Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

viernes, 27 de febrero de 2009

El día de Andalucía


Me manda el buen Harvest este cuento corto así, en crudaco, supongo que para animarme, y me ha parecido oportuno publicarlo hoy.



Al día siguiente era el día de Andalucía, pero caía en sábado.
“Maestro, hoy no haremos na, ¿no?” -preguntaba una cara de pan con una sonrisa orejera de quien se limita a constatar lo obvio.
“¿Y eso?” -el profesor se hizo el nuevo mientras se estaba quitando el abrigo.
“Hoy es el día de Andalucía”.
“¡Hoy no, mañana!” -corrigió una alumna que en clase solo intervenía para interrumpir a los demás.
El profesor echó un vistazo al aula que tenía delante: era un espacio grande, una clase seminueva pero bastante deteriorada. Los tristes fluorescentes y el 70% de bancas libres le daban un aspecto más desolador que de costumbre.
En las ocupadas, once adolescentes de entre quince y dieciséis años se desperezaban, mirando aburridos en el mejor de los casos, o se afanaban en bromas y gritos mañaneros de baja intensidad.
“¿Y qué vamos a hacer hoy?” -fue la pregunta de un joven indolente que había empezado a dibujar un caballo. El caballo era una miniatura, con muchos detalles, pelo negro, crines bien cuidadas, la marca del hierro... detrás iría un carro. ¿Y qué vamos a hacer hoy?
“Pues yo había pensado en hacer Inglés,” -contestó el profesor de Inglés- “si os parece”. Ellos pretendían que él se inmutara, ese era su trabajo. El de él era no inmutarse. “Pero si queréis hacemos Matemáticas, o Química”.
“¡Venga, sí, sí, Matemáticas, que tenemos ejercicios!” La ironía cursa muy mal la enseñanza secundaria. Y además, si él hubiera sido el profesor de Mates los alumnos no hubieran consentido ni en oír hablar de expresiones de segundo grado. Hubieran dicho “¡Inglés!”
Hoy solo once alumnos de casi treinta. “¿Tú sabes por qué hoy no han venido los chiquillos de El Cerro, maestro?”
“No tengo ni la más remota de las ideas”.
“Pues porque hoy no hay clase en el colegio de El Cerro, maestro, por el día de Andalucía, y los chiquillos no han ido al colegio”.
“¿Y no vamos a hacer na por el día de Andalucía?” -interrumpió un alumno nervioso, con cara de ir a comerse el mundo o un bocadillo bien grande.
“¿Eh, maestro, no vamos a hacer na?”
“Pues no sé yo que haya preparada ninguna actividad”.
“¿Qué?”
“Que que yo sepa, hoy no... ¡Noelia, te quieres callar?... que hoy no hay nada previsto”.
“Pues yo he escuchao que nos iban a dar un desayuno”.
“Yo no sé nada, pero es verdad que en algunos institutos se hace”.
“Menos mal... si lo del desayuno es una mierda, maestro. Te dan ahí una mierda pan chiquinino ahí con aceite, que eso está más malo...”
La carcajada fue generalizada pero el profesor no se reía. Apoyado en su mesa con gesto de cansancio, calculaba. Calculaba que hoy la cosa iba de perder el tiempo hablando, de no querer dar clase. Como todos los días, por otra parte. Con el agravante de que mañana era el día de Andalucía y hoy solo habían venido a clase once alumnos.
El profesor pensó rápido, ese era otro de sus trabajos. Tendría suerte si conseguía negociar con ellos un acuerdo: media hora dando clase y trabajando y el resto del tiempo libre para que charlaran/gritaran. Visto lo visto, aquello ya supondría una victoria táctica.
“Pues maestro,” -amenazó el alumno más sonriente del pueblo, con la inexorabilidad que da el saberse en posesión del mango de la sartén- “a mí que no me busquen para cantar el himno ni la bandera, porque yo cuando estén celebrando el día de Andalucía tos los maestros yo voy a estar jugando al fútbol”.
No, si te parece.

jueves, 26 de febrero de 2009

Tres postales de febrero


Postal 1. Querido Antonio:

He sabido por la prensa que se cumplía el 70 aniversario de tu muerte. No me acordaba, la verdad; cuando era escolar me tenían al tanto de todas estas conmemoraciones, pero ya no está uno para esas cosas. Recuerdo que en 5º de EGB tuve que hacer un trabajo en grupo sobre tu vida y obra: se cumplía el 50 aniversario.

Te rindo hoy mis respetos, igual que esos que fueron el otro día a Colliure a verte a tu tumba (yo de ti no les escucharía, sospecho que te sacan en procesión para sus intereses políticos). Últimamente me he acordado mucho de tu poema “Las moscas”, ya se vuelven a ver moscas en
Cosica: señal inequívoca de que el invierno está derrotado.


Postal 2. Querido Pablo:

Parece que (también) hoy la cosa va de poetas. Quería contarte que estos días ando un poco triste (es un understatement: mi formación inglesa... ya sabes... aunque a ti lo inglés te cayera tan mal). Una de las pocas cosas que me han dado consuelo ha sido releer tu libro Estravagario (1958)... sonríes, claro, ya me sé por qué. En este libro se encuentra tu poema “Las estatuas verdes sobre el techo de Notre Dame”, que hoy en día resulta ser más verdad que nunca. Y otros muchos poemas, Pablo, fantástica terapia.

También han estado por ahí ayudándome John Donne, Siegfried Sassoon (con aquel poema dedicado a su hermano muerto en la batalla de Gallípoli), Richard Lovelace, el buen Cortázar... Querido Pablo, presiento que tendré que volver a menudo a esos versos tuyos que reivindican el azúcar y las alegrías.


Postal 3. Querido Dios:

No me voy a ir de ñoño, tranquilo: ya que te escribo, hagámoslo bien. En realidad esta postal es para decirte que no estoy enfadado contigo, estamos en paz. Y que aunque a diario parezca que no te tengo muy cerca, de ti nunca me alejo demasiado. También quería decirte que yo, como Fran G. Matute, hace poco he asistido a “una misa sorprendentemente coherente y reconfortante” (sospecho que es la misma). De ti no conviene alejarse demasiado.


Eso lo sabía bien Antonio Machado, a quien este mes le he escrito una postal. Tras una dolorosa pérdida Machado dejó escrito que, cuando vio la gracia de la rama verdecida de un olmo seco, su corazón esperaba “otro milagro de la primavera”. Bonitas palabras, sin duda dirigidas a ti, aunque fuera en plan deísta.

Adiós, Dios.

lunes, 23 de febrero de 2009

La risa

Decía F. Scott Fitzgerald que él escribía “con la autoridad que me da el fracaso”. Yo, en cierto modo, hoy también, aunque mejor diré que os escribo con la autoridad que me da la pena. La “pena negra”, la que te deja “umbrío, casi bruno”. Pero el post de hoy va sobre la risa. Hoy me vais a permitir que defina la risa como el pegamento necesario para que todas las relaciones sociales tengan éxito.

Siempre añora uno lo que no posee, la manduca el hambriento, el pobre los dineros, eso por descontado. Acaso por esta razón miro hoy con esperanza al horizonte de la risa, por hacerme falta ésta con más urgencia que nunca antes. Decía también el buen Oscar Wilde que todos los seres humanos vivimos en la cuneta, lo que nos diferencia es que algunos están boca arriba y pueden mirar a las estrellas. Hoy yo miro a las estrellas, y a las bocas de los rientes con admiración y envidia.

Los que leéis Estatuas sabéis que soy un gran defensor del humor como filosofía de vida. Y que muchas veces calibro las cosas según el grado de humor que contienen. Creo sinceramente que hay un continuo entre el “humor absoluto” y el 0% de materia graciosa, y es importante saberlo. Normalmente busco la sonrisa, acecho la risa, fomento la chanza, creo la ocasión para la broma. Mis compañeros de trabajo lo dicen frecuentemente: en esta profesión, o te estás todo el día riendo o es para echarse a llorar. No hace ni quince días que un amigo le comentaba a otros, “Hay que ver lo gracioso que es Porerror, que siempre está contento”. Y a esas y parecidas palabras me agarro cuando no estoy contento.

Uno no repara en las cosas hasta que no le extrañan, y a mí nunca me había chocado hasta ahora la cantidad de tiempo y dinero televisivos que se dedica en España al buen rollo. Humor y buen rollo, nos los despachan por arrobas programas que normalmente forman parte de mi dieta básica: Sé lo que hicisteis, El intermedio, La tira, Maitena: Estados alterados, La familia Mata, Ven a cenar conmigo, El hormiguero, Muchachada Nui... Sin contar con el humor regional y verdadero de unos -digamos- Carnavales de Cádiz, cuyo concurso de coplas se ha venido televisando durante las dos últimas semanas.

Acudo a mis estanterías de DVDs y compruebo que al menos el 60% de lo que tengo son comedias, comediotas o series de humor. De Lubitsch a Judd Apatow, de Sucedió una noche (1934) a American Pie 2 (2001). Ahora no me apetece verlas, la verdad, pero sé que ya me apetecerá. Que volveré a contar chistes, que volveré a comprar El Jueves. Hablo con amigos que me sacan a tomar café estos días: por fuerza acabamos por reírnos. Dice una especie de refrán sacado de la serie de humor Búscate la vida (1990-91) que “exceso de tragedia igual a comedia”. Hasta en lo más negro y en lo más patético surge la exótica perla de la risa, como una flor que crece sobre un montón de estiércol.

Volveré a reírme, volveré a disfrutar del humor negro de Plácido (1961) y El gran Lebowski (1998), volveremos a reírnos todos, familia, amigos... es justo y necesario que así ocurra. Lo que no volveré a oír jamás serán las carcajadas de mi hermana, a quien tanto quería.

sábado, 14 de febrero de 2009

Spoiler e injuria de Benjamín Buton


Amigos: un post corto para contaros que vengo de ver la peor película en lo que llevamos de siglo. ¿Su título? El curioso caso de Benjamin Button (2008) –a partir de ahora la llamaremos Benjamín Buton, para entendernos. El buen Fran G. Matute ya nos advirtió en su soberbia crítica de lo requetemalísima que era esta peli. Pero también decía en su post que Tom Hanks era pupi o algo así, y yo desconfié del muchacho. Nunca lo hiciera. No pretendo hacer una crítica cinematográfica de Benjamín Buton, pero siento que debo escribir sobre la peli porque EL MUNDO DEBE CONOCER.

Decía el gran Carlos Pumares en su programa hace quince años que hoy en día es casi imposible que una peli sea mala. Por definición, si una peli está bien financiada y realizada por profesionales, no estará mal fotografiada, maquillada, iluminada, vestuariada, musicada y –normalmente- actuada. El guión puede ser malo, en el sentido de aburrido, absurdo o inconsistente y la dirección incapaz, porque no logre transmitir lo que se pretende o porque el efecto sea un rollazo o un despropósito. Benjamín Buton es todo esto y mucho más, y ahora entiendo que su comparación con Forrest Gump (1994) no era ociosa. A la sarta de disparates que Fran G. nombró en su paralelismo yo quiero añadir dos: 1) niños con problemas motores y 2) tontos de por vida.


Veo Benjamín Buton y tengo la desagradable impresión de estar siendo la víctima de una broma pesada. A medida que pasa el tiempo mi irritación crece. La película dura poco más de dos horas y media y es triste constatarlo, pero le sobran aproximadamente 150 minutos de metraje. Lo que dura el trailer, exactamente, es lo que da de sí la historia, dizque basaba (levemente) en uno de esos cuentos que F. Scott Fitzgerald se ganaba la vida escribiendo, entre sorbito y sorbito de coca-cola. La peli empieza como un ensueño de época, continúa como una fábula en plan Big Fish (2004) y en algunos momentos nos parece estar viendo Titanic (1997), debido a unos absurdos y constantes saltos narrativos en el tiempo que no aportan nada a la narración, como no sea ralentizarla.

El personaje de Brad Pitt es una mezcla de los de Forrest Gump y Joe Black, con el irritante INRI de que el uno era tontico y el otro el Diablo poseyendo a un humano, pero este no tiene excusa. Benjamín Buton, alias “el niño ciruela pasa”, parece en plena posesión de sus facultades mentales, pero resulta que es mongolo durante toda su vida. Copón!!! ¿Ni tirarte a Cate Blanchett te espabila, nene? ¿Ni ver a los Beatles por la tele?


Una idea que a priori podía estar bien (un hombre que nace viejo y va rejuvenenciendo con el paso del tiempo) se convierte -una vez se gastan en ella más de 160 millones de $- en un rosario de disparates, situaciones fatuas y alegatos falsamente poéticos. Empezamos con Benjamín Buton, continuamos con Cocoon (1985) y para cuando la peli lleva una hora y media en marcha ya no sabemos si estamos viendo Benjamín Buton, Cayo Largo (1948), El graduado (1967) o Matar a un colibrí. Total, que al final la sensación que le queda a uno es que ha visto cómo alguien echaba por la taza de un váter 125 millones de euros y tiraba de la cadena.

No voy a negar que ha habido cosas de la peli que me han agradado: el personaje del pigmeo, la fugaz parte en que Brad Pitt y Cate Blanchett coinciden en edad y son felices… pero esto apenas cubre el 10% de la obra. Y para remate de los tomates todo el pastel se desarrolla en Nueva Orleans, durante el Katrina (just how convenient!). Si querían hacer una peli sobre Nueva Orleans… ¿por qué no rodaron La conjura de los necios? La parte de los necios sí que la han clavado…

jueves, 12 de febrero de 2009

Los griegos tenían razón


“Y sé que sigo y sigo porque sigo”
(Pablo Neruda)




Lo estabais esperando. No lo neguéis, porque lo estabais esperando, leñe. Hoy por fin me he decidido a hablar de mi experiencia en el gimnasio. Esta semana he ido –como todas las semanas- mis tres diítas, solo tuve el parón de mi etapa enferma-invernal. En enero volví con fuerza a este gimnasio de Cosica, gimnasio de mis pecados, que cuesta 10 euros al mes.

Cuentan los más viejos del lugar que antaño (hace una década) el gym municipal de Cosica era un asunto turbio: un señor inmóvil, sentado junto a su perro, hacía las veces de encargado de unas instalaciones cutres y unas máquinas de ejercicios de más que dudosa utilidad. Pero en la actualidad la historia no podría ser más diferente: sin ser aquello el Gran Gimnasio de la Gran Cosa, ahora es mi pequeño gimnasio de Cosica. Bastante digno, bastante bien surtido de pesas y aparatos, según varios profesionales de la educación física que lo frecuentan. Baste decir que a él acuden gimnastas y deportistas de toda la comarca, incluido el pueblo de Valdepellizcos, que está a 17 kilómetros.

Yo no he sido nunca persona de gimnasio, digámoslo. Nunca en la vida me ha interesado. Cuando, con 18-19 años, a muchos de mis colegas les entró la fiebre de apuntarse a levantar hierro a mí la verdad es que el tema no me llamó la atención. En diversas ocasiones, el aburrimiento o la tristeza sí me han empujado a hacer deporte, incluso a acudir a algún que otro gimnasio. Pero nunca había tenido una experiencia tan continua e intensa como ahora. Nunca esperé ir al gimnasio a divertirme, y no lo hago (tampoco os voy a engañar): al contrario, sufro de cojones. El truco está en que compensa.


Pese a todo el sufrimiento físico y psicológico que el esfuerzo en el gimnasio me comporta, he de decir que luego mágicamente la cosa sí que compensa. Llamadlo “endorfinas”, “la huella deportiva” o como queráis. Hacer deporte te hace sentir bien, es correcto: los griegos tenían razón cuando dijeron aquello de “Mens sana in corpore sano”… ah, no! Que eso lo dijo Juvenal, que era romano. ¿Griegos, romanos? ¿A mí qué más me da, Cabesha? Lo que el buen Juvenal, el Barón de Coubertin y su puta madre se olvidaron de contarnos era que el deporte compensa a posteriori (muy a posteriori), porque mientras se practica es una auténtica tortura. O díganme ustedes qué placer encuentran en acabar derrotados, doloridos, sudados a más no poder y sin poder levantar ni las pestañas tras una sesión de machaque.

Mención aparte merece la fauna del gimnasio, yo no tengo un suficiente conocimiento taxonómico para establecer aquí categorías, pero hablando de ejemplares sueltos, ve uno cada cosa… La verdad es que en esto yo tenía bastante prevención, hay mucha leyenda negra. Cierto que hay unos cuantos personajes de agárrate y no te menees. Adictos al ejercicio, hipermusculados, vigoréxicos, desocupados, merodeadores… pero la inmensa mayoría de la peña que va es gente sana, amable, currantes, que luego van a echar un ratito por la tarde a su gimnasio. Gente muy normal. Incluso en Cosica contamos con un campeón de España de culturismo y os puedo asegurar que es la persona más llana, humilde y amistosa del mundo.


Hoy ha sido uno de esos raros días en que se alinean todos los planetas y he podido echar una horita y media de gimnasio que yo califico como “perfecta”. He tenido tiempo de sobra, he ido tranquilo pero sin pausa, charlando con compañeros y nuevos conocimientos que he trabado allí (alguna juerga nos hemos llegado a correr los del gimnasio en el pueblo, no os digo más). He hecho un par de circuitos de tren superior y otro par de piernas, con mis maquinurrias, mis pesas, mis series de repeticiones… mientras en la radio sonaban Alanis Morisette, La Oreja de Van Gogh o Coldplay. Después mis tablitas de abdominales, superiores e inferiores, para finalizar con 30 minutos sudando como un puerco en el treadmill, la cinta de correr, o no sé cómo se le dice en español.

No seré Sorsenague ni me pondré como una piedra, pero me siento bastante orgulloso de acudir allí tres veces en semana (más no, porque “exceso de comedia igual a tragedia”) y de echar mis buenos ratos. Y sobre todo, de no dejarme vencer por la pereza ni ninguna excusa para dejar de hacerlo. Como bien le contaba anteayer a un buen amigo, si llego a autoconvencerme de que me viene mal ir a un gimnasio que está a cuatro minutos andando de mi casa y que me cuesta na y menos… mal iríamos. Y vamos bien.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Manuel Alexandre/Steve Martin


Una vez más el telediario de Antena 3 me provoca una montaña rusa de sensaciones: emoción, indignación, hambre, rabia… En este caso lo que me punza es su sección de espectáculos (más de medio noticiario), y voy a tratar aquí de ordenar unas cuantas ideas y de estructurar estas sensaciones.

Noticias al azar, ideaas geniaales, vemos hoy que andan por ahí promocionando la nueva secuela de La Pantera Rosa. ¿La peli de 1963, con Peter Sellers? No, señora: la peli de 2006, con Steve Martin. ¿Cómorr? Exacto. También nos es dado recordar cómo anteanoche, en la gala de entrega de los premios TP de Oro, le cayó un galardón-homenaje al actor Manuel Alexandre (el que recientemente hacía de Franco).


Manuel Alexandre y Steve Martin: la cara y la cruz del humor, ¿eh? Ambos son actores cómicos, ¿la gran diferencia entre ellos? Que uno es gracioso y el otro no. Que uno es divertido y el otro irritante. Que uno causa risa y el otro pena o enfado, etc. Adivinen cuál me encanta y a cuál no puedo soportar.

La verdad es que llevaba toda la tarde barruntando un post que se iba a titular “Steve Martin: ¿Error de Dios?” pero a última hora me ha parecido un poco injusto y cruel… para con Manuel Alexandre, mi otro protagonista del día, alguien que no podía quedarse arrumbado. El galardón a Alexandre me ha caído muy bien, me parece que todos los homenajes que se le tributen a este actor de 91 años en vida serán pocos.



Manuel Alexandre empezó en el cine con Berlanga, haciendo un corto papel de funcionario en ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1952). No he visto toda su filmografía, ni de lejos, pero lo que he visto me ha bastado para asegurarme de que es uno de los mayores talentos que ha dado la interpretación en España. Si os fijáis en la lista de mis pelis favoritas, él es el personaje clave de Los jueves… milagro (1957), también de Luis G. Berlanga. Otras barbaridades en que aparece fueron Muerte de un ciclista (1955), Calle Mayor (1956), Calabuch (1956), Plácido (1961), Atraco a las tres (1962), El verdugo (1963), Amanece, que no es poco (1989)…

Todo lo que ha hecho no son obras maestras, sobre todo en los 70 y 80, pero creo que este currículum basta y sobra para taparle la boca a cualquiera. Y luego está Steve Martin, ¿eh? Este pasó de monologuista carente de gracia a actor cómico carente de gracia pasando por actor dramático o no-se-sabe-bien-qué. Los años dorados de Martin sí fueron los 80, con títulos como Tres amigos (1986), La tienda de los horrores (1986), Roxanne (1987), Mejor solo que mal acompañado (1987), Dulce hogar… a veces (1989), El padre de la novia I y II (1991 y 95) o Sargento Bilko (1996). Pelis algunas más que meritorias, que indefectiblemente contaban con la impresentable actuación de Steve Martin.


Los únicos trabajos de este caricato que me parecen aceptables (andaría drogado, o se pondría a actuar bajo hipnosis) son las de Cliente muerto no paga (1982) y Esposa por sorpresa (1992). Aquí le vino a ver la Virgen en estas pelis, porque la verdad es que sus personajes le quedan francamente bien. Últimamente se ha dedicado a injuriar la memoria de Blake Edwards, Peter Sellers, David Niven, Robert Wagner, Claudia Cardinale y Capucine protagonizando ese remake de La Pantera Rosa, cuya segunda parte nos llega ahora (2009). El reparto lo completan Jean Reno, Andy García, Jeremy Irons y yo no sé quién más (en la de 2006 salía hasta Beyoncé), buenos actores pero, claro, ninguno de la talla de Steve Martin.

En una entrevista de promoción, el buen Martin deja caer que él se compara con los grandes del humor: Chaplin, Jerry Lewis, Buster Keaton… casi nadie. Yo por poco me atraganto, comiendo. Mientras tanto, seguro que el buen Manuel Alexandre estaría en su casa acurrucando su nuevo premio, que pondría humildemente junto al Goya que le dieron en 2003 a toda su carrera. Guardo como oro en paño el autógrafo de Alexandre que hace años mi padre me trajo de Madrid. Después de todo, él vio a San Dimas (encarnado por Pepe Isbert), ¿no?. El autógrafo de Steve Martin no lo tengo. ¿Me lo podéis conseguir alguno?

martes, 10 de febrero de 2009

Poesía para los que leen prosa


Poesía para los que leen prosa (Visor, 2004) es una antología que el escritor Miguel Munárriz preparó para abrirle el apetito a los que no frecuentan la lectura de poemas: poesía para los que no leen poesía (parece ser que esto último ya era el título de una obra de Hans Magnum Erzenberger). Es un libro cuyo título puede llamar la atención de cualquiera en una librería: a mí me ocurrió hace 4 años y se lo regalé a mi madre.

Mi madre sí lee poesía, ella me aficionó a mí casi sin saberlo. Pero el libro me pareció simpático como regalo. Estaba en su casa y este fin de semana se lo he robado y me lo he leído. Y lo traigo hoy a colación por un contraste de extremos: los que leen mucha poesía y los que la aborrecen o al menos la ignoran. El otro día me invitaron a cenar tan ricamente unos amigos muy poetas, buena gente (no tiene nada que ver lo uno con lo otro, pero estos son las dos cosas). Además de chistes, barbaridades, discusiones, canciones, gin-tonics, anécdotas, etc… esta pandilla es muy de recitar, y no me defraudaron: Gil de Biedma, Ángel González… también se sentaron a la mesa.

¿Pedantes? No, copón: gente con alma. Muy poéticos, digo, y también tengo el otro extremo contrario, amigos que no trabajan la poesía. Más de uno ha dejado ya comentarios en este sentido en Estatuas Verdes, donde todas las opiniones son bienvenidas (salvo las loas a Melendi). Hace unas semanas otra lectora me contaba que, sí, que el post de las naranjas muy bonito, pero que, claro, ella… los poemas… La razón más extendida para este rechazo es “no entiendo la poesía”, y esto puede ser verdad, pero me temo que en muchos casos esta “falta de entendimiento” viene motivada por un complejo/tara que es culpa del modo en que se enseña poesía en la escuela española. Munárriz también deja caer algo de esto en su introducción.


“Leamos el poema”agonal carro, era del año la estación florida, en tanto que de rosa y azucena, polvo serán mas polvo enamorado… total, que poesía eres tú pero “tú” no te enteras ni jota. Y es verdad. ¿Por qué ibas a penetrar unas formas y un lenguaje artificialmente diseñados hace siglos por gente cuyos valores (heroísmo, religión, honor, decoro…), además, te son remotos? Menos mal que al rescate siempre viene –o siempre venía- el profe de turno que te “explicaba” el poema y “lo que quería decir en realidad el autor”. ¿Qué cojones “en realidad”! En realidad el autor quiso decir lo que dijo, por eso se curró unos versos que son recordados con el paso del tiempo.

El error de concepto (un concepto decimonónico obsoleto) consiste en pensar que las obras literarias encierran significados ocultos y que solo unos pocos iniciados pueden desentrañarlos. Mentira. Cierto es que la poesía y la literatura, como todos los ámbitos, tiene sus nociones, sus reglas (aunque sea para saltárselas), su vocabulario técnico y sus lugares comunes. Igual que la papiroflexia o la hípica. Pero basta con conocerlos un poquito, e incluso sin conocerlos, las poesía se puede disfrutar a muchos niveles.


Vuelvo al principio, al libro de Poesía para los que leen prosa (porque si de entrada no leías nada la cosa puede ser un tanto ardua), la antología se centra en poemas fáciles de comprender, no enrevesados ni especialmente simbólicos. El 99% son poemas del siglo XX y abundan los de tema anecdótico, de fácil lenguaje, coloquial… En la nómina de autores encontramos a los sospechosos habituales de ambos lados del Atlántico (Benedetti, Ángel González, Gil de Biedma, Borges, Neruda, Bécquer, Machado) y a otros malditos o más precisamente menos obvios (David González, Jon Juaristi, Juan Bonilla, Manuel Rivas). También hay una sección de recomendaciones muy bonita, en la que famosotes de las letras dejan dicho su poema favorito: leemos así lo que le mola a Imanol Arias, Iñaki Gabilondo, Lorena Berdún, José Saramago o Leonor Watling. Y no recomiendan mierdas, ninguno.

Yo os recomiendo este libro a todos vosotros, lectores de Estatuas Verdes, avezados lectores de poesía o neófitos en la materia. Y te lo voy a regalar, a ti, Ana: para que por fin “entiendas” la poesía y puedas así aficionar a lo que venga.

lunes, 9 de febrero de 2009

Mis pelis


“Cine, cine, cine, cine… más cine por favor”
-L.E. Aute



Mis pelis, ¿eh? Mis pelis, las de todos, cada uno tiene sus pelis. Las favoritas, las que mola decir (las que conviene decir) y la “otra” lista, las verdaderamente favoritas, que nos daría como vergüencita. “¿O solo me pasa a mí?” (por citar la catchphrase de los lamentables monólogos del personaje de Alexandra Jiménez en La familia Mata).

Creo que ya conté en una ocasión el furor por elaborar listas de favoritos que barrió mi familia hará unos cinco años, todo surgido de la mente de un tío mío muy activo y extremadamente cinéfilo y melómano. A partir de aquellas listas (de pelis, discos, canciones, comidas, cuadros, esculturas, ciudades, libros, edificios…) rescaté las que puse a la izquierda de Estatuas Verdes, y no me dio apuro admitir que mi película favorita de todos los tiempos es Star Wars (1977). Tratar de negarlo sería no ser fiel a mí mismo, y no está el horno para bollos.

En los últimos días he tenido una cierta crisis en el ejercicio del criterio (sueno como el jodido Benedetti!), motivada, de un lado, por las críticas a mis gustos musicales que el buen lector Migue vertió sobre mí en persona el sábado pasado y, de otro, por las críticas a mis gustos fílmicos vertidas en el blog de cabecera Almanaque de otoño. Es bromita, no me han dolido. Pero estas cosas me han hecho pensar y me he decidido a “salir del armario”, peliculísticamente hablando.


Ya cuando me inscribí en la web de apreciación cinematográfica Film Affinity me sorprendí a mi mismo dando puntuaciones escandalosamente altas (sobre 10) a bodrios confirmados. ¿El problema? Ninguno, salvo que me he dado cuenta de que mis gustos en cine son pupita. Y sí, soy capaz de apreciar Ciudadano Kane (1941) o Casablanca (1942) como el que más (Lo que el viento se llevó -1938-, no). Y en mi lista de favoritos no faltan John Huston, Hitchcock, Coppola o Billy Wilder. Pero en mi olimpo personal tienen un pedestal reservado pelis “malas” de la calaña de Loca academia de policía (1984), Aterriza como puedas (1980) o Juegos de amor en la universidad (1985).

Polemizando sobre los últimos estrenos, mi amigo me hace ver que tal vez Un, dos, tres, splash (1984) o Forrest Gump (1994) no sean las obras de arte que yo las considero. Lo de Forrest Gump para mí es la excepción que confirma la regla, no estoy tan dispuesto a admitir que esa película no sea buena o esté bien hecha, actuada o contada. Pero también me comentan que según no sé qué otra página web de crítica de cine Solteros (1992) de Cameron Crowe es una gran mierda, cuando yo la considero posiblemente la película que más ha influido en mi vida (la veo mínimo una vez al año, desde que tenía 17). ¿Son ambas cosas incompatibles? La verdad es que no, esto no me causa un trauma.

Sería un debate inútil dictaminar aquí si tal o cual peli es meritoria o no, no estoy tratando de establecer unos criterios objetivos de calidad cinematográfica válidos para todo el mundo. Solo os cuento cómo me fascina contrastar la importancia biográfica de unos títulos que yo me llevaría a una isla desierta (por diferentes motivos) y que la Historia del Cine seguramente condenará al cubo de la caca. Esto se hace extrapolable al ámbito de las canciones, los libros, etecé, etecé.


Y creo que como yo, todo el mundo tendrá esa nómina de títulos más o menos inconfesables, que no revelaría en la primera conversación con alguien, entre sus favoritos personales. Estoy hablando de valor sentimental. Sin ir más lejos, la semana pasada un compi de curro (artista gráfico y poeta, para más señas) me contaba que se estaba bajando algunas de sus pelis seminales: La historia interminable (1984), Dentro del laberinto (1986), Cristal oscuro (1982)… yo enseguida pensé “Menudo rollo: ¡vaya bodrios!” Pero me privé de decir nada, a la vista de que una de mis obras maestras personales más incontestables sigue siendo la singular Papá Piquillo (1998).

domingo, 8 de febrero de 2009

Hermana


“Soy la hermana pequeña de tu corazón...”
-Nosoträsh, “Punk Rock City”





Tengo una hermana que es idéntica a mí en todo sin parecerse en nada. No me voy de misterioso, simplemente lo que he dicho es una paradoja cuya resolución no soy capaz de explicar, si lo supiera os prometo que os lo contaría. Tengo una hermana que es la destinataria inconsciente de TODO lo que escribo y que jamás leerá ni una sola de mis líneas. No esperéis leer un comentario suyo a esta entrada del blog porque no lo va a dejar. Ella no sabe de la existencia de Estatuas Verdes, ni siquiera creo que maneje el concepto de “verde”.

Tengo una hermana que es tan igual a mí que se pasa el día tosiendo, igual que yo, y a base de nuestros espasmos musculares vamos tejiendo un morse secreto de complicidad, muy bonito, muy acompasado. No tengo ni idea de qué diablos es lo que decimos, del mensaje, pero no me cabe duda de que hay comunicación. Su mundo de ojos es la mejor estafeta de correos, sus sonrisas, cada vez más escasas pero nunca arbitrarias, tampoco es que sean mancas. Con esto ocurre como con el arte abstracto o algunos poemas: o te llega o no, o lo comprendes completamente desde el principio o ya te puedes sentar a esperar que alguien te lo explique. Pero nosotros nos entendemos.

Soy un escéptico de las nociones de “lenguaje no-verbal” (para mí es una contradictio in terminis), “comunicarse sin palabras”, etc. Solo mi hermana es el punto de agarre que me hace sospechar de vez en cuando que pueda haber algo de cierto en esas cosas. Lo digo porque –y no es ofuscación de hermano- sin hablar nosotros nos entendemos.


Tengo una hermana gracias a la cual he comprendido por fin, después de treinta años dando tumbos, la expresión “carne de mi carne” y la expresión también del amor más absoluto. Decían en la cursi-peli Love Story (1970) que “amar significa no tener que decir nunca Lo siento. Yo os digo ahora que amar significa no tener que decir nunca nada.

La violencia más fuerte que he sentido nunca sobre mí es tener que soportar la separación física de mi hermana. La vida ha sido amable conmigo, qué queréis. Ha sido tan generosa que no he pasado grandes calamidades, y de las medianas, solo unas pocas. He vivido fuera varios años, en el extranjero (voluntariamente, ya sabéis), y lo que más difícil me resultaba era no ver a mi hermana todos los días. Ahora que vivo en Cosica es más de lo mismo, pero cuando voy los fines de semana a Miciudad, a casa de mi madre, tampoco tengo asegurado el ver a mi hermanita.

Circunstancias de la vida hacen que solo me esté dado ver a mi hermana dos días de cada catorce, y creo que a eso nunca podré acostumbrarme. Este fin de semana, mi hermana no ha estado entre nosotros, por eso me he lanzado a escribirle este post, que nunca leerá, pero que quedará en los archivos como el inútil mensaje en una botella de un náufrago analfabeto. El post lo preside una foto de Julio Iglesias como homenaje, por la simple razón de que es el artista favorito de mi hermana. No es muy común en una persona de 27 años, ¿verdad? Mi hermana tampoco es nada común.

jueves, 5 de febrero de 2009

Canción-obsesión


“Some-times-I-feel-I've-got-to-run-a-way-I've-got-to-get-a-way...” -la desgarrada voz de Gloria Jones atronaba unos versos de un perfecto ritmo yámbico (sílaba no acentuada-sílaba acentuada) en los altavoces Altec Lansing. ¿“Desgarrada” o “desgarradora”? Ambas cosas, qué cojones. Su voz raspa como papel de lija contra tus nudillos, nos habla de una urgencia psicosexual, el ritmo es ferroviario, pero por encima de todo ella te pide que no le metas mano: ella no quiere un amor manchado.

La canción es “Tainted Love”, un oscuro exitillo soul de 1964 rescatado ahora en mi imaginación gracias a que el otro día estuve en una pinchada del ínclito Miqui Puig y esta fue la segunda canción que puso. Corrí a mi casa a buscarla, creí que la tenía, no la tenía, pero no paré de cantarla durante los tres días siguientes. Un amigo me la pasa y ahora no puedo parar de escucharla: Gloria Jones desayuna conmigo, me acompaña al trabajo, me ayuda a fregar los cuartos de baño... En el recuerdo, otras meritorias versiones de “Tainted Love”: la más famosa, la de Soft Cell, que All Music Guide tilda acertadamente de “amariconada”; la más cañí, aquel “Falso amor” de La Unión (“aceptamos baaarco...”).


Canción-obsesión, obsesión por una canción. No es la primera vez que me da por una canción obsesivamente: no será la última. Antes vinieron otras, “The Night They Drove Old Dixie Down” de The Band (prometo un post sobre este tema y la Confederación Sudista), aquella que ya mencioné de “Hanging On the Telephone”...

Esta mañana, en la ducha, me descubro cantando: “I used to rule the world, seas would rise when I gave the word...” Viva la Vida! Pues ¡viva!, pero que viva más cerca, y a ser posible que viva en un pueblo en el que haga menos frío. El otro día me dio por mirar en Internet la letra de esta popular canción de Coldplay, y desde entonces también me acompaña. Aunque la canción está en inglés, confieso que no entendía un pimiento, salvo la frase en la que nombra a San Pedro. Hoy en el trabajo, toda la mañana tarareando la puta intro (ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta...), utilizada ya en varios anuncios.


Anoche, en una barbacoa guión juerga flamenca (“En Cosica estáis todo el día de fiesta, ¿eh?” -me dice un amigo con quien hablo por teléfono, entre lomos y fandangos), un compañero de trabajo sacó a relucir el nombre de Spandau Ballet: PELIGRO. Aunque el médico me tiene prohibidísimo el tecnopop de los 80, Spandau Ballet es un grupo que me encanta. Me parece que los Kemp y Tony Hadley tienen un talentazo que de haber florecido en otra década posiblemente estaría hoy entre la nómina de los grandes del pop.

Mi compi me recuerda el temazo “Gold” (“Gold! Always believe in your soul, you've got the power to know you're indestructible, always believe in...”) ¿Os acordáis? ¡Oro! Con ese videoclip impagable que era un homenaje a las pelis de James Bond y a la tienda de bisutería de tu barrio. Temazo. ¿Me dará por “Gold” de Spandau Ballet ahora? ¿Qué dirán de esto Gloria Jones y Chris Martin (el de Coldplay) cuando se enteren?

miércoles, 4 de febrero de 2009

Dr. Wyoming, o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la tele


“¿Es esto la vida real o es solo fantasía?”
-Queen




No quería hablar pero tengo que hacerlo. No quiero hablar pero tenía que hacerlo. No quería hacerlo pero tengo que hablar, etc. La tele, ¿eh? La “fábrica de los sueños”. Ah, no, que eso era Hollywood. En el post de anteayer la buena Rocío dejaba un comentario irónico diciendo que en las pelis siempre se hacía trampa con el espectador. Esto venía a que el buen Fran G. Matute había acusado a la peli La duda de engañar al espectador. El cine es engaño, en eso estamos de acuerdo: lo es por definición. Pero la denuncia del lector venía a a que hay veces que el engaño es desleal, cuando no por torpeza por incoherencia.

No creo que nos estemos refiriendo a Nueve reinas (2000) o a Sospechosos habituales (1994), esos engaños sí molan. Si veo una peli donde se me dice “blanco” y en la escena final resulta que era “negro”, no me siento engañado, si acaso admirado y complacido. Pero si veo una peli en la que salen dos que se dice que son hermanos y al minuto se están comiendo la boca, o la peli trata de incesto o me están tomando el pelo. (O es Mogambo -1953- doblada al español).

La ficción es engaño, sea en cine, TV o literatura. De hecho, la condición previa para que funcione la ficción, según el poeta inglés Coleridge, es lo que se llama “suspensión voluntaria de la incredulidad” (uséase: tú cuéntame lo quieras, que yo me lo creo tó). Si leo una novela y sale un señor volando es que ni pestañeo. Si sale en un telediario... mal rollo. El problema viene con la ruptura intencionada de las convenciones de los géneros, algo muy postmoderno. Pero que un género se “disfrace” de otro no es ni de lejos algo nuevo. La realidad o “no-ficción” siempre ha tenido mucho más prestigio que la ficción, de hecho las primeras novelas inglesas del siglo XVIII se presentaban como relatos periodísticos para no ser tomadas por historias frivolonas (p.ej. Robinson Crusoe, 1719). Un caso más cercano en el tiempo y el espacio lo tenemos en los chistes del inmortal Paco Gandía, que él presentaba como “casos verídicos”.


Pero este post va de TV, y recientemente estamos teniendo varios ejemplos de “noticias falsas” dadas por verdaderas por medios incautos que desconocían estar participando en un engaño. No es como si el 28 de diciembre el ABC da la inocentada de que el carnet del PSOE será obligatorio para aprobar unas oposiciones; en los casos a los que me refiero los propios medios que difunden la noticia son víctimas de la inocentada, preparada por otros. “Casualmente” todos estos episodios recientes tienen como origen a La Sexta, cadena muy de izquierdas que se hace pasar por neutral, y que es la que yo más veo (con diferencia).

Que si el programa
Sé lo que hicisteis crea una falsa web en plan “Todos con Julián Muñoz” y monta una falsa manifestación en su favor que aparece en todos los medios, sobre todo la prensa rosa. Que si el Follonero lanza a varios actores el día de la Lotería de Navidad a contar que les ha tocado y luego todo era un montaje. La última es que el Gran Wyoming “se ha dejado grabar” echándole una bronca vejatoria y malsonante a una becaria, solo para que los de su cadena némesis -Intereconomía- lo denuncien, decir luego La Sexta que todo era un montaje y dejar a los de Intereconomía en ridículo. El vídeo “filtrado” por la propia Sexta es muy bueno, pero el análisis que de él se hizo en Intereconomía TV tampoco tiene desperdicio. Se acusó a Wyoming de tener “modales de capitalista” (???????JAJAJAJAJAJAJAJA!!!!!!) o de ser de la cuerda de “los que dictan los contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía”.


La bronca del Wyoming -todo indica que falsa- ha dejado en evidencia a los que informaron de ella: la “cadena ultracatólica” (La Sexta dixit) Intereconomía. Confieso que el tema me ha decepcionado, me hubiese encantado que la ida de olla fuese de verdad, como aquella mítica pillada de José Manuel Parada (“No me toques los cojones, Galinsoga...”). Pero también ha dejado en evidencia que ya no nos podemos fiar de nada ni de nadie de lo que salga por la tele, ni siquiera de La Sexta y sus profesionales. Mostrar en tele (me refiero a la realidad, a la información veraz) es, por definición, seleccionar, editar, cortar, pegar, manipular. Pero esto se acepta esperando que los que lo hacen se manejen dentro de una ética, de unas reglas del juego.

Ahora una serie de cómicos (la verdad es que ellos nunca se han puesto la medalla de ser periodistas) están dinamitando estas reglas, no al ponerse ellos a dar noticias chuscas, sino al hacer que los informadores “serios” pierdan su credibilidad dando las que ellos inventaron. Si es que los periodistas serios no eran creíbles desde un principio me parece bien que esto se denuncie. Si -por contra- se trata de ponerles trampas y zancadillas para que se tropiecen y luego reírse... no lo tengo tan claro.

Coincidiendo con el auge de la telerrealidad y el éxito sin precedentes de formatos como Gran Hermano (2000), el final de la década de los 90 conoció una explosión de películas metafictivas sobre el deslinde entre realidad y ficción en TV (Permanezca en sintonía -1992-, El show de Truman -1998-, ED TV -1999-, Pleasantville -1998). En todas estas pelis, los personajes (gente normal) vivían sus vidas dentro de la tele, bien apareciendo en programas de telerrealidad, bien penetrando literalmente dentro del aparato de TV. Lo que he contado antes de La Sexta es un fenómeno opuesto, simétrico: aquí es la tele, con sus costosas ficciones de cartón piedra, la que se ha venido a instalar entre nosotros y a invadir nuestras vidas diarias.


Si ahora ve a usted a una señora pidiendo socorro, o a un policía que le pide identificarse, ¿cómo sabemos que son de verdad y no infiltrados del Follonero? Ya Manolo Summers hizo varias pelis de cámara oculta, pero a los dos minutos el falso poli te decía que todo era broma. Ahora la broma es más pesada, puede durar varios días e incluso aparecer en varios medios de comunicación distintos. Ya en 1938 Orson Welles se quedó con mucha gente al narrar su portentosa “Guerra de los Mundos”, pero el engaño apenas duró unas horas. (Aparte de que el Follonero no es precisamente Orson Welles: cuando Jordi Évole ruede Ciudadano Kane con 24 años me avisáis).

Al ver a un gay disfrazado de marinero en una fiesta, el buen Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios (1980) reflexionaba si en realidad todas las Fuerzas Armadas USA no serían sino una asociación de gays disfrazados de uniforme, en lugar de una poderosa máquina de combate al servicio de la patria. Os confieso que yo ya empiezo a tener miedo de que en realidad Porerror no exista y este blog sea solo una gran broma a cargo de un mono albino del planeta Venus.

martes, 3 de febrero de 2009

Privilegiados de las 7 de la mañana

Remirando en un antiguo pendrive, me encuentro con este texto que escribí el día 6 de noviembre, creo. Es un post perdido de Estatuas Verdes, que, releído hoy, me parece que tiene aún más vigencia que hace 3 meses.



Anteayer lo estaba hablando con un amigo, persona de bien que tiene un trabajo fijo como yo. Aunque suene a tópico y a cosa que nos decían nuestras madres y abuelas, en realidad somos unos privilegiados. Yo, desde luego, lo soy, y la mayoría de mis amigos también. No me importa decirlo, de hecho creo que es un sano ejercicio de realidad. Me explicaré.

No se trata de una frase aprendida en la infancia para la semana del Domund, servidor cada día nuevo que amanece da las gracias por poder tener salud y disfrutar -disfrutar, coño, sí- de un trabajo semiagradable y que me permite la tranquilidad de poder pagar las facturas todos los meses, estas y las que vengan. En los tiempos que corren, esto ya no es moco de pavo. Independientemente de quién sea el culpable de la actual crisis financiera (Zapatero, Aznar, George Bush, el capitalismo, los bancos, Keynes...) lo cierto es que el paro está subiendo en España y en todos lados, las hipotecas también y el precio de las cosas no está bajando precisamente.


Me da igual lo que diga el IPC (que si nosecuántos mil productos de la cesta de la compra han bajado trillones de euros), yo no veo que en realidad nunca baje nada. Si acaso, la gasola, que baja diez céntimos hoy para mañana subir otros veinte. Todo sube, y al final va a resultar que en lugar del IPC (Índice de Precios al Consumo) lo que va a haber que calcular es el IPCPC (IPC Por Culero), como decía mi padre, que fue profesor de Economía. Pero a mí plín, porque aunque no duermo en Pikolín tengo un trabajo y un sueldo fijos (sí, sueldo fijo: significa que tampoco va aumentar con el paso de los años).

Como no entiendo un pimiento de Economía, los datos de la Bolsa, el Euríbor, el “precio del dinero” , etc... me dejan frío: no sé lo que significan. Las únicas cifras que de verdad me afectan y me impresionan son las del desempleo. Cuando veo a gente parada o me encuentro con amigos en más o menos apuros por la crisis o a punto de dejar sus trabajos. Hablando con mi amigo este que os digo, le repetía “Si es que somos unos privilegiados”, y él me respondía “Sí, joder, yo seré un privilegiado, pero todos los días me tengo que levantar a las siete de la mañana”. Me hizo gracia el comentario, valga por lo ingenioso pero es que además esconde varias verdades.


Yo sé que sus padres y los míos se han pasado toda la vida currando, ser privilegiado ahora no es ser noble, ni tener privilegios propios del Antiguo Régimen. El privilegio ahora es poder trabajar. Este mismo amigo era el que me decía hace 4 años, cuando él estaba trabajando y yo no, que “el trabajo dignifica una barbaridad”. Suena a tópico, pero es la puritita verdad. Y ya de la salud ni hablamos.

Ayer, mientras esperaba mi turno en la consulta del médico muy quejoso por mis dolores en el brazo [me caí por las escaleras el 4 de noviembre de 2008], escuché hablar a una señora que en voz alta narraba la historia de su vida: 64 años, viuda hace 17, operada de un cáncer de mama, minusválida en un tanto por cierto debido a un accidente que le dejó inútil la mano derecha, siendo ella diestra. Enseguida me sentí ridículo por quejarme tanto y pensar que tengo muy mala suerte. En verdad anteayer mismo pude haberme roto la cabeza, pero estoy aquí escribiendo (lo confieso, desde mi puesto de trabajo). Decidme si eso -ambas cosas- no puede considerarse un privilegio.

lunes, 2 de febrero de 2009

La duda


“Piensa mal y acertarás”
(Refrán español)




Llevo unos días sin escribir un post y no es por falta de ideas ni de acontecimientos que reseñar. Es por falta de una manera adecuada de contaros las cosas. Que no sé por dónde empezar, vamos. Al final me lanzo con este metapárrafo a contaros que la última película que he visto, La duda (2008), me ha creado muchas ídems pero me ha recordado la importancia de los hechos objetivos, y de las presentaciones subjetivas que de ellos se hagan.

Pero como se dice al comienzo de la peli, la duda es un poderoso aglutinante, tanto o más que la certeza. Imposible hablar de esta peli sin decir de qué se trata, sería como decir:Casablanca va de Marruecos”. Avisados quedáis. La duda es una historia que viene del teatro (ganadora del Pulitzer 2005), y la ha escrito para la pantalla y dirigido el propio autor, John Patrick Shanley. La historia es simple: en una escuela parroquial católica dirigida por una monja integrista, un cura postconciliar es acusado de pederastia, basándose en conjeturas. Estamos en Nueva York en 1964, y para colmo, el niño pupita en cuestión es negro.


¿Culpable? ¿Inocente? ¿Acaso importa? La monja directora (Meryl Streep) ya ha decidido condenar al cura (Philip Seymour Hoffman) de antemano, antes incluso de acusarlo de pederastia. Sus crímenes: escribir con boli (en lugar de estilográfica), jugar al baloncesto, tomar el té con tres terrones y sonreír. La monja encarna lo más rancio del catolicismo preconciliar: sacrificio por el sacrificio, templanza confundida con mortificación, rectitud a ultranza, temor de Dios... y una aparentemente insobornable fe, que es la que justifica todos sus actos. En su peculiar rectitud (“righteousness” es la palabra que busco), la monja Meryl representa a una especie de Maquiavelo del catolicismo: su filosofía podría resumirse en “Para perseguir al Mal es necesario alejarse un paso de Dios”. Pero como se persigue un Bien superior, el fin justifica los medios.

El Padre Seymour Hoffman encarna una visión opuesta de la Iglesia y la fe: más abierta, más humana, de mejor rollo. Habiendo recibido una educación católica, yo me siento más identificado con él porque se parece a los curitas que había en mi colegio, que sonreían, organizaban bailes y hablaban de sexualidad (desde el punto de vista cristiano, of course!). Pero entonces, ¿el cura es culpable o no? Espérese un momento, señora. Decía que este cura encarna el buen rollo, y por eso nos repugna aún más la idea de su presunta pederastia. Como dije antes, el niño que protagoniza el incidente pederástico es el único negro del colegio, lo cual envuelve al tema en una capa más de peliagudez.


Intento colocarme en la mente de un progre para ver dónde estarían sus lealtades en este caso. De un lado, si el cura es culpable, qué éxito para el anticlericalismo: claro, todos los curas son corruptores de menores, etc (y más en USA, donde ha habido muchos, sonados y bochornosos casos). Pero por otra parte, si el cura es inocente... representaría un triunfo para las ideas más liberales, un golpe en la cabeza a todo ese mundo carca, oscurantista e intransigente que la monja Meryl epitomiza. ¿Por qué es buena peli La duda? Razón #1: Porque no nos lo pone tan fácil.

Razón #2: Por el trabajo de sus actores. De Meryl Streep ya se habló en Estatuas Verdes, y Philip Seymour Hoffman es posiblemente mi actor favorito en activo, el nuevo Marlon Brando. En esta peli ambos están no ya de Oscar, sino de Oscar Mayer, con ketchup y mayonesa. Y además hay otra dos secundarias que andan nominadas: Amy Adams y Viola Davis. Sobre el papel de Viola Davis solo diré que dura 2 minutos en pantalla, y que estará muy bien pero me parecería una grosería que la premiaran por eso. Amy Adams es harina de otro costal: su papel de tontuela bienintencionada puede pasar desapercibido entre las actuaciones de dos titanes como Streep y Seymour Hoffman, pero bien mirado, su ambiguo trabajo resulta ser la argamasa perfecta que conecta los mundos de ambos personajes principales: monja carca y curilla progre.


No voy a fingir que La duda es la mejor peli del año, ni siquiera que me haya gustado más que Revolutionary Road (2008). Pero aunque solo fuera por sus actores ya merece una atención especialísima. La escena en el despacho de la directora, con el cura y la otra monjita sirviendo el té la tengo para mí como una de las mayores barbaridades dramáticas que mis ojos han contemplado en mucho tiempo. En cuanto a la temática, la peli te plantea un dilema moral, el de decidir -sin pruebas- acerca de la culpabilidad de un hombre. No quiero contar más, pero os dejo caer que mientras veía La duda vinieron a mi mente los títulos Pasaje a la India (1984) y Sed de mal (1958) -por poner dos ejemplos de acusaciones pupita-. Al final el juicio lo tienes que hacer tú, espectador, no te lo dan mascadito.

Creo que Umberto Eco se refirió al concepto como “obra abierta”, “donde el lector encuentra el sentido de una manera activa delante de la obra” (Wikipedia dixit). Yo solo espero que esta peli os coja confesados.
 
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