta. Lo malo es cuando estás solo, no tienes a mano la Wikipedia y no te puedes dormir.

¿Cómo se llamaba el malo de Willy Fog?… ¿Cómo se llamaba el malo de Willy Fog?... en esos instantes se acuerda uno de todos los demás personajes: Rigodón, Tico, Bully y Dix, Ralph… se acuerda de Mocedades cantando la sintonía, del ciervazo ese que había (el Brigadier Corn)… de cuando salvaban a Romy de la bárbara costumbre de tenerse que inmolar con su difunto esposo por ser viuda… del inolvidable twist final que hace que Fog logre su empresa de dar la vuelta al mundo en ochenta días (“al haber viajado siempre en dirección este…” ). Si uno se estruja el cerebro (y no bebe más gin-tonic) es posible hasta que llegue a acordarse de que el tal personaje “malo” que quiere frustrar a nuestro héroe no existe en la novela original de Julio Verne. “¡Claro, por eso no me acuerdo de su nombre!” –nos sale la vena cultureta: como si eso importara.

Lo grave de esto no es la anécdota en sí, sino la sensación de no acordarte de algo, detalles absurdos. ¿Nunca os ha pasado? Tengo una amiga que es experta utilizando en estos casos el comodín de la llamada. Hará cosa de un año que me encontraba en una comida de trabajo y alguien recordó la fantástica serie Pasión de Gavilanes. Inmediatamente cada uno aportó las anécdotas más sabrosas que recordaba, incluyendo los nombres de los personajes, cuando de pronto paramos en seco; el terror y el frío nos sobrecogieron a todos. ¿Cómo se llamaba la madre de las Elizondo, la mala? Nos pasamos más de media hora picados, y al final esta chica optó por llamar a una amiga para que se lo mirase en San Google.

La pobre amiga se ve que se impresionó tanto con la consulta que le mandó un sms con el nombre del reparto al completo. Pero nos quedamos tranquilos: la madre de las hermanas Elizondo era Doña Gabriela. El pasado sábado, en una fiesta de cumpleaños (en la que, casualmente, la mitad de los invitados habían leído a Carver), de pronto surgió la duda de ¿qué pececito es el que obsesiona al personaje de Dummy, amigo del padre del narrador en el cuento “La tercera de las cosas que acabaron con mi padre”? Al final, más picado que el bonobús de Willy Fog, uno se acaba rindiendo. Hasta que se lo dicen. Mi amiga llamó a su hermana, le dijo que cogiera el libro de su mesilla y mirara el dato. La respuesta era “percas” (en inglés era “black bass”, un pez totalmente distinto). La respuesta era “percas”, ya lo sabíamos, solo había hecho falta llamar a alguien. El problema era que eran las dos de la mañana. ¿Por cierto… os acordáis del malo de Willy Fog? ¿Cómo se llamaba?

martes, 29 de enero de 2008

Vuelve Miqui


“Yo quiero ser normal… ser estrella del indie nacional…” –cantaba hace un par de años la chanteuse Bel Divioleta. Algo parecido debió pensar un joven Miqui Puig hace veinte años, en una versión modernita de aquel “mamá: quiero ser artista”. Corría el año 1992, y un grupo muy vitaminado de nombre Los Sencillos se encumbraba al número uno de la lista de Los 40 Principales con el pegadizo tema “Bonito es”, extraído de su álbum Encasadenadie. A este éxito habría que sumar otros como “Mala mujer”, “Phutbol” o “Doctor Amor”. Tardíos para ser considerados integrantes de la “Movida”, trataron de reciclarse en un grupo de pop-art, llegando incluso a editar un disco titulado Bultacos y Montesas (1997).

Su líder y cantante, Miqui Puig, trató de hacer fortuna en solitario con discos más o menos comerciales o indies, y probó a colaborar con Alaska, a grabar en inglés, a salir en la radio cantando el “Gloria” de Umberto Tozzi… Todo esto convirtió a Miqui en un personaje entre lo retro, lo friki y lo bizarro (fue jurado del programa de Antena 3 Lluvia de Estrellas, de donde surgieron artistas como Tamara o Deluxe, conviene recordarlo), aunque siempre respetado por el sector indie del público musical. No en vano el tipo se ha hecho un nombre como DJ en festivales modernitos del calibre del Sonar y el Primavera Sound.

Y hete aquí que, cuando nos habíamos resignado a tener a Miqui Puig por una curiosa figura del pasado (en la onda de Martirio o Álex de la Nuez) este proteico personaje reaparece en la primera plana de los medios mutado en el Petronio de lo cool, haciendo el papel de bruja mala en el jurado de Factor X. Esto sucedió el año pasado, por entonces aún no había echado a andar Estatuas Verdes, si no os garantizo que el programa se hubiera llevado más de un post. Allí Miqui dio toda una lección de esnobismo, o lo que el grupo de power pop Octubre llaman “la insoportable levedad de lo cool, conduciendo un Mini Cooper, llevando chalecos de rombos, gafas de pasta, gritándole a un dúo de calvos que habían osado preguntarle si él sabía lo que era el doo-wop… y en ese plan.

Factor X tuvo su boom, como tantas otras movidas, le llegó su turno, tuvo sus quince días de gloria y a otra cosa. Como ya dije hace unos días, la fiebre de los castings en España se encuentra en su apogeo y, lejos de remitir, los programas de talentos invaden la parrilla cual indigestos chuletones. Anoche estaba cenando y quiso la suerte que mis cansados ojos se posaran en uno de estos variados nidos de bizarría, en concreto Tienes talento (en Cuatro). Cuál no sería mi sorpresa cuando descubro que en el jurado de este programa TAMBIÉN se encontraba Miqui Puig (Miqui, tío, esto empieza a convertirse ya en una carrera profesional). Ni que decir tiene que dejé quieto el mando y me dispuse a tragarme el programa, y debo constatar que Miqui realiza exactamente el mismo papel que le dio notoriedad en Factor X. Cómo sería la cosa que, cuando vino al casting un megafriki con pinta de tarado a bailar breakdance, los otros dos miembros del jurado se levantaron y fueron a decirle a Miqui al oído “no seas muy malo con él, por favor”.

El programa mejor ni comentarlo: acróbatas dislocados, magos disfrazados del Capitán Garfio con loros al hombro, un niño que hace malabares con fuego, bailarines de muy diverso pelaje, cantantes al borde del sonrojo (propio y ajeno)… y la habitual nómina de caricatos, imitadores y cantamañanas. A todo esto, Miqui seguía desplegando su críptico lenguaje crítico consistente en juicios del tipo “no sé de qué vas pero te compro”, “no me creo nada de lo que haces” o “vais a estar en la puta final, ¿me oís?”.

Admito que viendo esta bazofia me distraje y entretuve como el que más, pero también me asaltó la incómoda sensación de que estaba siendo testigo de un freak show en toda regla. ¿Y no piensan que la palabra “freak” ha aparecido ya demasiado en este post acerca de Miqui Puig? Pues ese es el problema, que no se puede mantener una carrera seria en el indie, con credibilidad, y a la vez asociar uno su nombre a productos tan innobles como los realities de cazatalentos. Miqui, o cantas en el Sonar ante 10.000 personas o le dices a Silvia Padilla que has llorado con “Ponte el cinturón”. ¡Las dos cosas no, que no eres Alaska! ¿O sí?

“Yo quiero ser normal…”

lunes, 28 de enero de 2008

Firmin, rata vida


Hace tiempo que vengo queriendo hablaros de un libro llamado Firmin. Seguro que lo habéis visto en las librerías, es una novela finita con el dibujo de una rata humanoide que tiene un libro en la mano. En España ha sido un éxito (creo que va por la 4ª edición, y se editó a finales del año pasado) y viene precedido por una gran fama en USA, donde se publicó en una editorial independiente. Su autor, Sam Savage, ha tenido una vida fascinante: licenciado y doctor en Filosofía por Harvard, tuvo muchos oficios (mecánico de bicis, carpintero, pescador…) y fue básicamente un hippy antes de publicar en 2006 este su primer libro.

La historia (como siempre digo) es simple: su subtítulo lo resume todo. Firmin: Aventuras de una alimaña metropolitana, es la confesión en primera persona de una rata muy inteligente, con cualidades casi humanas, que nació y se crió en una librería de segunda mano en el Boston de los años 60. Debido a que su mamá rata les hizo a él y a su camada su primera cunita a base de páginas arrancadas de obras clave de la literatura tipo Finnegan’s Wake, El Quijote o Moby Dick, Firmin se aficionó a mordisquear los libros y comenzó a alimentarse de su pulpa. De ahí a leerlos solo hubo un paso, y nuestro protagonista pronto se sintió alienado de sus congéneres ratiles. Tanto y tanto leyó y reflexionó que su cerebro se desarrolló de un modo monstruoso para una rata y lo convirtió en una especie de alimaña con la mente de un humano.

De ahí su nombre, Firmin = “fur man” (“hombre peludo” en inglés). Firmin ya no es como las otras ratas, aunque su sino es vivir como ellas, esconderse, cavar túneles, buscar comida en la basura… porque desde luego tampoco es humano. Y he aquí una de las claves de la novela, la alienación que una persona puede llegar a sentir hacia sus supuestos iguales. En el caso de Firmin, le lleva a despreciar a las demás ratas, a considerarse superior a ellas y a verse como un afín al ser humano (al menos en vida interior, pensamientos, sentimientos y aspiraciones). Al fin y al cabo, Firmin en sus ratos libres de rata libre llega a leer más que casi cualquier persona a lo largo de toda su vida.

Desgraciada pero inevitablemente, una serie de circunstancias que no cuento para no chafaros el libro hacen que Firmin llegue a desengañarse también del género humano, que a él se le antojaba excelso y ajeno a todos los vicios de las mezquinas ratas. En este sentido Firmin viene a ser un poco misántropo, en la tradición de un Jonathan Swift. Lo gracioso es que en este caso (a diferencia de Swift, que proponía una raza de supercaballos inteligentes) los animales no dan ninguna lección a los humanos (es una fábula atípica). Y Firmin, por amargao, rechaza a las ratas y también a los humanos como especie, aunque bien es cierto que acaba encontrando esperanza en ciertos especímenes individuales. Esto ocurre con un escritor de ciencia-ficción hippy (¿Trasunto del propio Sam Savage? ¿Homenaje al personaje Kilgore Trout de las novelas de Kurt Vonnegut?) y con la actriz Ginger Rogers, con la que suele fantasear la ratita lectora.

Teniendo presente que Firmin es un cuento fantástico, o bien una fábula, durante su lectura desarrollé a menudo la tentación de trazar analogías entre la novela y el mundo real, en plan “ah, claro: cuando se come un libro es como si se lo leyera” (pues no: empieza jamándoselos pero luego los lee) o “las ratas son los humanos y los humanos son como sus dioses” (error: las ratas son ratas y las personas personas). De hecho, un amigo me llegó a comentar que él había imaginado que las ratas eran como judíos, los humanos como nazis y la demolición del barrio donde se encuentra la librería donde vive Firmin una alegoría de la Segunda Guerra Mundial. Lo aviso ya: el libro no es una alegoría de nada (vamos, que no es Maus).

Lo anterior no quita para que podamos reflexionar y sacar de esta novelita una serie de moralejas acerca de la condición humana. Aunque suene a tópico, hay veces que se te olvida que estás leyendo la vida de una rata, y el personaje de Firmin puede llegar a ser mucho más humano que los idems que lo rodean. Nada más por ver la lista de lecturas que configuran el universo –y la dieta- Firmin (“un bocado de Faulkner era igual que un bocado de Flaubert, por lo que a mí respectaba”) este libro merece la pena. Y como reflexión final, os dejo con una cita de Roberto Bolaño, de su cuento “El policía de las ratas”, que viene al pelo sobre Firmin: “A veces surge una rata que pinta, pongamos por caso, o una rata que escribe poemas y le da por recitarlos. Por regla general no nos burlamos de ellos. Más bien al contrario, los compadecemos, pues sabemos que sus vidas están abocadas a la soledad”.

domingo, 27 de enero de 2008

"Yo ando la línea"


Muy a menudo voy al videoclub los viernes o los sábados por la noche. Hay una película que sé que tengo que ver pero por alguna razón nunca la alquilo. En teoría me interesa (trata sobre música, salen actores que me gustan) pero me da la sensación de que va a tener algo de drama. Y yo, señores, después de toda la semana trabajando, lo que normalmente tengo ganas de ver es una comedieta. Solución: en vez de alquilarla la compro, la semana pasada la vi a un precio más que razonable. Estoy hablando de En la cuerda floja (Walk the Line, 2005). Esta noche por fin la he visto.

Ya sabéis que esta peli trata sobre la vida del cantante de country norteamericano Johnny Cash, más concretamente se centra en su carrera y sus amoríos con June Carter (otra cantante country, de gran pedigrí) hasta que ambos se casan en 1968. Joaquin Phoenix hace de Johnny Cash y Reese Witherspoon de June Carter, trabajo que le valió el Oscar a la mejor actriz (no veía una interpretación así desde Una rubia muy legal 2). La peli trata además de indagar en los orígenes de Cash y de explicar un poco su contexto y sus motivaciones.

Así, vemos a Cash como lo que era: un tipo muy violento, con altibajos, bastante hijodeputa (ahora que no nos oye nadie). Adicto al alcohol y a las pastillas, también fue un adúltero y a ratos un mal padre. Su vida no fue fácil: de niño trabajaba, su padre era un borracho que le hacía la vida imposible y sufrió la temprana muerte de un hermano mayor. Pero su madre le enseñó a cantar gospel con un libro de canciones de iglesia, y Cash quiso hacerse un hueco en el excitante mundo del Memphis de mediados de los años 50, donde confluyeron el gospel, el country, el blues, el rockabilly y, más importante, el nuevo rock and roll. Allí estaban también Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Roy Orbison o Carl Perkins, y no os preocupéis que en la película aparecen todos.


Otra que compartió cartel (y más cositas) con Johnny Cash fue June Carter, mayor que él y una estrella antes que él, pero al cabo de unos años pasó a ser beneficiaria de su fama al hacer ambos discos y giras juntos. June es una mujer fuerte, independiente para su época, y resulta el contrapunto para Cash en tanto en cuanto es serena, divertida, buena madre, responsable y sabe autocontrolarse. Su historia de amor es un poco turbulenta, como todas las apasionadas, pero en este caso parece que el 80% de las turbulencias las aportaba Johnny Cash.

La peli es muy buena, os la recomiendo si no la habéis visto. No es solo para fans de la música pero es innegable que estos la disfrutaran más. Aparecen muchos éxitos de Cash, yo la verdad es que no soy un experto en su figura (el médico solo me autoriza la música country en pequeñas dosis) pero conocía al menos media docena de canciones. Recuerdo haber escuchado un especial sobre este cantante cuando murió en 2003, en el fantástico programa El ambigú que Diego A. Manrique tenía en Radio 3. Ahora me iré corriendo a escuchar el disco a dúo de Cash y Carter de 1967 donde viene su tema “Jackson” (Pimpinela en el sur de USA) y algunas versiones de Bob Dylan o Ray Charles.

Al acabar de ver la peli reflexiono que hay que ver lo que un biopic así puede hacer por un personaje. Admitamos que en España NADIE sabía quién era Johnny Cash hasta hace dos años y hoy vas a una tienda de discos y tienes allí millones de recopilatorios del pavo. Y sin embargo, recuerdo sentirme muy impresionado mientras viví en Estados Unidos por el hecho de que en aquel país, la figura de Johhny Cash supone tanto o más que la de Elvis Presley a nivel de popularidad. En Walk the Line ambos personajes coinciden en un momento entre bambalinas y el bueno de Elvis le ofrece a Cash unas patatas fritas. ¿Para cuando un largometraje serio y con actores de serie A sobre la vida y carrera de Elvis? Yo iría al videoclub a alquilarla.

sábado, 26 de enero de 2008

La cuarta pared

Prólogo: En menos de una semana acudo a ver dos obras de teatro. Se trata de algo, cuando menos, poco frecuente pero que me permite encontrarme de nuevo con esta enriquecedora (y cara) afición.



Acto Primero: Del dramaturgo sueco August Strindberg veo La señorita Julia. Se trata de una obra de 1888 que pone sobre la mesa temas tan importantes como la guerra de sexos, la lucha de clases y la confusión entre el amor verdadero (si es que existe) y el deseo carnal. Lo sorprendente para mí es que la obra dé a estos temas un tratamiento tan sumamente moderno: son asuntos claves que se debatirían durante todo el siglo XX y aún hoy día están sin resolver.

Poco o nada sabía sobre Strindberg cuando fui a ver la obra, y me llevé una gratísima sorpresa. La señorita Julia es una tragedia claramente naturalista, tiene unidad de espacio, de tiempo y de acción, y el peso de la obra lo llevan dos personajes, habiendo en escena a lo sumo tres. Esto hace que todo lo que aparece en la obra cobre gran intensidad, algo que las interpretaciones de los actores ayudaron a conseguir.

Esta es la historia de una joven noble educada en el odio a los hombres por una madre feminista y un padre inhibido. La señorita quiere ser una igual a sus contemporáneos masculinos y acaba adoptando de estos sus peores vicios. Por otro lado se encuentra su sirviente Juan, un tipo ambicioso –más bien arribista- y sin escrúpulos, que se sirve del juego de la seducción para lograr su meta de ascenso social. El problema de señorita y criado es que ninguno de los dos se comporta acorde con su estatus social: ella se rebaja y él trata de medrar. Si a esta imposible pareja añadimos a la novia/amante de Juan, la cocinera de la casa (puritana e hipócrita pero que conoce muy bien su lugar en la sociedad), el cóctel está servido.

Todo lo anterior sirve de ingredientes a la tragedia: ¿Puede una mujer comportarse como un hombre en lo social, en lo económico y en lo sexual? ¿Debe hacerlo? ¿Son los privilegiados (nobles, burgueses) mejores que el pueblo llano? ¿Hasta qué punto tiene más ventajas en la sociedad un hombre de clase baja que una mujer de clase alta debido a su sexo?


Acto segundo: De José Saramago, ese Premio Nobel portugués tan comprometido, voy a ver In nomine Dei (1993). No he leído mucho de Saramago, y desconocía su producción teatral. Acudo al teatro ignorando que la obra trata sobre la revuelta anabaptista en la ciudad alemana de Münster, episodio de las guerras de religión desencadenadas por el reformismo protestante durante el siglo XVI.

Casualmente, este era el tema también de la novela de Antonio Orejudo Reconstrucción (2005), que leí hace tres años. Debido a esto ya sabía lo que iba a pasar: la obra de Saramago es muy fiel a los hechos. Están todos los personajes históricos: el predicador Rothmann, el obispo Waldeck, el burgués Knipperdolling, el iluminado Jan Mathijs, el profeta-autoproclamado rey Jan van Leiden… La historia es que la ciudad de Münster cayó en manos de los protestantes y sufrió un asedio por parte de las tropas católicas leales al obispo. Los sitiados recibieron ayuda de otros extremistas protestantes (Mathijs y Van Leiden) que pronto se hicieron con el poder, proclamaron el bautismo de adultos e instauraron una comuna teocrática (la verdad es que se les fue bastante la perola: expulsaron a católicos y luteranos, abolieron el dinero, declararon la poligamia, asesinaron a quien se les puso por delante…), todo en nombre de Dios. Y cuando los católicos tomaron la ciudad, pues hicieron lo propio, también –cómo no- in nomine Dei.

La obra de Saramago es densa como ella sola, mucha filosofía y teología, desde luego prima la exposición de ideas sobre la acción dramática. Pero se hace llevadera: el montaje es muy bueno; resulta espectacular, en cualquier momento de la obra puede haber en escena más de veinte actores. El tema cobra vigencia si pensamos en todo ello en clave actual, como una advertencia sobre los excesos de la religión y sobre la intolerancia en general. En cierto modo, la novela de Orejudo también perseguía ese fin.

Un espectador sentado detrás mía llamó al personaje de Van Leiden (un loco profeta iluminado) “Bin Leiden”, y está muy claro que ahora que hay tanto problema con el extremismo islamista, que nos parece incomprensible, conviene recordar que hace cuatro siglos Europa (la cristiandad) estaba igual. Con la posible excepción de que aquí vino luego un Racionalismo, un Empirismo, una Ilustración y una Revolución Francesa, pero eso es otro tema.

(TELÓN)

viernes, 25 de enero de 2008

Bravioli, o: Arañar la niebla


Mi fiel lector Grillo Solitario, asiduo comentarista, doble de Neil Young (¡ahí lo llevas!) y suministrador de ideas me mandó ayer un link de mucho interés. Se trataba de una noticia de The Wall Street Journal del 19 de enero titulada (“La patata caliente de España”). El contenido de dicha noticia, amén de mi gusto por las patatas, me ha fa-fa-fa-fa-fascinado tanto que por fin hoy me decido a coger por lo cuernos un espinoso tema de actualidad al que confieso que no le había hincado ya el diente porque no sabía bien cómo (al contrario que las patatas).

Me estoy refiriendo, lo digo ya, a la iniciativa recientemente frustrada de dotar de una letra al himno de España. “¡Ya tardabas!” –estaréis pensando los que me conocéis en persona. Ya tardaba, sí, porque consideraciones políticas y patrióticas aparte, opino que se trata de un tema megafriki. El asunto no es ya si el himno de España necesita de una letra o no, ni siquiera el valorar si la que se propuso era buena. Lo grande para mí (y lo digno de figurar en Estatuas Verdes) es el pitote que se ha montado y las bizarras circunstancias que han rodeado el caso.

Los hechos someros: el himno de España está sin letra oficial desde que se desestimó una que había hecho el poeta derechón y gaditano José María Pemán. El COE –supuestamente a iniciativa de nuestros deportistas de éxito, quejumbrosos por no poder cantarlo cuando les dan sus medallas, copas y ensaladeras- propuso que se le hiciera una letra, y para ello se puso en marcha un oscuro concurso público al que han acudido miles de escritores, de éxito, de prestigio (nunca faltó en la lista el Sabina, por ejemplo) y también –ahora lo hemos sabido- aficionados a la pluma de muy diverso plumaje.


Uno de ellos, un criminólogo en paro de La Mancha llamado Paulino Cubero, tuvo la suerte de que su propuesta de letra resultó ganadora (no la reproduzco aquí porque ha salido en prensa hasta la saciedad). Un tipo anónimo, corriente, pero que curiosamente en las entrevistas tiene más peligro que Don Quijote en La Casa del Libro. Se expresa como Góngora, ¿no lo habéis oído, cojones? Interrogado sobre si esta popularidad sobrevenida iría a cambiarle la vida, el vate contestó “la fama es arañar la niebla”, respuesta digna del Oráculo de Delfos y de un anuncio de compresas a partes iguales.

Como es bien sabido, su descafeinada y si me apuran pueril letra (que, pese a todo, a mí me gustaba: ¿habéis leído la que hicieron Jon Juaristi y Luis Alberto de Cuenca, por Dios? Rimaban “Que alas de lino/ te abrieron camino”), la premiada letra de Paulino Cubero, digo, iba a ser estrenada por Plácido Domingo con toda la pompa y boato que la ocasión requería el pasado 21 de enero en una ceremonia. Supongo que también haría falta la aprobación parlamentaria para que esta letra se convirtiera en oficial, pero ya no importa porque parece que la iniciativa ha quedado en agua de borrajas. Ya solo resta imaginar qué suerte hubiera corrido el himno de no haber sido filtradas la letra y la identidad de su autor antes de tiempo por el ABC.

Y ahora, confundidos lectores, estaréis diciendo “¿y todo esto que tiene que ver con las patatas y el Wall Street Journal?” Pues tiene que ver. Esto viene a cuento porque la “patata caliente” a la que ese periódico se refería, era la afamada tapa de patatas bravas. Se puede hacer un chiste con el tema del himno y los símbolos de identidad nacional española, ya que esto de la nueva letra se ha convertido en un humeante plato de bravas que varias instancias (políticos, periodistas, el COE, el propio Domingo…) pugnan por quitarse de encima. Y no solo lo digo yo, según el Wall Street Journal, las patatas bravas juegan un nuevo papel simbólico en la vertebración de España: proceden de la clase obrera, ahora las sirven en bares pijos, las patatas vienen de Galicia, el aceite del sur, etc… El dueño de un bar en Cataluña, un tal Betorz, se atreve a decir que “las bravas mezclan las muchas y diferentes culturas de España en un solo plato”. Ahora va a resultar que la bandera española es una ración de bravioli.

jueves, 24 de enero de 2008

Estopa: ubi sunt?


Corría el año 1999, por aquel entonces éramos tan jóvenes e inexpertos. Íbamos a la universidad, no había mp3, no existía Vodafone (en España), nadie tenía ordenador portátil… En esa época conocimos a un nuevo grupo, sonaba distinto (para los que no nos habíamos criado escuchando a Los Chichos): era otra vuelta de tuerca sobre el concepto de flamenco rock, basándose en Veneno, Peret, Joaquín Sabina y Extremoduro… Recuerdo que eran dos hermanos que con su primer disco alcanzaron un éxito fenomenal: estoy hablando de Estopa.

Estopa desencadenaron una mini-revolución “canalla”, dejaron por ñoño al de Jarabe de Palo, y contaron con el beneplácito de los mencionados Sabina y Peret. Al socaire de Estopa florecieron (admitámoslo) gente como La Cabra Mecánica, Los Delinqüentes, Bebe o Melendi (no digo que los copiaran, ni mucho menos, solo que abrieron brecha). Su mezcla de rumba catalana y de rock callejero hizo las delicias de muchas personas, yo entre ellos. Su disco Estopa (1999) se vendió como auténticos churros (un millón de copias, señores) de él sonaron hasta cinco singles por la radio, hicieron gira por Hispanoamérica…

También pulularon por ahí (Internet, top manta, maquetas…) sus primeras grabaciones, en su mayoría temas que aparecieron luego en los dos primeros discos, pero en las demos tenían letras más explícitas en cuanto a drogas y a sexo. El del medio de los Chichos, por ejemplo, sabemos que le pidió al de Estopa “una canción de colores”; pues originalmente lo que le requería era “un caballo de colores”, y no precisamente para montarlo en el hipódromo de la Zarzuela…

Lo mejor de Estopa es que le podían gustar a todo el mundo: tenían mucha más clase que, digamos, Camela, y no eran tan marginales como Extremoduro. Incluso llegaron a tener eso que se llama “credibilidad indie”: recordemos que empezaron cortejando a la comunidad alternativa, yo por ejemplo la primera vez que los vi fue en el programa que emitía La 2 de Los conciertos de Radio 3. Por otro lado, eran hijos de emigrantes, venían de la fábrica de SEAT (¡anda que no lo han explotado!), y eso les daba mucho prestigio callejero.

Como tantos grupos antes, Estopa debieron en su día enfrentarse a un problemático segundo disco, lo que ocurrió en 2001. Destrangis tuvo una increíble repercusión mediática, su single adelanto sonó hasta en la sopa, y en fin, del álbum se despacharon 800.000 copias, lo que no es precisamente un fracaso. Pero algo había cambiado para siempre. Algunos fans lo notábamos, era algo que no se admitía abiertamente, uno decía que el disco era “muy bueno” con la boquita chica. ¿Repetición de la fórmula? ¿Agotamiento de ideas? ¿Reciclaje de temas que habían aparecido en las maquetas tres años antes? Con el tercero una terrible sombra se cernió sobre mi gusto por Estopa. Había que admitirlo: todas sus canciones eran iguales.

En principio no estoy en contra de aquellos artistas cuyas canciones son todas iguales: por ejemplo la Creedence Clearwater Revival, Oasis o Eminem, me encantan porque entiendo que dan con una fórmula que mola (a ellos y a su público) y realizan variaciones sobre un mismo tema. Pero claro, como dije al principio, la mayor baza de Estopa era su novedad, su frescura. El hecho de que sonaran como unos extremeños haciendo rumba, con sus cambios de ritmo, sus juegos de palabras (“Tengo un reloj que se para/ siempre que tú de mí te separas/ y anoche se paró a las dos/ las dos nos separó a los dos”). Clever, innit? En cuanto empezaron a repetirse, para mí y para muchos perdieron su encanto.

Y, bueno, no es mi intención aquí glosar la carrera de Estopa, que continúa, un poco más lenta pero imparable. Es solo que esta mañana he escuchado su nueva canción, “Cuando amanece”, adelanto de su próximo Allenrok, y ni me he dado cuenta de que era un tema nuevo hasta que lo ha dicho la locutora. Esta nueva es idéntica a “El del medio de los Chichos” y a “Malos bares”, “Ojos rojos”, etc, una fotocopia. Y entonces, he pensado en plan dramático, que dónde quedará el talento que Estopa exhibieron en su día. ¿Dónde aquellos Estopa? Ubi sunt?

miércoles, 23 de enero de 2008

David Crosby, ruina de barberos


Pocos lo saben, pero en mi barrio, además de aproximadamente treinta sucursales bancarias y más del doble de bares hay una tienda de discos. También hay dos barberías muy musicales: en una hay un póster del grupo Kansas y se habla de Pink Floyd; la otra (a la que yo voy) está “hermanada” nada menos que con aquella de Penny Lane que nombraban los Beatles (“In Penny Lane there is a barber showing photographs”). El barbero, que es un fenómeno, toca el bajo desde hace décadas, piensa que yo también lo toco y nunca desdeña una buena charla sobre los Shadows o Jimmy Smith.

Haciendo gala de un olímpico desprecio por modas y tendencias, hoy voy a hablaros del que probablemente sea el artista menos cool y menos de moda del mundo: el cantautor californiano David Crosby. Nunca he hablado con mi barbero sobre David Crosby, pero no estoy seguro de que tenga en alta estima a un tipo que una de sus mejores canciones se titula “Casi me corto el pelo”. Evidentemente, Crosby no se lo llegó a cortar, y eso le convirtió en una de las figuras más poderosas a nivel artístico del llamado Flower Power y de la cultura de las drogas en los años 60. En los años sesenta era muy famoso, en los setenta su estatus llegó a ser el de una superestrella.

¿Y quién es este Crosby? En una escena de la peli de Cameron Crowe Casi Famosos (2000), un grupo de managers y músicos de gira están fumando y jugando a las cartas, uno de ellos comenta “¡Esta yerba es buenísima!”. Por toda explicación, otro le contesta “Me la ha pasado Crosby” y todos ríen. En el episodio de Los Simpson en que Homer tiene un cuarteto vocal que gana un Grammy, el premio se lo entrega David Crosby. Extasiado, Lenny exclama al subir a recogerlo: “¡David Crosby! Eres uno de mis ídolos…”. El melenudo artista le pregunta “¿Te gusta mi música?” a lo que el borrachuzo replica sorprendidísimo “¿Tú eres músico?”


Como miembro de los Byrds primero, y luego de Crosby, Stills & Nash (& Young), en solitario o junto a Graham Nash (otro fenómeno de la pradera), el señorito Crosby ha legado a la historia del pop un puñado de sus más memorables canciones. Como cantautor puede que sea de segunda fila, pero desde luego que The Byrds y CSN(Y) no lo fueron. Ahí quedaron sus temas “Eight Miles High”, “Why?”, “Renaissance Fair” (escritos en colaboración), “Mind Gardens” o “Triad” de los Byrds. Ahí están “Guinnevere”, la mencionada “Almost Cut My Hair”, “Wooden Ships” , “Déjà Vu” y “Delta”, que tanto contribuyeron a la grandeza del supergrupo que fundó con Nash, Stephen Stills y a ratos Neil Young. En solitario yo destacaría su primer disco If I Could Only Remember My Name (1971), y no podemos olvidar su discazo junto a Nash de 1972: David Crosby/Graham Nash, primero de una fructífera serie de colaboraciones.

La vida de Crosby ha sido legendaria y ha estado plagada de problemas (a lo mejor por eso ha sido legendaria). A su carrera musical hay que añadir su activismo político (pacifismo, izquierdismo, etc.), sus problemas de salud (diabetes, transplante de hígado), a los que no son ajenos su adicción al alcohol y las drogas. También ha tenido “problemas con las armas de fuego” (¡coño! si parece El Payaso de La Hora Chanante…). Últimamente se le ha visto en los medios por “ceder” su semilla a unas amigas lesbianas para que pudieran tener un hijo. Su errático estilo de vida le llevó en 1985 a tocar fondo y acabar con sus huesos en la cárcel. En 1989 resurgió con una gira y nuevo álbum en solitario (el primero en 18 años).

Precisamente de aquella época (1989) es el disco en directo que encontré el otro día por 3,95€ en precisamente la única tienda de discos de mi barrio. Mi primera impresión al verlo fue “¡Ufff! Qué pereza… Crosby en solitario en 1989… ya hacía veinte años de su mejor época”. Pero entonces se me ocurrió que ya hace veinte años de que hacía veinte años de aquella mejor época. Y que dejar pasar un disco de un artista tan grande por menos de cuatro euros era un pecado, lo compré y no me he arrepentido.



Tengo encima de la cama una foto enmarcada en la que se ve a los Byrds en blanco y negro. En ella, David me mira con su famosa capa verde (gris en la foto) y me da las gracias por seguir creyendo en él. Yo pongo una canción suya en la cadena de música y le doy las gracias por no cortarse el pelo.

martes, 22 de enero de 2008

Humor inglés (I): The IT Crowd



(Dedicado a mi prima, que estará en algún lugar de Irlanda: te lo debía)

Confieso que el mundo de los ordenadores me fascina y me atemoriza a partes iguales. No entiendo de informática, no sé de Internet (más allá del “nivel usuario” en ambos casos) y es casi un milagro que sea capaz de escribir un blog. Sin embargo, tengo varios amigos informáticos, y en la vida he tratado con bastantes más (incluso con ingenieros). Durante mi primer año en la universidad solía irme a la Facultad de Infórmatica a pasar el rato al centro de cálculo (los comienzos del chateo, el IRC, el telnet, y eso, cuando las cosas se buscaban en Yahoo…). También me metía en algunas clases de Derecho, pero ese es otro tema (supongo que quería tener mis opciones abiertas).

La sociedad con informáticos no me aburre ni me intimida, de hecho estoy bastante acostumbrado. Creo que en el fondo les tengo envidia porque entienden cosas a las que mi mente jamás tendrá acceso, igual que los cirujanos y los empleados de banca. Por eso, cuando hace año y pico una prima mía me ordenó que buscara por Internet la serie de humor británica The IT Crowd (Los informáticos) y vi los primeros episodios, me di cuenta de que había nacido una nueva historia de amor entre esa serie y servidor de ustedes.

La idea: una joven y ambiciosa (aunque torpe) oficinista inglesa entra en una dinámica empresa y es destinada como jefa del Departamento de Informática. Este departamento es una excepción dentro de la compañía: todos los demás parecen lujosos y atractivos, llenos de gente interesante y simpática, pero este es un sótano cochambroso que habitan dos de los mayores frikis que ha parido la ficción televisiva. ¡Ah, y un pequeño detalle!: la nueva jefa no tiene ni las más pajolera idea de ordenadores, pero tiene que fingir que sí.

Simplemente el trío protagonista, la “jefa” Jen, el friki (modelo pasota) Roy, el friki (modelo autista) Moss y sus interacciones ya justificarían por sí solos una fantástica serie de humor. Pero es que además los secundarios son tronchantes: el siniestro Richmond, el jefe chaveta Denholm, su hijo Douglas… por no hablar de la temática informática (realmente solo es una anécdota, no os asustéis) y los chistes sobre el trabajo y las relaciones personales, tan incisivos que a su lado Camera Café parece el programa de Ana Rosa.


Acabo de terminar de ver la segunda temporada (hay dos, cada una con solo seis episodios, “lo bueno si breve…”), y además me he enterado de que Canal + ha empezado a emitir la serie en España. Si no podéis verla, buscadla en esas webs donde hay series colgadas en DivX, con subtítulos y todo. Y si no, en YouTube está todo, aunque cada episodio se encuentra troceado, claro. La segunda temporada es mejor que la primera, se nota que hay más dinero: mejores guiones, nuevos decorados, más exteriores… la serie ha tenido éxito (en Gran Bretaña la emite Channel 4) y ya está en pre-producción una tercera entrega.

La ambientación, el carácter de los personajes, los guiños culturales no podrían ser más británicos y sin embargo… este programa tiene algo que lo hace universal (ya se están produciendo versiones en Alemania y en USA). Tal vez sea el hecho de que hoy día todo el mundo utiliza ordenadores en el trabajo, que se estropean y deben ser “apagados y encendidos otra vez” a modo de reparación. A lo mejor es que al ver las desventuras de unos personajes tan frikis y tan mal adaptados a su entorno nosotros nos sentimos un poquitín superiores y eso nos reconforta (por ese punto de maldad con el que todos cargamos). Sea como fuere, os garantizo que si veis algo de The IT Crowd no lo olvidaréis con facilidad, y que la siguiente vez que encendáis vuestro ordenador ya nada volverá a ser igual.

lunes, 21 de enero de 2008

Libros pequeños vs. libros grandes


Este fin de semana he estado tan ocupado recopilando material para futuros posts (es que si digo divirtiéndome queda un poco indolente) que no he tenido tiempo de escribir en el blog. Además, me he “cargado” dos libros, sí señores: Cuentos breves y extraordinarios (1957) de J.L. Borges y A. Bioy Casares y Ventajas de viajar en tren (2000) de Antonio Orejudo. ¿Cómo es esto posible? –puede que os preguntéis- ¿Es Porerror una rata de biblioteca al estilo de Firmin (personaje del que pronto hablaré)? No, amigos, el truco está en que ambos libros tenían menos de 150 páginas, y la letra grande, lo que también ayuda.

Gracietas aparte, hoy quería reivindicar los libros pequeños, los cortitos, esos que te caben en un bolsillo. El libro de bolsillo lo inventó la editorial británica Penguin en 1935 y tenía dos premisas: ser manejable y resultar barato. La idea era popularizar la lectura (no necesariamente la literatura), y a juzgar por los resultados podemos afirmar que tuvieron muchísimo éxito. Tengamos en cuenta que Gran Bretaña es un país donde hoy en día hasta la gente más pobre lee. De hecho, me atrevería a decir que precisamente estos son los que más leen, acaso porque son los que tienen una mayor necesidad de evadirse. Se venden libros de bolsillo hasta en los supermercados, la gente los compra y se los lee. Que lean mierda (thrillers ínfimos, novelitas rosas, biografías de futbolistas) es ya otro asunto. Por lo menos se lee, que ya es mucho más de lo que podemos decir aquí.

Pero aparte del pequeño tamaño, con sus innegables ventajas de espacio y almacenamiento, también es interesante que un librito sea corto. Cortito, ¿eh?, llevadero. Que te lo puedas leer en un par de tardes, o en muchos pequeños ratitos. Diría que el límite está en mi caso en unas 200 páginas, todo lo que sea más de eso me da miedo. Los libros de poesía son fantásticos, y también los de relatos. Tienen, de por sí, una subdivisión interna que los hace ideales para la lectura en ratos perdidos. Si te pones con un novelón de 1000 páginas… yo últimamente es que no puedo. Me intimida, me aburre, me desespera llevar una hora leyendo y no haber avanzado ni el 10% del libro.

Estas navidades me compré una novela de más de 900 páginas, de esas que os digo, y la compré con el firme propósito de leerla, ¿eh? El tema me interesaba muchísimo (de otra manera nunca me hubiera gastado 25 pavos en un ladrillo de tapa dura), y la empecé con ilusión. Leí, leí unas cien páginas, y sabe Dios que me la pienso acabar (ya os enteraréis por Estatuas Verdes), pero de momento… No la he abandonado, ¿vale? ¡Dejad de gritarme! Es solo que, entre tanto, me voy a leer otros libros más cortitos. En cualquier caso, dice el afamado pedagogo Daniel Pennac (el del ensayo Como una novela, 1992) que en el decálogo de los derechos del lector se encuentra el “Derecho a no terminar un libro”.

Y es que en el tiempo que emplearía en leerme una de esas novelazas gordas, me da tiempo a leer cuatro o cinco títulos diferentes, lo cual me mola mucho más. Y me motiva más, porque yo no sé vosotros, pero yo un libro que me dura más de un mes empiezo a percibirlo como un castigo. En esta ocasión han sido unos cuentos fantásticos de Borges y Bioy Casares, además de la novela de Antonio Orejudo, autor al que próximamente dedicaré un post. Antes de estos, este mes me había leído La siesta asesinada (2001) de Philippe Delerm y los dos de poesía que ya comenté aquí. Creo que el próximo en caer va a ser Un viejo que leía novelas de amor (1989) de Luis Sepúlveda y el nuevo de Woody Allen (Pura anarquía, 2007), los dos cortitos, los dos de bolsillo.

Mi madre corrobora todo lo que digo en este post al contarme que en una tarde se ha leído Seda (1996) de Alessandro Baricco, que le regalé hace nada por su cumpleaños. Tengo una compañera de trabajo que le prestas un libro y te lo devuelve al día siguiente. El mundo está lleno de lectores rápidos que saborean los libros en pequeños tragos. Ahora, que también los hay de los otros; cada día veo a más gente con sus novelones: El libro negro de la conjura de los templarios, La orden jesuita y el secreto merovingio, Crimen en la catedral de los códices maya-tolteca… y esa onda. Yo, humildemente, continuaré con mis tapitas de literatura. ¿Me recomendáis algún título (que a ser posible no verse sobre la Orden del Temple)?

sábado, 19 de enero de 2008

Expiación


Según la RAE, expiación es la acción o el efecto de “borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio”. En otra acepción, “padecer trabajos a causa de desaciertos o malos procederes”. Eso, señoras y señores, es exactamente lo que nos ofrece la última película de Joe Wright. Los protagonistas son la oscarizada Keira Knightley (Orgullo y Prejuicios, trilogía Piratas del Caribe) y James McAvoy (El último rey de Escocia).

Pues ¡qué rollo, no?, podrá decir más de uno. Nada de eso. Pero vayamos por partes. Expiación está basada en una novela de 2001 del escritor inglés Ian McEwan. Mi amigo el historiador (ese al que ya he nombrado otras veces pero que sigue sin leer Estatuas Verdes) me habló de Ian McEwan hace ya diez años, pero yo no he leído nada suyo. La verdad es que tras ver la peli me han entrado unas ganas horrorosas de zamparme el libro. Por lo menos sé que McEwan aparece en los manuales de literatura inglesa, lo que ya es algo. [Ya me lo he leído]

Las críticas de la adaptación cinematográfica han sido excelentes: dos webs como Rotten Tomatoes y Metacritic le han dado cada una un 85%, lo que es una barbaridad. La película viene avalada por sus dos recientes Globos de Oro y está en la rampa de lanzamiento para los próximos Oscars. Éxito aparte, mi impresión es que Expiación es magnífica, la interpretación, la fotografía, el guión… todo se conjuga para dar a luz una obra maestra, y no debemos olvidar los detalles de la ambientación (años 30 y 2ª Guerra Mundial).

Pero la guerra aquí es solo un pretexto (aunque resulta un mecanismo muy útil desde el punto de vista narrativo). Nos encontramos ante una historia de amor y de culpa ambientada en varios momentos: mediados de los años 30 (“que combatan los españoles, los chinos y los rusos”, como decían los Kinks), la evacuación en Dunquerque de la Fuerza Expedicionaria Británica –“Operación Dinamo”-, el llamado “frente en casa” de la retaguardia… Todo esto sirve aquí al propósito mayor de contar una tragedia del siglo XX al modo postmoderno, con altas dosis de metaficción, simbolismo y juegos entre realidad y fantasía (por ejemplo, el personaje que desencadena todo es escritora y desde un principio se nos deja claro que percibe el mundo a través de sus obras de teatro, sus relatos, sus novelas… en definitiva: sus fabulaciones).

Me han dicho que la novela consta de cuatro partes bien diferenciadas, estas resultan fáciles de identificar en la película. No obstante, quizás lo más llamativo –una vez más- sea el modo de contar las cosas. Si aceptamos la distinción que los formalistas rusos (Shklovsky, Jakobson) hicieron entre “historia” (fabula) y “trama” (Sjuzhet), podemos precisar que en Expiación, una historia más o menos convencional se ve elevada a la categoría de sorpresa mayúscula gracias a una sabia dosificación de la información y el suspense, resultando en una interesantísima trama.


Una de las cosas que más me han cautivado de Expiación es el tema de la culpa y el pecado construidos a través de la represión sexual. No quiero revelar nada de la película, porque prefiero que si las veis la disfrutéis plenamente, pero sí quería hacer notar que aunque el tema principal sea la expiación (incluso por encima del amor), este asunto se trata sin ninguna referencia a la religión o a la educación religiosa. Es evidente que hay un pecado que expiar (importante la escena en que una enfermera frota sus manos manchadas de sangre obsesivamente, incapaz de limpiarlas del todo: me retrotrajo a la leyenda de Bécquer “El caudillo de las manos rojas”, que trata sobre la culpa). Verdad que en un momento dado asistimos a una boda, donde se nos recuerda que el matrimonio existe para evitar la fornicación y dar estabilidad a las personas, pero aquí lo que está en juego, son todas las reglas de lo aceptable o no. Es lo privado frente a lo público, lo natural frente a lo social. Familia, matrimonio, estructura de clases…enfrentados a la pasión, el deseo, la gratificación, en el seno de -¡ojo!- un amor verdadero.

Si tuviera que dar una definición sensacionalista de Expiación, diría que se trata de una mezcla entre Otra vuelta de tuerca de Henry James (novela de 1898) y Breve encuentro de David Lean (película de 1945), o a lo mejor quiero decir Doctor Zhivago (1965). Si tuviera que dar un dictamen, diría que es una obra de arte y que me ha encantado. Si tuviera simplemente que explicar cómo me ha afectado… creo que no podría. Solo diré que, como ocurre con todas las buenas obras, después de conocerla somos más sabios.

jueves, 17 de enero de 2008

Personaje: Thom Yorke


Esta mañana nos hemos desayunado con la noticia de un concierto sorpresa –y gratis- que Radiohead dieron anoche en el barrio londinense de Brick Lane (ver foto). En principio estaba previsto que el grupo actuara en la tienda de discos Rough Trade (meca de la música indie), pero al congregarse allí más de 250 personas tuvieron que mudarse todos a un local cercano con mayor aforo. Al parecer, en su vuelta a los directos (no daban conciertos desde finales del 2006, si no recuerdo mal) la banda interpretó íntegro y en orden su último disco In Rainbows, número uno de ventas en USA y Gran Bretaña, más un bis con tres temas antiguos.

He aquí la última ¿genialidad? ¿espantajería? de un señor que me parece todo un personajazo. Estoy hablando de Thom Yorke, el líder de Radiohead, donde canta y toca la guitarra, el piano y últimamente también la batería y el bajo. Se trata de un tipo bastante dado a las extravagancias, con un carácter muy peculiar que todo lo ampara bajo el disfraz de artista atormentado, excéntrico y genial. Su penúltima gracia fue rechazar la oferta de colaboración de nada menos que Sir Paul McCartney, quien le pidió que grabara un dúo con él. Yorke lo rechazó cortésmente argumentando que “no se sentía cómodo trabajando con otra gente fuera de su grupo” (esto lo ha contado el propio McCartney y lo publicó en noviembre la revista NME). La verdad es que Yorke ha cantado con quien le ha dado la gana, sea PJ Harvey, Drugstore, Björk, REM, Sparklehorse, el grupo ficticio The Venus in Furs (para la peli Velvet Goldmine, 1998), UNKLE o Modeselektor, y mucho nos tememos que si no ha querido hacerlo con “Macca” es porque piensa que el ex Beatle no es lo bastante cool.

Pero Thom Yorke, aparte de su aspecto desvalido y medio tuerto, y de cantar como los ángeles, tiene más rarezas en su haber. En octubre del 2006 amenazó con no salir más de gira si no se reducían a nivel mundial las emisiones de gases “del efecto invernadero”. Es un reconocido activista medioambiental, ha colaborado en discos y conciertos benéficos… ¿estará siguiendo los pasos de Bono? Yo siempre he pensado que lo más parecido que tenemos en la actualidad a unos Beatles son precisamente Radiohead (por el éxito y las ganas de experimentar en cada nuevo disco) y U2 (por su hegemonía de los medios de comunicación y el interés que despierta todo lo que hacen sus miebros).


Si el carácter excéntrico de Thom Yorke ha llegado a ser tan proverbial que el pasado 28 de febrero popmadrid.com nos quería colar la inocentada de que el cantante se había quedado dormido en mitad de un concierto, no es menos verdad que a su aureola de tipo difícil ha contribuido sobre todo su búsqueda de la excelencia. En otras palabras, este no es Elvis Presley o Michael Jackson. La perfección de sus grabaciones parece obsesionarle, la posibilidad de crear música siempre nueva (con mayor o menor fortuna, pero ahí está el tío), de utilizar el estudio de grabación como un instrumento más. Todo lo que rodea al lanzamiento de un nuevo disco está rodeado de secretismo y paranoia, sea con Radiohead o en solitario (en 2006 Thom nos plantificó el electrónico y fenomenal The Eraser). En otoño del año 2000 yo estaba en Inglaterra y viví en primera persona el lanzamiento del Kid A. Os puedo asegurar que no he visto nunca tanta expectación en la prensa musical, en las tiendas de discos, en las conversaciones de la gente.

Después de que las canciones de sus dos anteriores trabajos (Hail to the Thief, 2003 y Amnesiac, 2001) se filtraran por Internet a la prensa y a la peña que las pirateaba, y después de quedarse sin casa de discos (tras romper su relación con EMI, casualmente la compañía de unos tales Beatles también), Radiohead decidieron en octubre pasado dar un golpe de mano en la industria discográfica. Nada menos que poner su disco a la venta en una web por “la voluntad”. Más del 60% de la gente se lo bajó sin pagar nada, pero ahora Thom Yorke se está riendo de todo el mundo porque tras dar a conocer su disco gratis, este mes lo ha editado en CD y vinilo, se está forrando y más que se va a forrar con su proyectada gira de conciertos para el 2008.

Hablando de Thom Yorke y cosas gratis, a menudo recuerdo cuando me encontré a Radiohead en el Virgin Megastore de mi ciudad hace quince años. Estaban haciendo tiempo para su concierto de aquella noche, al que yo no asistí (yo entonces escuchaba a Queen y a los Rolling Stones) a pesar de que la entrada era gratuita. El señorito Yorke estaba mirando calendarios de los Beatles, entonces nadie daba un duro por él (seguro que iba pensando… “mmmh, lo que yo daría por ser como Paul McCartney”). Con este pedigrí, amigos… no me negaréis que se merecería un “Testimonios” chanante o un “Celebrities”. Hoy… Thom Yorke.

miércoles, 16 de enero de 2008

De qué hablamos cuando... tomamos café


Frenesí Carver: leamos a Carver. Raymond Carver (1938-1988) es un escritor norteamericano del que solo he leído un libro pero estoy rabiando por leer muchos más. De hecho, la única razón por la que no dejo ahora mismo de teclear y me voy corriendo a una librería a comprarme todas sus obras es porque sé que en mi ciudad no las voy a encontrar en inglés. ¡Ay, qué pereza da Amazon.com! No, en serio, podría pedirlos ahora mismo, y a lo mejor para cuando lleguen dentro de un mes me ha dado por Luis Landero o por John Cheever, y los libros de Carver se quedan cogiendo polvo en la estantería. Y no merecen eso.

Si alguien me regalara un libro de Raymond Carver en inglés sería diferente. Sorprendente, inesperado, como aquel que me dio hace dos años una persona muy especial. Yo no había leído nada del pavo, tampoco estaba en mi onda. Pero me intrigaba. Recordaba un documental de Canal Historia sobre él, en el que otro autor lo criticaba. Decía que su estilo era una mierda, que había escrito cosas muy chabacanas, como “la noche era tan caliente como el tubo de escape de un Ford del 56”. Qué queréis que os diga, a mí me parece buenísimo.

Mi primer (y hasta ahora único) libro de Carver se titulaba De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981). Es un libro de relatos, Carver escribió mayoritariamente relatos y poesía. No conozco lo bastante de él como para saber por qué nunca acometió una novela, o si tal vez sí lo hizo. Sus cuentos son inquietantes, es parco en palabras. No sabe uno a qué carta quedarse con los personajes, es el tipo de cuentos en los que o bien no pasa nada (aparentemente) o bien lo que pasa no tiene ninguna relevancia. En el momento pueden llegar hasta a dar coraje, ¿qué me está contando este hombre?, a su lado Hemingway era un incontinente verbal. Y sin embargo…

Y sin embargo, pocas veces me he sentido tan impulsado a volver a un libro como con este. Releer frases, párrafos, cuentos enteros una y otra vez. Son historias que te subyugan, que se quedan a vivir contigo. Creo que solo me ha pasado algo así con Ficciones (1944) y El Aleph (1949) de Borges, otro cuentista/poeta que no escribió una novela. Pero ahí acaban las similitudes: Carver son frutos secos frente al banquete estilístico y filosófico del argentino. No quiero decir que los cuentos de Raymond Carver sean pobres o malos, es que resultan frugales, y aun así se repiten como su puta madre.


Últimamente en mi vida han aparecido rastros de Raymond Carver por todas partes: tres compañeros de trabajo se han leído De qué hablamos cuando hablamos de amor, un cuarto ya lo tiene comprado (las conversaciones a la hora del café revolotean sobre el dichoso librito azul de Compactos Anagrama). Otro amigo se ha ofrecido a prestarme la peli Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993) de Robert Altman, basada en sus cuentos y con guión del propio escritor. Las coincidencias siguen, algunas no os las creeríais si las cuento aquí. Y yo, qué remedio, he ido a mi estantería a desempolvar mi ejemplar de What We Talk About When We Talk About Love. He vuelto a visitar las desasosegantes historias “La calma”, “Bolsas” o “Tanta agua tan cerca de casa”.

Se ha encuadrado a Carver en el llamado “Realismo sucio” norteamericano, por retratar la vida de la clase obrera y la cara menos dulce del American Dream. Roberto Bolaño dijo de él que era el mejor cuentista del siglo XX (con permiso de Chéjov, a quien el propio Carver admiraba y que tanto le influyó). Aunque ya sabéis que me pone la teoría literaria, siento que con Carver simplemente me dejo llevar. Me dan igual las consideraciones críticas, solo me interesan las emociones que me provoca su lectura. Por ejemplo, en el cuento “El baño”: ¿el niño muere o no muere?”. ¡Qué angustia, por Dios!

martes, 15 de enero de 2008

España se va de castings


Estoy en una tienda de Springfield probándome unos pantalones a cuadros (para ser moderno). Me acompaña un amigo músico, que anda abriéndose camino (el sábado tocó en Almería, este jueves lo hará en Jerez). Desde el probador escucho la voz de un antiguo compañero de colegio, actualmente técnico en Cuatro, que le espeta a mi amigo “¿Tienes talento?” Reprimo la risa, hubiera dado dinero por verle la cara al interpelado. “¡Ja, ja, ja!” –continúa el otro- “¿Tienes talento, tío, es el título del nuevo programa de Cuatro. Estamos haciendo los castings estos días en el hotel tal. Tú cantabas, ¿no? ¿Por qué no te pasas por allí?”

Como quiera que mi colega declina la oferta amablemente, el otro insiste, “Pues no te preocupes, que en un momento dado, si no entras en este te llamamos para Factor X, y si no para [no entiendo el nombre], que es en plan historias más humanas. El casting es el mismo”. Esto sucedió el pasado 30 de noviembre. El sábado 12 de enero hubo en el FNAC de mi ciudad otro casting, para Nuevas estrellas de la canción. Miro a mi alrededor, pongo la tele y veo castings, pruebas y audiciones por doquier. ¿Qué está pasando?

La idea del post me la ha dado el programa Sé lo que hicisteis, que inspirado a su vez por un periódico que traía como titular “España se va de castings”, ha sacado en su zapping un muestrario de lo peorcito/mejorcito de los últimos castings de la tele española. Y la cosecha es pavorosa: han puesto escenas del mencionado ¿Tienes talento?, Tú sí que vales (La Sexta), El rey de la comedia (TVE1), Somos la eÑe (Antena 3), Se llama copla (Canal Sur), Hijos de Babel (TVE1), Factor X (Cuatro). No ha mucho que nos deleitábamos con los de Supermodelo 2007 o Fama: ¡A bailar!, y… ya se está echando de menos un Operación Triunfo, ¿no creen? ¿Por qué edición irán ya? ¿Por la cuadragésima?

Por si esto fuero poco, YouTube nos ha permitido repetir hasta la saciedad los momentos más embarazosos de estos procesos selectivos, ¿cómo olvidar a la inconmensurable Silvia Padilla y su anti-hit “Ponte el cinturón”, auténtica suite lírico-musical al despropósito pop? (Creo que todavía la tengo en el móvil como tono de llamada). Por no hablar de momentos de televisiones extranjeras que sin YouTube nos hubieran estado irremediablemente vedadas, ese amodo de Shakira frotadiza del Factor X colombiano, o esa ancianita inglesa que le echó cojones nada menos que a Simon Cowell (el Risto anglosajón y cerebro detrás de Il Divo) porque se había reído del asesinato de una canción a manos de su nuera.

Hasta hace bien poco, los castings eran una cosa no vista, formaban parte de la trastienda y los entresijos del mundo del espectáculo, como los bocadillos del público o la firma de contratos. Algunos de los mejores momentos de la serie El séquito son los absurdos castings a los que acude Johnny Drama, por ejemplo. Pero alguien ha descubierto en ellos un enorme filón televisivo y no le culpo: los buenos (malos) castings resultan apabullantemente catárticos. A los artistas con talento ya los veremos lucirse en el programa en cuestión, pero ¿cómo privar a las masas de tan jugoso entretenimiento? Con lo democrático que resulta, además, que cualquiera tenga derecho a hacer el ridículo en nuestras pantallas…

Igual que Borges soñó con reunir un libro compuesto exclusivamente por los prólogos de otros libros, yo propongo que los señores de las televisiones se quiten de una vez la careta y confeccionen un programa hecho solo a base de los mejores (peores) descartes de otros espacios. Y si hay lágrimas, mucho mejor. Por cierto, los pantalones que me compré en Springfield, por los que me soplaron más de 30€, no pasaron el casting: se rompieron antes cumplir un mes. “Muchas gracias. Ya le llamaremos”.

lunes, 14 de enero de 2008

El séquito


Hace un par de meses empecé este blog porque estaba de en casa de baja con un esguince. Aquellos días los recuerdo con horror: todo aquel tiempo libre y yo sin poder moverme del sofá o de la cama. Como no tenía que madrugar, leía o veía la tele hasta las tantas, y una noche vi en La Sexta una serie que me impactó bastante. Era una de las “series de culto” que se anunciaron con tanto bombo, se llamaba El séquito y empezaba a las doce de la noche. Semanas después, un colega me ha pasado las dos primeras temporadas bajadas de Internet, y este finde han caído.

El séquito (Entourage en original) es una comedia de la cadena de cable yanqui HBO, lo cual es un gran marchamo de calidad (de ahí han salido Los Soprano, Hermanos de sangre o Sexo en Nueva York). La serie se estrenó en 2004 y lleva cuatro temporadas, aquí La Sexta ha emitido las dos primeras. La premisa es sencilla: un joven y guapo actor emergente vive en Hollywood su ascenso a la fama, rodeado de su particular “séquito” compuesto de colegas, que se benefician de su éxito y comparten su lujoso y desenfrenado estilo de vida. El actor y sus adláteres son de extracción humilde y oriundos de Queens, en Nueva York, y todos se encuentran un poco flipados y fuera de lugar en ese mundillo de fiestas playeras, modelos, mansiones y coches de lujo.

No se lo acaban de creer, ni Vincent Chase (el prota), ni su hermano Johnny Drama (un actor de reparto “vieja gloria”), ni su amigo y manager Eric (el único con dos dedos de frente), ni el colega “Tortuga” (chófer y esbirrillo que siempre viste de chándal). También aparecen su ambicioso representante (interpretado por Jeremy Piven, que ya ha ganado un Globo de Oro y dos Emmys por este papel), su publicista Shauna, su contable, y otros muchos personajillos del mundo del colorín jolibudiense.

Uno de los mayores atractivos de la serie es que aparecen numerosos cameos de gente del showbusiness: han salido entre otros Jessica Alba, Scarlett Johansson, James Cameron, Peter Jackson, Paul Haggis, Hugh Hefner, Snoop Dogg, Kanye West, Luke Wilson, Ralph Macchio y Mark Wahlberg (el productor ejecutivo de la serie y, según las malas lenguas, inspiración para el personaje de Vincent Chase). Además, las conversaciones están plagadas de referencias y guiños para los fans del cine (p.ej.: “Oye, Luke [Wilson] , ¿vas a hacer ese proyecto con Wes [Anderson]?” “Sí, mi hermano [Owen Wilson] también va hacer un papel”).

Yo desconozco el mundo del cine y el star system, pero en esta serie aparece tal y como (tenemos idea de que) es. Ofertas de guiones, ejecutivos de estudios desesperados por firmar contratos, nerviosismo por las recaudaciones del fin de semana de estreno, disyuntivas entre el cine indie de calidad y el comercial de superhéroes… cada episodio tiene la estructura autocontendida de las sitcom, pero la serie tiene también varias líneas argumentales que continúan en el tiempo. De hecho, los personajes evolucionan y ocurren cosas aparentemente irrelevantes que tienen consecuencias varios episodios más tarde.

Me da la sensación de que en El séquito han intentado hacer una serie “objetiva”, en el sentido de que está rodada con mucha steadycam, muchos travellings que siguen a los personajes, y algunos encuadres poco usuales. Los diálogos tratan de ser totalmente “realistas”, conversaciones megapensadas pero que parecen casuales, mezclando lo trivial con lo importante, en plan Woody Allen, Tarantino o Kevin Smith. Quizá esta sea una de las claves del éxito de El séquito, por lo que, aun a riesgo de resultar pedante, os recomiendo muy mucho que si podéis la veáis en versión original, porque para oír decir cosas en plan “cuelga el jodido teléfono, amigo” siempre hay tiempo.

sábado, 12 de enero de 2008

Los años 90: relación (si la hubiera) con la música actual


Planteo este título como una pregunta de examen. Supongo que es porque me retrotrae a mi época de BUP y COU (esas cosas que hacían antes los adolescentes para estudiar y aprender). Me veo a mí mismo en el patio del instituto leyendo un ejemplar del ROCKDELUX en el que se anuncia que “El Britpop ha muerto” (¿acaso dicha publicación llegó alguna vez a enterarse de que había nacido?). Veo a un amigo que tocaba la guitarra contarme emocionado que se había comprado el último CD-single de los Black Crowes…

¿Tuvieron lugar los noventa? ¿En serio? Poned ahora la radio, no ya la comercial, incluso Radio 3. En seguida os daréis cuenta de que en la música actual no queda ni rastro estilístico de la que se hacía hace quince años (aparte del hip-hop y la electrónica, pero yo aquí voy a hablar de pop y rock). En la actualidad, todo lo que no son cantautores y grupos con más o menos raíces parecen reminiscencias de los años ochenta. Talking Heads y The Clash son absoluta referencia, “rock con caderas”, por citar al nunca bien ponderado locutor Chema Rey.

Sin embargo, recuerdo que hace quince años no se podía dar un paso sin oír hablar sobre artistas como Guns n’ Roses, Nirvana, Pearl Jam, Garbage, Alanis Morissette, Lenny Kravitz, o sin escucharlos por la radio. Hubo muchas promesas incumplidas, muchos grupos que deslumbraron al inicio de sus carreras pero que efectivamente no llegaron a nada, entre ellos Ugly Kid Joe, Counting Crows, Crash Test Dummies, Collective Soul, The Presidents of The USA… Pena me da recordar en qué han quedado los que probablemente fueran mis favoritos de los noventa: Spin Doctors.

Hay otros como Crowded House, Oasis, Weezer, que han continuado a pesar de los altibajos, y que cosechan bastante éxito de ventas en álbumes pero que son absolutamente irrelevantes. Los más llamativos de estos, U2 y R.E.M., auténticos dueños de la década pasada. También están los líderes de Pulp (Jarvis Cocker), Suede (Brett Anderson) o Blur (Damon Albarn) que intentan resurgir con nuevos grupos y proyectos (Relaxed Muscle, The Tears y Gorillaz respectivamente, por nombrar solo algunos), pero que se han quedado viejos. Y si hablamos de solistas, gente que parecía que iban a cambiar el rumbo de la música popular… mirad a Björk o a Beck, hoy día convertidos en –como mucho- adorables chiflados.

Hay dos sonadas (perdón por el chiste) excepciones al fenómeno que estoy describiendo: Radiohead y Wilco, pero ambas tienen truco. A Wilco no los conocía nadie en los noventa (fuera de los más espabilados) y ahora casi tampoco, pero da lo mismo: hoy existen aproximadamente novecientos mil grupos norteamericanos de country alternativo que suenan igual. Y mientras tanto, ellos siguen haciendo discos buenísimos y preparándose para entrar en la leyenda. Radiohead alcanzaron el megaestrellato en los noventa, aunque en España no pasaran del “territorio indie (ahora le robo la frase a Julio Ruiz). Este grupo ha sabido como pocos, si no marcar tendencias sí adaptarse a ellas, y su sonido actual poco o nada tiene que ver con aquella especie de pseudo-grunge con el que comenzaron. Ahora, tras regalarlo por Internet, han lanzado su In Rainbows en los formatos tradicionales y esta semana están de número uno en ventas tanto en Gran Bretaña como en USA.

A veces pienso que la gente que está haciendo música ahora –y triunfando- no debió escuchar la radio de pequeñitos. O a lo mejor sí la escuchaban y la han rechazado por deprimente: “I feel stupid and contagious” (Nirvana), “I’m a loser, baby, so why don´t you kill me?” (Beck), “I’m a creep, I’m a weirdo” (Radiohead), “Sometimes I feel like I don’t have a partner…” (Red Hot Chili Peppers). Si se me permite designar a un poker de grupos de referencia actuales, ¿qué discos escuchaban los Strokes, White Stripes, Franz Ferdinand o Arctic Monkeys cuando volvían del colegio? Los de Nirvana no, desde luego. Ni los de Stone Roses. Es natural que las nuevas generaciones rechacen la música de sus padres, pero ¿también la de sus hermanos mayores?

viernes, 11 de enero de 2008

Estoy colada por Obama


Año electoral en USA… ¡no nos queda nada! Recuerdo al respetable que las elecciones en Estados Unidos tendrán lugar el martes después del primer lunes de noviembre de 2008 (uséase: Election Day), que este año cae el día 4 de dicho mes. Pues bien pareciera que las elecciones fueran a ser mucho antes, dada la caña informativa con que nos están azotando los medios. Y ¡ojito!, que esto todavía son las primarias internas de cada partido…

Aun concediendo la importancia de unas elecciones presidenciales estadounidenses a nivel global y la relevancia que tienen para el futuro de muchos países, el nuestro incluido, sinceramente pienso que a los periodistas españoles esta vez se les ha ido la perola con la cobertura informativa. Joder, ¡que las elecciones en España son el 9 de marzo y hablan menos de las nuestras que de las gringas! Aunque bien pensado… tal vez sea una ventaja, ¡de lo que nos podemos estar librando! Para entretener al personal, lo mismo da un Madrid-Barça que un Hillary-Obama.

No quiero en este post ponerme trascendente ni realizar un análisis serio de la política USA, solo quería dejar constancia de un fenómeno de nuestro tiempo a nivel de propaganda electoral: la “chica Obama”. ¿No habéis visto en YouTube el videoclip de Obama Girl? Pues seréis de los poquitos: creo que ha sido de los dos o tres más vistos de esa web en todo 2007, solo superado por el del fan histérico ese que llora pidiendo que dejemos en paz a Britney Spears. El vídeo de Obama Girl es acojonante (perdón, pero no encuentro otra palabra). Se trata de una modelo/actriz petada que encarna el papel de una chica superfan de Obama Barack, uno de los candidatos del Partido Demócrata a ser candidato a la presidencia de Estados Unidos. Pero esto es un videoclip, o sea que hay una canción, que interpreta la chica, arrobada por el candidato.
El título lo dice todo: “I Got a Crush On Obama” (“Estoy colada por Obama”).

Obama Girl sale luciendo palmito junto a Obama (en un burdo montaje), se la ve gozar con los discursos del político, y mientras se contonea canta cosas como “Tan negro y sexy, estás muy bien”, “Bajé mi pancarta de Kerry y supe que tenía que hacerte mío”, Baby, eres el mejor candidato/ me encanta cuando te pones duro con Hillary en los debates”… no deja de ser una broma, pero eficaz, dada su repercusión. El propio Obama lo ha linkado en su web oficial, tras el video original han surgido varias secuelas como “Obama Girl contra Giuliani Girl”, “El regreso de Obama Girl”, y la cosa continúa.

Todo esto está muy bonito, a mí me ha hecho bastante gracia, pero pensemos. Es increíble cómo ha evolucionado la propaganda política en los últimos tiempos. En USA, hemos pasado de las chapas pro-Eisenhower tipo “I Like Ike al vídeo en YouTube de “Obama me pone”, y en España de la pegada de carteles de Suárez, Fraga y Felipe a la guerra también de vídeos tipo Hay motivo del PSOE o aquella parodia de Pasapalabra con una chica progre y un pijeras. No dudo de que Obama Girl vaya a ser una poderosa arma de campaña para el candidato a candidato demócrata, pero recordemos que para las elecciones de verdad, las presidenciales USA, faltan todavía diez meses.

Y es que queda aún mucha, pero muchísima tela que cortar. Resta por ver, para empezar, si Barack Obama será la persona designada por su partido para concurrir a dichas elecciones. Parece ser que es un candidato que mola, en primer lugar, no es Bush hijo, es demócrata, es negro (no hay incorrección política, lo dice la propia Obama Girl: “me gusta que mi hombre sea como el café”), se presenta como la voz de los oprimidos… No soy experto ni analista de nada, vuelvo a decirlo, pero he aquí mi dictamen. ¿Un negro presidente de Estados Unidos? ¿Y llamándose Barack Hussein Obama? Sé que es cruel decirlo, pero eso no lo veremos ni vosotros ni yo.



 
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