Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

sábado, 31 de octubre de 2009

La ciudad y los quietos


-“¡Qué aburrimiento, Dios mío!”
(Escuchado en un café de la zona más cool de Miciudad)




Ahora que hasta la gente de barrio obrero lleva gafas de pasta es un momento interesante –opino- para reflexionar sobre la ciudad. Pienso y observo, observo y pienso, y la primera conclusión a la que llego es que en la ciudad no hay lugar para los quietos. Parado en una esquina diez segundos (no hace falta más) descubre uno que automáticamente se convierte en un obstáculo para el tráfico de peatones.

Hago trampa porque estoy en una calle céntrica, claro, y aquí la gente parece tener más prisa de lo que resultaría bonito. Se aproxima la hora del cierre de las tiendas, pero yo ya he comprado (el último de Quique González y un DVD de Guns N’ Roses) y hete aquí que me encuentro entre las manos casi una hora de tiempo libre que matar hasta quedar con alguien. En inglés se dice “kill time”, me gusta más esta expresión que la de “hacer tiempo”, porque en realidad cuando a uno le sobra ídem no es que haga precisamente nada.

Pero parece que esto la ciudad no lo permite, que contraviene sus reglas. Sus calles y sus viandantes me penalizan severamente por andar despacio, por no ir al ritmo: por pasear. Vacilo un poco y mi torpeza es saludada por la recriminación de las señoras con bolsas de unos grandes almacenes. No puedo pararme aquí, ni siquiera para decidir hacia qué dirección iré. He de tener el camino marcado, fijo, desde antes de salir de casa. Pero no es mi caso, y me voy chocando, y choco, y choco, y choco… hasta que me pierdo entre la gente como un duro antiguo o como aquel videoclip de Richard Ashcroft.


“¡Mamá, que me quedo con Papá, con la Desiré y con la Cristina, que vamos a cenar en el McDonald’s!” Es la banda sonora de Miciudad, esta capital de segunda que es muchísimo más que un pueblo pero que no termina de despegar. Veo a una persona inválida (¿Cómo se dice ahora? ¿“Inválida”? ¿“Minusválida”? ¿“Impedida”?), creo que hoy se dice “discapacitada”, va en una silla de ruedas. Ella tampoco tiene buen encaje en la marcha general de la ciudad, como no lo tuvo mi hermanita, que en paz descanse.

Como un posible antídoto a este trasiego de los frenéticos, me adentro en la parte bohemia de Miciudad: antaño un lodazal de putas y hoy paradigma de lo cool. Es solo un espejismo: el tedio reina aquí como en todas partes, en esta bendita urbe. Sé que ese título le queda grande, pero las luces de neón con pretensiones, los cafés míticos y las heladerías me impiden –como ya dije- llamarla “pueblo”.


Los taxis –que regular y puntualmente van cruzando la gran plaza- se ofrecen como oportunas vías de escape. Podría subirme a uno de ellos, encerrarme pronto en casa a poner discos y soñar, pero es que no: no será esta noche. La tarde-noche y la ciudad hace rato que están exigiendo de mí una prueba de carácter, por lo que decido quedarme. De modo que entro en un café (uno de esos cafés para modernos de Miciudad) y decido ponerme a prueba absurdamente a mí mismo también.

Hasta mí llega una musiquilla dulciamarga, como la tónica a la que estoy entreteniendo: son Arctic Monkeys, The Strokes… los sospechosos habituales. El escenario podría ser propicio para muchas cosas si no fuera porque ahora mismo no me acompaña nadie. Estoy parado, quieto, aquí sentado en esta mesa, la ciudad se desenvuelve a mi alrededor con una lentitud pasmosa para tratarse de una noche de viernes.

Suena otro tema –indie español- y en ese instante me doy cuenta: si en diez minutos no suena mi móvil no tendré más remedio que irme a casa solo, la ciudad me ha derrotado.

jueves, 29 de octubre de 2009

Imperios de helado


-"¿Sabéis quién tiene la culpa? ¡El equipo de la capital del Imperio!"
(Escuchado a un parroquiano de Anécara, en un servicio público)



Wallace Stevens fue un poeta de Pennsylvania, nacido en 1879. Me permito esta introducción wikipédica porque sé que no es un autor muy conocido en España y su nombre a lo mejor no os suena mucho. En los USA, su patria, es un nombre fundamental de la poesía de principios del siglo XX, esas primeras tres o cuatro décadas en que triunfó ese estilo llamado Modernismo (no confundir con el Modernismo nuestro, el de los cisnes y Rubén Darío).

"No tengo vida excepto en la poesía" -dijo Wallace Stevens en uno de sus versos. Una afirmación que, según el también poeta John Burnside, sorprende a primera vista. Stevens -nos dice Burnside- era un hombre de éxito profesional (en el ramo de las aseguradoras), dandy en la vestimenta, con dinero para comprar obras de arte y vinos franceses. Al parecer, la cita hace referencia a que Wallace Stevens también decía "no existir de nueve a seis", en la oficina, y que su vida privada y sus anécdotas poco tendrían que importarnos. No obstante, alguna anécdota puede resultar clarificadora de su carácter, como el hecho de que a los 75 años declinara una oferta para enseñar poesía en Harvard, por no querer alejarse de su compañía de seguros.


Atesoro en Cosica diversos volúmenes de poetas anglosajones adquiridos el pasado año en Londres: este Wallace Stevens, William Carlos Williams, Sigfried Sassoon, , e.e. cummings, Wilfred Owen, Sylvia Plath... Tenía la idea de hacer alguna especie de post titulado por ejemplo "Dos poetas americanos", acerca de Stevens y W. Carlos Williams (otro modernista, otro de esa cuerda), pero veo que pasa el tiempo y no lo hago, así que he decidido acordarme al menos de Wallace Stevens.

Miento -claro- como suelo. Uno no "decide" simplemente estas cosas, más bien es al contrario. El azar hizo que ayer durante una comida de trabajo la conversación casual con un compi recalara en la figura de Wallace Stevens. Mi compañero me informaba de que la obra de Stevens se encuentra perfectamente disponible en España en una edición bilingüe, lo que supone una gratísima noticia para todo el mundo (y desde aquí animo a acercarse a ella). Me hace gracia que me hable de este poeta precisamente este compañero (aunque no me sorprende: también me habla de John Donne, Shakespeare, Andrew Marvell, Thomas Browne, Cyril Connoly o Robert Burton).


Me hace gracia porque en cierto modo me parece que él tampoco existe "de nueve a seis", que desaparece durante su horario de trabajo. A diferencia de Stevens, mi compi sí tiene vida aparte de la literatura, y cuando sale de trabajar resurge con fuerza con toda su vitalidad.

Aparte, hablar de Wallace Stevens mirando a la vía del tren en Cosica, paisaje desolador, me supone una potentísima experiencia estupefaciente. Al acabar la comida, ponemos discos de los Beatles, Led Zeppelin, los Doors. Lo flipamos con "Stairway to Heaven". Pronto pasamos a las drogas duras: Frank Sinatra, Edith Piaf, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra... Sinatra, Sinatra, siempre volvemos a Sinatra. Le escucho la frase "this little town blues" , referida a Nueva York, allí en el medio de Cosica y me siento alternativamente bien y mal. Otros compañeros de exilio también la cantan, entonamos juntos: es un momento de comunión precioso, que me recuerda a esa camaradería de El puente sobre el Río Kwai (1957) o La gran evasión (1963).


Por la noche, en la soledad de mi casa releo a Wallace Stevens, sus poemas más señeros: "El muñeco de nieve", "Trece maneras de mirar a un mirlo", "El emperador del helado", "Anatomía de la monotonía", "Lo sublime americano"... Pese a lo lejano en el espacio y el tiempo, hoy encuentro los poemas de Stevens extrañamente cercanos, vigentes, pertinentes. Es el arte de la "ficción suprema" (como llamaba el de Pennsylvania a la poesía). De escribir "las cosas como deberían ser" (definición de poesía de Aristóteles, al que hoy me entero que ya lo han quitado de los planes de estudio de Filosofía). Es el arte de tener vida aparte de la vida, y en eso andamos.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Homenaje a Michael


Uno que va a un hotel, llama al servicio de habitaciones y pide una Coca-Cola. Al otro lado del teléfono, el encargado le espeta: “Lo siento, caballero, no tenemos Coca-Cola. Sólo Pepsi: homenaje a Michael Jackson”. ¿Chiste? ¿Error de Dios? Realidad pura y dura. Y es solamente una cifra del signo de los tiempos. De otra verdad incontrovertible que hoy os sirve Estatuas Verdes, en vaso ancho, con hielo y una rodaja de lima: Michael Jackson vuelve a estar de última moda.

Con Michael me acuesto, con Michael me levanto, la Virgen María y el Espíritu Santo. Estos días es difícil ir al cine y que no te casquen el trailer de la nueva peli-docu póstuma de Michael: This Is It (2009), producto/despojo de las últimas horas artísticas del hombre y del mito, que se ha hecho aprovechando metraje rodado para otra cosa: como si me da por hacer unas
croquetas con recortes de carne sobrante del día anterior. This Is It, exhibición limitada a dos semanas, las entradas llevan vendiéndose con anticipación desde un par de meses antes, claramente para crear morbo.

Estos días puede pasar que vaya uno a cualquier discoteca de pueblo y, entre Alejandro Sanz, los Black Eyed Peas y Katy Perry te cuelen todo un “Thriller” como quien no quiere la cosa. También puede suceder que en las
clases de 1º de ESO los niños se sepan las canciones de Michael de memoria, y hasta exijan a su profesor que les ponga una en clase. Que en un gimnasio un devoto del house lo flipe con el punteo de “Beat It”. Que en las emisoras suenen antiguos éxitos y que los pipiolos de Fama: ¡A bailar! Se contorsionen (dizque bailen) a los sones del otrora niño prodigio de Indiana.


La fama de Michael (que es inmortal) se contrapone según me parece a la moda por Michael, que es efímera, pasajera y coyuntural, relacionado con el culto a los muertos. Esto segundo, claro, avisados lectores, es el objeto de este post, y el objetivo de su chanza. No he seguido -confieso- todo el tema de las exequias de Michael como correspondería a un fan: me suponía demasiado esfuerzo estar al día de tantos detalles escabrosos, que si el médico esto, que si la familia lo otro... y, digámoslo, tampoco me interesaba tanto la persona: solo el personaje y su obra artística.

Pero poco me hubiera extrañado enterarme que -cual
rey de Egipto- Michael Jackson fue enterrado con una máscara de oro y lapislázuli, entre atributos de su vida terrena, ya sabéis, micrófonos, guantes de pedrería y un chimpancé en un vaso canopo... por si le da por ejercer de Superestrella en el Más Allá. Todavía tengo pesadillas con esa estatua gigante de Michael Jackson y su mono Pebbles que hizo Jeff Koons (el ex de Cicciolina) y que se expone en el Museo de Bellas Artes San Francisco, ríase usted de las efigies de Ramsés II, por ejemplo.


Yo mismo confieso que, dejándome arrastrar por esta ola de Michaelismo que nos azota, desde su fallecimiento he adquirido no menos de dos de sus discos, para completar huequinos en su discografía. Llamadme oportunista, pero ahora es un momento tan bueno como cualquier otro para tributarle un homenaje. Tampoco soy de los que opinan que ahora no se va a poder escuchar “Billie Jean” o bailar “Bad” por el simple hecho de que vuelvan a estar de moda. Pero no deja de hacerme gracia esta moditina pasajera, este “flash in the pan”, como dicen los ingleses.

Dentro de un año me gustaría ver dónde quedan estos temas de Michael Jackson que ahora son carne de descargas en La Sexta. Seguramente, otras novelties hayan sustituido a estas canciones en el imaginario de los jóvenes y en el de la mayoría de la gente. Los que siempre fuimos fans de Michael seguramente sí que sigamos escuchándolas. Y de lo que no me cabe duda es de que con la Pepsi lo más que haré será fregar los platos: yo bebo Coca-Cola, no me vaya a salir el pelo ardiendo!!!

lunes, 26 de octubre de 2009

"Sonará en mi boda..."


El siempre chocante Berlusca nos regaló una perla envenenada en forma de frase memorable en su ya clásica: “La mujer es un regalo de Dios para el hombre”. Porerror consultó su frase del día de Berlusconi. Hoy quiero parafrasear al Cavaliere y compartir con vosotros mi último descubrimiento: Guns N’ Roses son un regalo de Dios para la humanidad. Esto, que es una verdad difícilmente rebatible, cae directamente en el ámbito de la fe. La fe mueve montañas, amigos, como reza otro tópico, y la música de Guns N’ Roses mueve mi corazón desde hace años.

El otro día pasé un agradabilísimo rato cantando/destrozando la canción “Don’t Cry (Original)”, y como iba un poco piripi (“¿Tú, trompa?”) pude verme a mí mismo desde fuera disfrutando de lo lindo y sintiendo cómo cada palabra de la letra se me clavaba muy hondo. Viviendo una canción, story of my life, últimamente me encuentro con mucha gente a la que le pasa lo mismo, no tiene que ser rock and roll bueno ni erudito, lo mismo se puede sentir perfectamente con un temazo house de Inna. Y no digamos con la música clásica, por descontado.


También me pasó el otro día que iba a ver entre amigos un DVD con todos los vídeos de Guns N’ Roses y en el momento de ir a ponerlo resultó que la carcasa del DVD estaba vacía. ¡Chascazo! Internet no funcionaba en aquella casa, con lo que YouTube no era una opción, y nos quedamos sin verlos. A falta de materia prima, algunos de los presentes comenzamos a recordar aquellos vídeos, a fantasear con ellos, y evidentemente sacamos a relucir aquel monumentón videofónico que fue el clip de “November Rain”: una aventura épica de casi diez minutos.

Entonces una amiga soltó una frase que me dejó helado, entre bromas y veras, dejó caer: “November Rain sonará en mi boda”. Me pareció la mejor idea desde la invención del pan de molde, la verdad, aunque luego he pensado que a la mayoría de la peña esto le supondría una horterada nupcial solo comparable a la que colgó la semana pasada en su blog Daniel Ruiz García (y que él calificó de “puta carcoma”).

Y entonces llego al verdadero tema de este post, las bodas posibles y las posibles maneras de celebrarlas. En mi cabeza había dos tipos: bodas religiosas y civiles, pero esto de la edad adulta joven le pone a uno en contacto con tantos y tantísimos enlaces que se van viendo cosas muy pero que muy diferentes. Boda civil con o sin convite, bodorrio en iglesia de merengue, hacienda lejana en autobús, hotel céntrico andando (o en taxi por los tacones las señoras…). Mis favoritas, para qué lo voy a negar, son los bodorrios en iglesia de merengue, pero esto es como el ciclismo: son mis favoritas para verlas, no para practicarlas.


Últimamente he hablado con dos amigos (ella y él) que se casan el año que viene: dos personas muy importantes en mi vida, dos bombazos. Uno tiene un concepto de las bodas y el matrimonio diametralmente opuesto de la otra. Uno se casa por el juzgado en restringidísimo comité (ni yo estoy invitado) y la otra se ha buscado la mejor iglesia de la ciudad, donde se casan las Infantas de España. Uno lo va a celebrar en plan fiestón alocado de amistad y la otra en plan convite de catering con baile inaugural, café copa y puro. A los dos los quiero mucho y a los dos acudiré a acompañarlos encantado, cada uno a su estilo.

Mi amiga (la del bodorrio de blanco) me pide consejo para su baile inaugural con el novio. Yo en las bodas he visto de todo: Frank Sinatra, Michael Bublé, Beatles, valses, temas de Disney… Le recomiendo a mi amiga algo de Elvis o Sinatra: lo bastante clásico para las abuelas sin renunciar a la máxima calidad musical, con la ventaja de que todo el mundo puede conocer la canción, si se elige la correcta. Y para mi boda (si es que eso llega alguna vez), no divulguéis el secreto, voy a copiar a la otra amiga que os dije –la de GN’R-, y me voy a ir de rockero. “Don’t Cry (Original)”, amigos, qué delicia! Lo acabo de decidir: sonará en mi boda.

domingo, 25 de octubre de 2009

Formas de hablar: la risión!


“-¿Por qué habla usted así? ¿Acaso es catedrático, o cómico, o se cree que está en la radio?
-No, señora: soy británico.”

(El mundo está loco, loco, loco)





Siempre he sido consciente de que hablando digo muchas tonterías: no es casual. A ver si ahora os creéis que no me doy cuenta. No lo hago por dármelas de gracioso –bien lo sabe Dios- pero es cierto que sé el efecto que causan muchas de las cosas que digo en determinadas personas, que me gusta compartirlo con ellas, reírme y hacerles reír un poquito si puedo. A las muchísimas otras personas que no les hago gracia hablando, les hablo como si fuese catedrático, o cómico, o como si estuviera en la radio.

Teniendo siempre muy presente el decoro, los diferentes contextos y registros, etc, es posible que una misma persona hable de forma muy distinta cuando se encuentra antes muy distintos interlocutores: entorno familiar, laboral, religioso, los amigos… y aún en estas categorías es posible la variación (no hablaré con mis compis de trabajo igual cuando estamos en una reunión formal que cuando estamos de cena los jueves, for instance).

Pero a mí me gusta quebrar un poquito estas reglas, en la extrañeza está lo interesante, y (siempre que no incurra en la falta de respeto o la metedura de pata), sí que me gusta deslizar palabras y expresiones coloquiales en contextos más formales o viceversa: la sonrisa –en muchos casos- está asegurada, y eso es algo que mola bastante.


Sin embargo, que alguien se ría contigo no es sinónimo de que le gustes a ese alguien o de que le caigas bien. Esta es una lección que se aprende en la vida a base de muchos palos, de muchas incongruencias y bochornos. Afortunadamente, la mitad o más de la gente a la que considero amigos están en la misma onda: si no hablan diciendo chorradas al menos no pestañean al escucharlas y compartimos un código común de muletillas, anécdotas, motes para gente, chistes privados, gracietas y palabrario más o menos raroide. Muchos de ellos acaban adoptando mis expresiones, pero lo importante es que yo las mías a mi vez las he sacado (en el 90% de los casos) de otras personas! ¿No es algo maravilloso?

Lo que más ilusión me hace del caso es cuando retomo el contacto o paso tiempo con personas con las que estuve muy unido en el pasado pero que ahora tenemos menos roce, debido a las vueltas que da la vida. Ocurre así que esa gente todavía recuerda las muletillas, chistes o gracietas de aquella época de complicidad común, y los asocian a ti. Entonces despiertan palabras que llevaban dormidas en el cerebro muchísimo tiempo, que cobran vida al volver la relación. Lo artístico del tema es que te vengan con estas palabrejas tan tuyas pero a la vez tan extrañas, porque ¿cómo le digo a esta persona que YO YA NO HABLO ASÍ?


La sangre no llega al río, hay ocasiones en las que uno dice “¿Cómo podía ir yo por la vida diciendo esta cagada?”, pero las más de las veces lo que te entra es cariño y nostalgia buena al recordar –por asociación- la época a la que te retrotraen las olvidadas expresiones. Esto es precisamente lo que me ha pasado últimamente al pasar tiempo con una amiga de la época en que viví en Estados Unidos: allí éramos compañeros de trabajo y de estudios, vecinos de la misma calle y acabamos siendo amigos. Allí salíamos a una docena de carcajadas diarias el día que menos nos reíamos, ante tantísimas situaciones, personajacos y anécdotas como nos tocó torear y vivir.

Entonces, si mi amiga me viene a día de hoy imitando el tono de voz de un profesor de 5º de carrera en el que yo hacía seis años que no pensaba, o me salta con un mote en desuso para un compañero, o simplemente usa una de esas palabras (equivalente a estas de “oro” o “canela” que digo ahora) que ya he dado al olvido, primero me extraño, luego me río y finalmente me entra una ternura extraordinaria. No se trata de vivir en el pasado como el Gran Lebowski (a quien tantas frases debo, casi tantas como a Chris Elliott) ni de añorar otros tiempos con percepción distorsionada, pero el efecto es fascinante, como pueda ser el encontrarse un buen día con una caja de galletas llena de fotos antiguas o con un email correcto y cariñoso de una ex novia.


He pasado el fin de semana hablando como si estuviera en el 2003 y tuviera seis o siete años menos (gracias a Dios, no pensando así), y aunque ha sido una experiencia pintoresca, no volvería a esa época porque ya la doy por cerrada. La buena noticia es que la empatía no acaba aquí: mi amiga y yo seguimos construyendo significado en nuestra relación y no nos limitamos a las batallitas en plan nostalgia. Cada día se crean y se destruyen nuevas expresiones, ocurren anécdotas y se añade en nuestro panteón particular a nuevos “dioses” (como llamábamos entonces a los “personajes”).

Gracias al blog hoy puedo expresarme con total libertad (bien que por escrito) en un lenguaje muy cercano a la forma en que funciona mi mente cuando está pensando. Gracias a estas líneas vosotros lectores entráis en mi cerebro y yo en el vuestro, en lo que constituye un raro placer y privilegio. De vosotros aprendo mucho vía vuestros comentarios, pero ¿a qué vosotros también sacáis de aquí bastantes palabrejas? Y que dure la cosa.

jueves, 22 de octubre de 2009

Flores de pupitre


Continúan las aventuras del buen Harvest:




Camino a su trabajo Harvest iba pensando, con la autosuficiencia de quien se sabe poeta o mejor que sus semejantes, o tal vez ambas cosas, “¿De qué coño me sirvió estudiar en la carrera a los Ingarden, Iser, Jauss?” Si existiera un aparato que lo midiese, habría podido comprobar que aquel instituto poseía exactamente el mismo nivel de poesía que una fábrica de radiadores.

Realmente, los minutos antes de que el reloj dé las ocho de la mañana pueden llegar a ser muy crueles. Harvest se acordó de unos versos que le rondaban por la cabeza y que decían: “Al despuntar la jornada aparecen/ los paquetes de inexperto tabaco/ en el colegio,/ cajetillas blancas junto a cajas blancas/ de edificios nuevos”. Franqueó la verja de entrada con su coche sucio, aparcó y se dirigió con menos diligencia de la que le hubiese gustado al aula donde le tocaba empezar a actuar.

“Contra pereza, diligencia”Harvest pensó en las siete virtudes cardinales, pensó en sí mismo, pensó en sus alumnos y le dio la risa. Lo que peor llevaba de ser profe era el gol que el gobierno les había colado hacía un par de décadas: los antiguos cursos correspondientes a 7º y 8º de EGB ahora se impartían en los institutos, bajo el nombre de 1º y 2º de ESO, respectivamente. Él nunca se había relacionado bien con los niños chicos (no sabía cómo tratarlos): lo suyo eran los adolescentes. A un adolescente tú le puedes poner la cara colorada (verbalmente solo, claro), o le puedes explicar que esa comida blanca se llama pan, y el liquidito rojo vino. Y santas pascuas.


¿Pero a un niño de doce años? Si conseguía que se sentasen ya lo consideraba un triunfo. Qué no hubiera dado durante sus años de docencia en 1º y 2º por poseer una especie de superglú para pegar a los niños al asiento! Entró en clase sorteando los exabruptos de costumbre, acaso aliviados por el hecho de la temprana hora, que amansa las fieras y adormila a los estudiantes. “Maestro, ¿puedo…?” ¡NO! “Y por enésima vez” –pensó sin decirlo, claro- “yo no soy maestro.

Pidió que se sentaran, y la visión de aquellos niños y niñas en sus pupitres le conmovió un poco. Eran como proyectos de hombres y mujeres a medio hacer (recordaba las palabras de su profe de 7º, cuando él tenía aquella edad: “Vosotros no sois hombres pequeños, sino proyectos de hombres”), eran muy chicos. La semana pasada Harvest se había llevado las manos a la cabeza al comprobar, mediante la recogida de una ficha de datos, que varios de sus alumnos de esa clase no habían cumplido aún los doce años!


Y sin embargo, por obra y gracia del sistema educativo, debían codearse con chavalas y chavales de hasta 18 años o más, que fumaban como carreteros, que fumaban petardos, que se pintaban como puertas, que se comían el boquino por los pasillos… Algunos de los niños y niñas de 1º no levantaban ni metro y medio del suelo, durante los recreos se perdían entre ese bosque de piernas curtidas a base de dar patadas a papeleras y correr en clase de Educación Física.

Y a pesar del pesimismo endémico de algunos profesores, Harvest no podía engañarse a sí mismo. Sabía que el curso de 1º en el que estaba, el de aquel año, era distinto. “Los niños de pueblo es que son más nobles” –le habían dicho. Más nobles no lo sabía; menos hijos de puta, desde luego. Aquella clase era lo que él nunca se había hasta entonces atrevido a decir sobre una clase: era linda. Con niños y niñas bonicos, presentables, no gritones (había dos o tres de juzgado de guardia pero, hey! –who’s counting?). Alumnos amables, ¿cariñosos? Era demasiado pronto para decirlo.

Harvest comprobó que, un día más, casi todos los de la clase traían hecha la tarea, y se peleaban por salir voluntarios a corregirla. Y sonrió por dentro, rebajando algunos grados su dosis matutina de cinismo. Entonces vio una estampa que capturó su imaginación y le hizo llamarme para contarme y que yo escribiera esto. Mientras él pasaba lista mentalmente, todas las demás cabecitas de la clase estaban giradas atendiendo a una alumna repetidora, de catorce años. Los niños la miraban con una mezcla de miedo y deseo, las niñas con mal disimulada envidia (las más espabiladas) o perplejidad (las otras).


Sin darle importancia al mundo, allí estaba sentada en su pupitre Chiquitina, la alumna fascinante para los demás, porque era un par de años más mayor. Porque hablaba a sus profesores con un descaro desconocido para ellos, que no tardarían en copiar. Porque pese a su edad y a ser las ocho y cuarto de la mañana llevaba encima más maquillaje que Cleopatra el día de la crecida del Padre Nilo. Porque en su cuaderno podían verse dibujadas hojas de marihuana verdes y arcanos mensajes en la parla de los canis (suprimo, surmano, sa_loka!!!!).

Porque cuando Harvest se acercaba a ella para ayudarla percibía un fuerte y desagradable olor a tabaco, y todos la oían toser como la fumadora que era, aunque ella lo negaba ofendidísima si algún profesor se lo preguntaba (los mismos que por las tardes se la encontraban fumando en el parque). Todo absolutamente impropio para su edad, pero a la vez era justo lo más propio. Los demás miraban, fascinados, calculando (“¿Podré saborear el tabaco en sus labios alguna vez?” “¿Podré ser tan mafiosa como ella alguna vez?”).

Entonces Harvest dio un par de palmadas con decisión, todos se sobresaltaron, y empezó la clase.

La cruda realidad


Mhmhmhmh… ¡qué bien sienta venir aquí y poder escribir un post de puritita diversión, sin mayores complicaciones! Hoy vengo a hablaros de la última peli que he visto -he ido a la Gran Ciudad-, se llama La cruda realidad (2009) y es una comedia romántica de guerra de sexos. Sospecho que esta película caería de pleno en esa categoría fílmica que el buen Daniel Ruiz García califica de “películas Scottex”, de usar y tirar, que no aportan nada, etc, etc. Pero como soy un jodido cultureta y un desconfiado (parte de mi profesión es la sospecha), no puedo relajarme del todo y ver esta peli sin que me afecte.

Buen Daniel, permite que añada una categoría más a tu gloriosa clasificación: La cruda realidad es una película “Tampax”. Veréis, se trata de películas pensadas para mujeres (en inglés se las llama chick flicks) que se usan, se tiran, pero que se te pueden meter bastante dentro y en un momento dado, te hacen sangrar (si tienes alma). Cuando vi el trailer de esta peli ya saqué la idea de que era de las que me molaban: comedión romántico, en California, con canciones de moda, vamos, todos tenemos nuestros placeres culpables. Para colmo la protagonista es la “fea” Katherine Heigl, de Anatomía de Grey o Lío embarazoso, lo que francamente no hace ningún daño…


Pero hete aquí que este fin de semana me encontré viendo por casualidad el programa de cine de Intereconomía TV (la “cadena ultracatólica”), y en él se decía que esta peli era muy buena, pero lo decían a disgusto porque era un poco verde. Compararon –desde la hipérbole- la intención de esta cinta con aquellas famosas de otra Katherine, la Hepburn, y se escandalizaron varias veces por el alto contenido “verde” de esta puesta al día del género. ¿Una peli buena, con Katherine Heigl y en la que además se dicen palabrotas? Me ha faltado tiempo para ir a verla!


Entonces, absténganse eruditos de la alta comedia, Lubitsch, screwball comedy o Jack Lemon poniéndose un parche en el ojo. Tampoco quedarán satisfechos al 100% los buscadores de guarradas onda American Pie o Porky’s… esto es algo híbrido, desde una óptica postfeminista, una comedia de guerra de sexos en la que ninguno de los dos sexos queda explícitamente por encima del otro: se exponen los vicios de ambos, y todos nos reímos con la sátira porque podemos vernos reflejados. De ahí que no detecte machismo o misoginia en esta película, si los hay, pertenecen al gag concreto y quedan compensados en el cómputo global.

¿Y gracia hace, Porerror? A raudales, señora… siempre que a usted le hagan gracia los chistes de entrepiernas húmedas y bragas vibratorias, claro. En una época en que la factoria Apatow nos tiene acostumbrado a ver cuadernos enteros llenos de dibujitos de churras, no creo que nadie biempensante se vaya a escandalizar con esta peli (salvo los que trabajan en Intereconomía, bien sure!). La trama aquí es lo de menos, aunque la esbozaré porque si no ni el Grillo ni Rocío podrán acusarme luego de reventarles la peli.


Se trata de una mujer de éxito profesional y megaatractiva pero incapaz de ligar con los hombres debido a su frialdad y sus paranoias, que conoce a un tipo machote donjuanesco-cabrón de esos que en teoría repugnan a las mujeres pero a los que en el fondo no pueden resistirse (una especie de PUA). Añadamos a esto algunas situaciones disparatadas, la competencia profesional entre el pavo y la pava, un par de bailes de salsa, agitar y servir en un vaso con lima, hielo picado y una rodaja de pepino.

No creo que nadie con sangre en vez de leche en las venas, nadie que haya sentido alguna vez el amor y el deseo, y el rechazo y el éxito sexual permanezca indiferente ante las múltiples “perlas” y teorías sobre sexo y relaciones que se van desgranando a lo largo de toda la película. Al final, ya se sabe lo que dijo Derrida, que todo discurso lleva implícito su contrario, y por eso el más follarín puede resultar un romántico y la más frígida un volcán en el catre pero –hey! ¿no es esa (parte de) la magia del cine?


Seguramente que La cruda realidad no ganará ningún Oscar, ni pase a los anales del Séptimo Arte, pero si hubiera que cobrar las entradas de las comedias en base a las carcajadas emitidas durante su visionado, os aseguro que la de esta peli me hubiese costado una fortuna. Vedla y reíos, coño, que son dos días!

martes, 20 de octubre de 2009

Tres postales de octubre


Postal 1. Querida Rachel:

Tal vez la más elocuente crítica que puedo escribir sobre la película de Alejandro Amenábar Ágora (2009), que tú protagonizas, es que la que no he escrito en tres días desde que la vi. ¿Significa eso que la peli es mala? No. ¿Aburrida? Tampoco. Lo que ocurre es que me ha aportado tan poco como leer un editorial de El País o escuchar un discurso de Rajoy: ya sé lo que me van a contar. Y eso me da pereza. A estas alturas dudo que haya nadie en España que no haya visto Ágora, por otra parte, lo que hace mi crítica aquí prácticamente superflua.

Por innecesaria, sería un lujo y es un lujo que no me da la gana concederle al señorito Amenábar, un alumno de matrícula al que no le consiento el notable. Tu actuación me parece de lo mejorcito de la cinta, de ahí esta postal. Sigo tu carrera desde que tu compatriota “Tutor” John llamara mi atención sobre ti hace diez años, la verdad es que no he visto la buena que dicen que hiciste, por la que te dieron el Oscar. Todas las demás, me parece que sí. Llamo a Harvest –que vio Ágora conmigo- y me cuenta que hoy les ha colado a sus alumnos en un dictado tu nombre: las palabras “Rachel Weisz”.


Postal 2. Querido Pablo:

Ah, el cine! Ayer, a cuenta de
un post de Daniel Ruiz García sobre películas, Fran G. Matute y yo comentábamos que cuánto nos había dado el cine, ¿eh? Pero, ¿y la música, Pablo? Mi madre siempre me recrimina jocosamente que tantos y tantos cantantes y artistas como idolatro no me dan de comer, y yo –creo que ya lo dije en una ocasión- siempre le contesto que me dan de vivir: de reír, de llorar, de soñar, de amar, de pensar, de sentir, de bailar… La música, que está tan cerca de la poesía, pocos casos tan claros como el de Quique González, que vuelve otra vez a Miciudad, que ya tengo comprada una entrada para verlo.

Yo a este Quique le llevo dedicada una fortuna en CDs, vinilos y entradas a conciertos, bueno, pues todavía siento que le debo dinero, por todo lo que él me ha dado. Es la pasión, buen Pablo, de la que tú sabes mucho. Este sábado asistí en un bar muy pijo a un concierto de un grupo de versiones. Su interpretación fue de juzgado de guardia pero todo se les perdona: se nota que conectaron con el público, todos habíamos ido allí a cantar lo mismo.


Postal 3. Querido Dios:

No sé si te va a impresinar ver Ágora de Amenábar, ya que tú allá arriba en los Cielos estarás más que acostumbrado a las vistas en plan Google Earth. Menos mal que contra ti poco o nada se dice. La invectiva en este caso recae sobre los que siguieron a tu Hijo, los que (ya por el siglo IV!!!!) tergiversaron su palabra. Desde el siglo XXI, reírse de San Pablo porque predicaba la sumisión de la mujer es muy fácil -¿quién no la predicaba en esos tiempos, acaso Jaipeishia? Reírse de un filósofo que creía en la existencia del éter parece ser que no es tan cool.

De todas maneras, Dios, si quieres ver una buena obra contra la intolerancia religiosa (escrita por un comunista, ateo y tendencioso como Neruda, pero bien escrita!), te recomiendo In nomine Dei (1993) de Saramago, sobre la revuelta anabaptista de Münster en el siglo XVI. Antonio Orejudo también hizo un libro sobre el mismo tema (Reconstrucción, 2006), en el que igual que Amenábar, equiparaba a los intransigentes cristianos con los talibanes de hoy en día. Si quieres ver Ágora ve a verla, tampoco la proscribo (soy más tolerante que San Cirilo de Alejandría, Doctor de la Iglesia), y recuerda las sabias palabras de un filósofo que
dijo al respecto que “a Rachel Weisz el peplo le sienta de caramelo”.

Adiós, Dios.

viernes, 16 de octubre de 2009

Nuestra cena de los jueves


“Aprendí las normas al segundo día/ y entonces supe que no iba a ser tan fácil”
(Quique González)




Acabo de llegar de nuestra cena de los jueves, el título del post me lo ha inspirado la canción de Sidonie “Nuestro baile del viernes”. Es un ritual, un fijo, incluso si se falla alguna semana. Vivir en Cosica –con no ser desagradable- tiene poquísimos alicientes para el forastero. Esta semana le he comentado a varias personas que últimamente mis momentos álgidos del día son siempre en horas de trabajo, y aunque soy de los que piensan que el trabajo dignifica al hombre y tal, hasta yo me doy cuenta de que algo anda mal en mi vida si esto que me pasa es así.

Entonces surge una vez a la semana la modesta compensación de salir a cenar el jueves por la noche con algunos compañeros de trabajo, los más osados, los forasteros que vivimos en Cosica. Entre los demás compañeros estas quedadas han adquirido un halo mitológico de fiestones inconmensurables, de juergazas. Y nada más lejos de la realidad, no podría ser más prosaica la cosa. Vamos a un bar (casi siempre el mismo: los experimentos con gaseosa) donde nos tratan muy bien y la comida está muy rica. Comiendo nos bebemos dos cervezas o dos tintos, y luego algunos jueves nos movemos a otra especie de bar o pub o antro de la noche cosiquesa, que, siendo jueves, tampoco ofrece muchas más posibilidades.


Lo de menos son la comida y el alcohol, os lo aseguro. Lo importante es ver gente, alternar con otros seres humanos –no clientes, que a veces no parecen de nuestra misma especie- en un entorno no laboral. Hay noches especialmente divertidas como la de hoy, la primera de esta temporada, que ha empezado floja. Miento, porque el jueves pasado también nos reímos un montón, ya que vino a vernos un antiguo compañero exiliado en Cosica que ha cambiado de trabajo y ahora vive en otra provincia. Y nos partimos el pecho rememorando viejas anécdotas del pueblo; desde aquí mi saludo a éste que ya se ha ido de aquí, pero que se daba trazas de acabar de alcalde de Cosica.

En ocasiones, las quedadas han degenerado en semijuergas flamencas, merced a que en el bar nos sacaban la guitarra y siempre había alguien dispuesto a arrancarse a cantar por flamenqueo. También hay que decir que el segundo bar a donde vamos lo lleva un purista del rock: la primera vez que entré estaba sonando “Pagan Baby” de la Creedence, y no es raro allí escuchar a Janis Joplin, Pink Floyd, los Jackson Five, Joaquín Sabina o Guns N’ Roses.


Para cuando llega el jueves, la semana en Cosica ya se encuentra finiquitada. En realidad quedar este día no nos soluciona gran cosa a nivel psicológico (después de una semana de curro y comeduras de tarro solitarias), pero es el más propicio para juntarnos, parece que aun siendo entre semana no está tan mal visto salir y quedarse tomando unas cervezas. Yo siempre llego a estas citas reventado: tras el trabajo de varios días y la última paliza semanal en el gimnasio. Pero siempre me repongo mágicamente en cuanto empieza a fluir… la distendida conversación.

Hoy cuando ha venido el camarero-dueño del bar a apuntarnos la comanda, uno de mis compis, el más sosegado, ha dicho una gran verdad: “¿Qué más da lo que pidamos para cenar, si lo que importa aquí es echar este ratito con los compañeros?”. ¿Suena ñoño? Pues probad a vivir dos años en un pueblo que no es el vuestro y que tiene 300 veces menos habitantes que vuestra ciudad natal. ¡Hasta el jueves que viene!

miércoles, 14 de octubre de 2009

A Tryptich of the Spanish Bizarre


El retablo cerrado. Hay ocasiones en las que tiene que ir uno a buscarlo, hay que salir al frío o a la espesura, en busca de la noticia, la ocurrencia o la nota bizarra. Otras veces, en cambio, siguiendo la frase del gran Jaime Urrutia, “la vida te lo da”. Hace una semana justa que me encontraba surcando los procelosos mares de la Cultura (la presentación de una novela) cuando llegaron a mis oídos tres anécdotas que epitomizan lo casposo, lo bizarro y lo más different de lo typical Spanish: lo que más nos gusta.

Claro que algunos dirán que el hecho de que las tres tuvieran lugar en la capital andaluza es significativo, otros que es solo una anécdota. A mí -qué queréis- la cosa me hace gracia, me parece muy de Sevilla pero también muy de Madrid 2016, muy del Encuentro Planetario, de la trama Gürtel, de El Mundo Today... por deseo expreso de mis fuentes no revelaré su identidad, ni aun otros detalles jugosos pero cuya ausencia no hace daño al caso.


Tabla izquierda: Santa María en el Monte. En la tabla de la izquierda del tríptico (barroco, como no podía ser de otra manera en Sevilla... bueno, tal vez flamenco, o mejor flamenkito), podemos apreciar a un currante que cada mañana se dirige a su lugar de trabajo en un barrio pijo cuya diaria contemplación matutina supone para él una mortificación. Camino de su oficina, el currante pasa siempre junto a un reputado gimnasio, en concreto sus pistas de pádel. Los sonidos que de las pistas emanan, carentes de todo fuero, hacían pensar en tormentos bíblicos, en un animal muy grande y enfermo o en la digestión del Todopoderoso Sarlacc. Se trataba, empero, de María del Monte.

El horror y la angustia se dibujan en el rostro de nuestro madrugador currante, su expresión denota sorpresa a la par que sufrimiento, en el momento preciso de descubrir que los gemidos provienen de la famosa tonadillera y presentadora de Canal Sur María del Monte, haciendo ímprobos esfuerzos por jugar al noble deporte del pádel a esas horas. Luego la ve en su todoterreno, fumando, para reponerse del esfuerzo, se entiende. Y nuestro protagonista piensa (quién sabe por qué morbosa asociación de ideas) en cierta vez que iba tranquilo por la calle y Paquirrín le increpó desde un amoto.


Tabla derecha: Estación de penitencia tuberculosa. Un grupo de peregrinos camina confiado por un carril bici. En la oscuridad de la noche buscan algún hospital o refugio donde un alma caritativa les dispense cervecita fría para calmar sus dolores. Uno de ellos conoce un sitio así, cree que está cerca. Entre la neblina el grupo atisba una cristalera ahumada, unos carteles de centro de restauración. ¿Es allí? -No, hermano (aclara otro), y aparta tu vista de ese lugar siniestro. La taberna que buscamos se haya cerca, pero el lugar que has mirado has de saber que se encuentra tocado por el Maligno.

El peregrino que está en el ajo procede a narrar la historia mientras los otros de la escena prorrumpen en grotescas muecas de asombro, burla o espanto. “Fue allí, hermanos, y no en otra parte, a la sazón un local que dispensaba patatas asadas, do ha un año entró un nazareno y perpetró un atraco vestido con la túnica de su Hermandad. Las cámaras de seguridad recogieron el acto delictivo, bastáronle 30 segundos. Luego se descubrió que el interfecto trabajaba allí”. En una esquinita de la tabla, un recordatorio de la escena: un mostrador lleno de tubérculos y un encapuchado violentando la caja registradora ... por treinta monedas.


Tabla central: La Madonna de los volantes. Esta escena ocupa la parte central del tríptico, por ser la más principal. Se nos narra en forma de viñetas, tosca narrativa de una etapa pre-Gutenberg, en la que la imagen visual educa al pueblo. En chiquitito, se ve un festival erótico de provincias en busca de renombre. Luego apreciamos a Cicciolina, la matrona de la teta fácil (no ajena al mundo del arte: hay quedan su matrimonio con Jeff Koons y la obra a que dio lugar para atestiguarlo), rezando para que vengan a buscarla en limusina. Ella espera con su madrinazgo servir de protección al festival Eros Andalucía 2009, igual que antaño una santa o mártir brindaban su protección a una ciudad. O como una Afrodita entrada en carnes -y en años- patrocinando un ejército troyano.

A continuación vemos a Cicciolina con gesto triste, el maquillaje ajado: ha perdido un avión pues su equipaje se estimaba demasiado voluminoso, y esta contrariedad le cuesta a la organización del festival varios cientos de euros en un nuevo billete. Esto motiva que posteriormente la bella Cicciolina sea trasladada en un Opel Corsa (“¡A la mierda la limusina!”), el presupuesto no da para más. Al volante del Corsita, su acompañante: un hombre joven , bien parecido, versado en idiomas, todo es poco para complacerla. Cicciolina le confiesa a su hombre otro de sus anhelos, también relacionado con los volantes: “Mi sueño al venir a Sevilla es vestirme de flamenca”. Pues ya sabéis lo que toca.


Las pinceladas del autor se vuelven aquí más sueltas, más esfumadas. La bruma recubre partes de la historia mientras que otras han llegado hasta nosotros dibujadas con un trazo perfecto. Vemos a Cicciolina posando en el festival, aportándole glamour, se habla de otras estrellas del cine X: un doble de Torrente adicto a los azotes, starlets varias de toda ralea... Al día siguiente la Cicciolina resurge triunfante, vestida de flamenca (“con el traje más feo que había en to la tienda”), se ve su estampa en primer plano y al fondo se adivinan las formas de la Magna Hispalensis: la Santa Iglesia Catedral de Sevilla.

Contemplar este tríptico no puede dejar a nadie indiferente.... esto tiene por fuerza que mover a la piedad. ¡Y se rieron de mí cuando prediqué el Apocalipsis!

martes, 13 de octubre de 2009

Woody Allen 2009: Si la co funcio...


Woody, Woody, Woody, que mi Woody! Llega el otoño y con él la consabida peli de rigor de Woody Allen. Woody Allen es uno de mis ídolos, sabido es, y siempre espero sus nuevas entregas con interés y curiosidad, aunque -digámoslo- cada vez con menos ilusión. El motivo es que Woody se repite, como el ajo, como el salmorejo. No tengo problemas con que un determinado creador juegue casi siempre con variaciones de los mismos elementos. Mirad si no a James Joyce o al grupo Oasis, siempre hacían lo mismo, y siempre bien. Pero esto tiene un peligro, la falta de sorpresa puede conducir al tedio.

Con Woody Allen todavía no me ha pasado, tampoco con esta su última peli Si la cosa funciona (2009). Lo que tiene cojones es que en este caso la novedad sea que la nueva de Allen sea una comedia neoyorquina sobre un viejo judío neurótico obsesionado con la religión y la filosofía, enamorado de una jovenzuela chabacana. Esto es noticia porque el buen Woody lleva creo que cuatro años y cuatro pelis fuera de su ambiente. La vuelta de Woody Allen a Nueva York (¿a quién habrá engañado ahora para que le dé financiación en USA?) tenía bastante morbo: se suponía además que esta nueva peli se basa en un guión reciclado de los años 70, su mejor época. Esto último yo no me lo creo, y ahora diré por qué.


Digámoslo ya: Si la cosa funciona es una película muy divertida, me atrevería a decir que buena. Pero no es la invención de la pólvora, ni siquiera la reinvención. Que tuviera o no que haberlo sido es ya otro debate en el que no me voy a meter. Yo ya sabía lo que iba a ver: una comedia de mala leche y pirotecnia lingüística de Woody Allen, con frases memorables, diálogos como tiroteos, citas culturetas y risión continua. Y eso fue exactamente lo que Si la cosa funciona me ofreció. Ahora bien, importante advertencia. Soy superfan de Woody Allen, y me encantan sus gracietas y su mentalidad. Para alguien adverso esta película pueda probablemnete resultar una experiencia insoportable.

La peli se abre con los habituales títulos de crédito en blanco y negro, al son de una canción de Groucho Marx (sacada de El conflicto de los Marx, 1930): el territorio de lo conocido. Enseguida vemos una discusión acalorada y cínica sobre religión, filosofía, el sentido de la vida: más de lo de siempre. El protagonista (enorme Larry David, por fin ha encontrado Allen un avatar a su altura) se dirige directamente a cámara e insiste ante los otros personajes en que hay gente observándolos: una postmoderna ruptura de las convenciones a la que Allen también nos tiene más o menos acostumbrados. Y a partir de ahí, la peli se pone en marcha, con una historia rocambolesca (que no destriparé) pero que por obra y gracia de Allen se nos antoja plausible.


Una de las cosas que más me molan del cine de este director es su tendencia a recurrir a los antiactores, profesionales de la interpretación que normalmente no figuran en las obras de cine “serias”, como puedan ser las de Allen. Estoy pensando por ejemplo en Julia Roberts, Paul Simon, Jeff Daniels, Jason Biggs, Demi Moore o Charlize Theron. A las macizas tipo Theron o Scarlett Johansson se entiende por qué las incluye (por sus indudables dotes intepretativas), pero en otros casos parece que Allen muestra trazas de auténtico bromista. En Si la cosa funciona la inclusión de Larry David ya he dicho que me parece un hiperacierto. La de su partenaire Evan Rachel Wood diría que no tanto, porque aunque maciza y graciosa pienso que no da la talla como actriz con toda la carga que el personaje debería aportar.

Los diálogos de esta peli son -como siempre- lo mejor, sobre todo me quedo (entre citas triviales de Faulkner o Beethoven) con un diálogo de corte erótico salpimentado de referencias a la Teoría Cuántica, Heisenberg, etc. El tono de la película es el de comedia, esto es indiscutible, pero la obra está barnizada del pesimismo vital del protagonista. El personaje, que podría sin problema calificarse de misántropo, ofrece sin embargo una tímida vía de escape a la esperanza en lo que a amoríos se refiere: “si la cosa funciona”, parece ser su lema, “whatever works” en inglés. Viene a querer decir que si algo nos es gustoso o placentero debemos seguir con ello, sin preocuparnos más de consideraciones sobre el amor eterno o la felicidad absoluta. Estar bien en cada momento, sin más pretensiones, en una especie de versión light del hedonismo.


Al final, la filosofía del prota (si la cosa funciona) resulta que funciona, y, no voy a destripar lo que ocurre, pero baste anunciar que la felicidad de los personajes pasa por soluciones a veces sorprendentes (homosexualidad, tríos, divorcios, arrejuntamientos)... todo muy en consonancia con la época actual. Por eso digo que no me creo que todo esto lo escribiera Allen hace más de treinta años, cuando eran otras sus neuras y sus preocupaciones. También el hecho de que la trama de la peli se base en un viejuno con una jovenzuela nos da que pensar que esto es cosa de ahora, recién parida. El parto ha sido bueno, el niño sano y todos contentos. Yo ayer me reí como un enano viendo la peli, salí reconfortado, incluso. Si la cosa funciona, ¿para qué cambiar tu modo de hacer cine, verdad, Woody?

lunes, 12 de octubre de 2009

Agustín de Foxá, la Memoria, la checa y los polacos


Preparados. La semana pasada le escuchaba a Carlos Herrera una noticia que me hacía fluctuar entre la indignación y la risa: en Sevilla, una lumbrera comunista del Ayuntamiento había prohibido una conferencia sobre el escritor Agustín de Foxá por la razón de que este había sido franquista. Y por tanto, malo, malo, malo, como dice mi sobrino de dos años cuando ve cualquier cosa que no le gusta. Foxá en persona no me simpatiza demasiado (lo poco que atisbo de él en sus reseñas biográficas), pero claro está, aquí se está hablando de otra cosa: de literatura. Si queréis una excelente reflexión sobre el tema, os recomiendo este post de Cuidadora, que se me ha adelantado con la noticia.

Pese a que hay otra gente que ya ha hablado del tema en la blogosfera y que la prensa -menos mal!- se ha hecho bastante eco (botón de muestra, el ABC de ayer traía no menos de media docena de artículos o columnas sobre el particular), no me puedo resistir a sacar el tema en Estatuas Verdes. Me indigno, me indigno y me indigno. No voy a repetir los argumentos que son de sobra conocidos en contra de la falacia biografista y la falacia del mensaje: me basta aquí recomendar encarecidamente la lectura de la obra de Foxá Madrid de corte a checa (1938), unánimemente reconocida como la mejor novela escrita sobre la Guerra Civil.


Apunten. La verdad es que el tema de la Memoria Histórica me causa, como mínimo, incomodidad. Es este un concepto que no logro entender del todo (será porque gente seria y académica me ha explicado que es una tontería). Por otro lado, no puedo descartarlo sin más como si fuera una gilipollez: claro que, en el fondo, entiendo lo que se quiere decir cuando se alude a la “Memoria Histórica” y lo que persiguen los que la buscan en el fondo de las fosas comunes. Hay días en que me levanto tontorrón y estoy de acuerdo con los de la Memoria, el problema es que me cabrea lo chapuceramente que se está administrando este asunto en España.

La grosería y falta de rigor de muchos de estos “memoriosos” me da pereza intelectual, pero por desgracia su palabra es Evangelio en esta España atea, digo laica que nos ha tocado vivir. ¿Quién no querría saber dónde están los restos de un ser querido difunto? ¿Quién puede permanecer tranquilo recordando las injusticias y brutalidades de la represión franquista? El problema de la Memoria es que está siendo selectiva, y se está desarrollando conforme a unos inquietantes patrones revanchistas (Lorca, Foxá, etc.). Algo muy humano, por otra parte, pero que resta solvencia moral a sus practicantes, qué queréis que os diga.


¡Fuego!. Como el bando franquista –y no ya el bando sino después el Estado, gracias- ganó y se mantuvo mucho tiempo, les dio lugar a matar a muchísima más gente y de hacerlo a conciencia. Ellos tenían por maestros a Hitler y Mussolini, no lo olvidemos, pero no olvidemos tampoco que los republicanos tuvieron por maestro a Stalin, con lo que no les arriendo la ganancia. Claro, al bando republicano no le dio tiempo a matar a tanta gente, nunca sabremos qué hubieran hecho de haber ido la Guerra por otros derroteros: lo único que sí podemos saber es lo que pasó. Pero por favor, que nos lo cuenten los historiadores, NO los periodistas, los concejales, los filólogos, los directores de cine, los cantautores…

Sobre el tema de la Memoria Histórica y las atrocidades ideológicas, a manos de fascistas o comunistas (ah, pero ¿“comunista” no era sinónimo de “demócrata”?), otra recomendación. El viernes vi la película polaca Katyn (2007), escrita y dirigida por Adrzej Wajda, y que trata sobre las poco conocidas matanzas de 1940 en los bosques de Katyn. Los soviéticos (que se habían repartido Polonia con los nazis de la manera más escandalosa en virtud del Pacto Mólotov-Ribbentrop) mataron allí a más de 20.000 polacos de un tiro en la nuca, en plan cadena de montaje industrial. La mayoría eran oficiales del ejército polaco, prisioneros de guerra.


Como los soviéticos fueron durante décadas los “buenos” oficiales, los de la Liberación, nada se dijo o se quiso saber sobre esta matanza en Polonia a nivel oficial. Los nazis ya habían dicho en los años 40 (cuando se descubrieron las fosas comunes) que ellos no habían sido: tal vez estaban demasiado ocupados matando a sus propios prisioneros polacos. Al final lo que nos queda es una especie de marcador del horror: el Reich gana a la URSS en Polonia por goleada, cinco millones de muertos frente a solo un millón. Estamos hablando de más muertos polacos que judíos en total durante toda la Segunda Guerra Mundial, y de esto casi nunca se habla. Memoria Histórica, ¿eh?

viernes, 9 de octubre de 2009

Excursus: Curso del 63


-“Los días de colegio eran tan felices, ahora parecen muy lejanos”
(Raymond Douglas Davies)






Por abrumadora petición popular, hablo de Curso del 63. Los que me conocéis sabéis que pensaba hacerlo de todos modos: no es que necesitara mucho empujón, vaya. Esta mañana, en el programa Ya te digo de Europa FM, escucho algunos datos: 21% de share, más de 4 millones de telespectadores, éxito total. A nivel impresionista, llamo al buen Harvest y éste me lo corrobora: en el día después (miércoles) de su emisión, todos sus alumnos –de entre 11 y 17 años- le comentan el programa excitadísimos. Muchos de sus compañeros profes, todavía más.

Otros amigos docentes lo confirman: “¡Qué no daría yo por estar ahí en Curso del 63, lidiando con esos niños pero con los poderes y las prerrogativas de los profesores de aquella época!” –es el comentario más repetido. Por si alguien no lo vio (coincidió con el goloso estreno de Flashforward en Cuatro), Curso del 63 es un reality adaptado de por ahí en el que 20 niños y niñas de 16-17 años se someten a la experiencia de vivir y estudiar en un colegio interno como los que había en España a principios de los años sesenta.


Esto es importante dejarlo claro, porque varios compañeros de trabajo –siempre prestos a enriquecerme con anécdotas y precisiones de sus propias experiencias estudiantiles en colegios internos de ambos sexos- me comentan que no lo vieron pues pensaron que se trataba de una mera recreación à la Cuéntame, y claro está, les chocó muchísimo ver a esos zangolotinos y a esas pollitas con sus pelos teñidos, sus piercings y sus modales de corral. Dice uno “Si yo en 1963 le contesto así a un profesor me llevo un galletón”. Pues ahí está el truco, amigos.

El principal culture shock (el más llamativo, también) al que se enfrentan estos niños y niñas es el que tiene que ver con la imposición de límites en forma de normas. El hecho de que vistan o no corbata o que hayan de comer lentejas (ya sabéis, si quieres las tomas y si no… también) es un mero accidente. El problema de fondo es que a medida que avanza el programa queda bien patente que a la mayoría de estos niños no les han corregido o castigado en su pajolera vida. En otras palabras, que han llegado a los 17 años sin que nunca nadie les lleve la contraria. Pensad en esto, porque a mí me da más miedo que Drácula, la Momia y el Hombre Lobo juntos.


Aparte de las anécdotas disciplinarias (cuando menos, graciosas de ver): que si prohibido el maquillaje, que si hablar de usted a los profes y no contestar, lo que más me llena de terror y piedad, una verdadera catarsis, es la facilidad con que estos niñatos concursantes rompen a llorar. Tolerancia cero a la frustración, que se llama. O sea, hay de comer lentejas, pues no me gustan, pues te las comes, pues no, pues no almuerzas…. buaaaaaaa!!! Sois todos unos fascistas y unos nazis. La madre de la criatura, entre el bochorno público y la conmiseración por su retoña, se medio justifica: “Claro, es que mi hija está acostumbrada a que si no le gusta lo que hay de comer le pongamos otra cosa”. Enhorabuena, mamá: es usted una educadora de putísima madre.

Asisto incómodo a una sucesión de enfrentamientos verbales entre los zafios niños canis (¿por qué casi un tercio son andaluces?) y sus profesores, tan rectos, tan disciplinarios. Hay castigos, hay palabras firmes, hasta que por parte de los desobedientes niños (tampoco se les pide nada del otro jueves, solo obedecer las reglas) vuelan los exabruptos y los insultos. Una alumna aventajada declara sobre su tutora-monstruo-represora: “¡Esa me va a comer a mí las aletas del coño! Vamos… que yo en mi colegio ya le he pegado a dos maestros”. Pienso que mostrar esto en la tele, y enfrentarlo así, sin anestesia, a la disciplina pura y dura del franquismo puede ser contraproducente. ¿No van a saltar los angelitos? Si es que estos profes son unos fachas: llevan bigotín, te hacen vestir uniforme…



Pero entonces el buen Harvest me hace ver una cosa en la que yo no había caído: este programa va a servir para que la gente en general vea el tipo de ganado con el que los profesores de hoy han de lidiar a diario. Y muchos de ellos sin despeinarse. De acuerdo, los niños-concursantes de Curso del 63 están escogiditos: una clase con 20 ó 30 así sería infumable. Pero… ¿y una clase con 5 así? “Es el pan nuestro de cada día” –me asegura Harvest. “No he escuchado en este programa ninguna injuria ni ninguna barbaridad de boca de los niños que no me haya dicho a mí alguna vez un alumno o alumna al encararse conmigo”.

La diferencia estriba –por lo que se ve- en que si un niñato dice a Harvest “¿Tú quién eres para decirme a mí lo que tengo que hacer?”, él sólo puede poner cara de poker y como mucho castigarlo sin recreo, o alguna cosilla así (si es que el alumno en cuestión tiene a bien presentarse y cumplir su castigo). Los profes de Curso del 63, en cambio, son la caña porque pueden ponerlos a fregar, de rodillas con los brazos en cruz o exigirles respeto. No digo que el autoritarismo ciego y la disciplina absurda sean la panacea (yo mismo sufrí las injusticias de los curas en mi propio Curso del 93), pero qué queréis, amigos… de vez en cuando… ver cómo un superhéroe vengador restablece el orden del Universo bajándole los humos a un niñato... mola mazo, como dicen ahora.
 
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