Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

jueves, 30 de junio de 2011

"Habla usted ruso?"


Desde adolescentes, el buen Fran G. Matute y yo hemos tenido un auténtico imán para los freaks. Rara era la ocasión en que entrábamos juntos a una tienda y no se la acabábamos liando al dependiente (o nos la liaban ellos a nosotros, que era como lo percibíamos). Ya fuera un viejo que nos criticaba por no saber abrir una caja de compases en una papelería, o un borracho de polígono industrial que nos daba una soflama sobre política y lenguaje, siempre nos hemos tenido que enfrentar a “personajes”. Y no digamos los que te vienen dando/pidiendo opinión de música.

Me encanta charlar y cambiar impresiones, pero también he sido siempre muy seguidor de las normas de la cortesía y el principio de cooperación en las conversaciones, por aquello de que nadie se vuelva loco (empezando por moi). Hete aquí que hoy el buen Fran G. y yo hemos salido a tomar una tapita con una pareja amiga y resulta que nuestra mente no se encontraba preparada para la inmensa ola de alegría y respeto que nos ha invadido al convertir una noche a priori normal en una fiesta para los sentidos (y no lo digo por la presa ibérica con jamón que nos hemos jincado).


Acudimos a un afamado bar regional de Miciudad, un capricho porque la semana pasada estaba de bote en bote y no pudimos entrar. Hoy resulta que no había nadie: los cuatro éramos los únicos clientes y los camareros nos observaban semiociosos desde la barra. Nuestras palabras debían rebotar amplificadas en la bóveda del local, porque nos hemos pasado la cena comentando libros y hablando de esto y lo otro, imaginando una conversación privada. En un momento dado, alguien ha recordado la peculiar reseña de una antología de poesía japonesa que apareció hace dos semanas en Estado Crítico, y en el preciso instante en que servidor recordaba enfáticamente las traducciones de un haiku que figuraban en dicha reseña, el camarero, no tan invisible como los de los relatos de Chesterton, va y tercia:

“Disculpen ustedes, les importaría decirme de qué libro están hablando?” Nos quedamos todos de piedra, la pregunta es osada pero el tono es respetuoso. Le contestamos, le requiero por qué y el camarero responde: “No, por nada en especial, es solo que la literatura japonesa no la he trabajado mucho. Toda la americana, y la latina, pero de Japón…” os recuerdo, no estábamos en el Café Gijón ni en La Closerie des Lilas, pero el camarero se lía a hablar de libros y nos deja a todos con la boca abierta. “Además de los clásicos latinos le he pegado a Goethe, un poquito a Kundera, y a este otro… cómo se llamaba?”


“Kafka?”
–le ofrezco, y él me lo niega condescendiente: “Kafka no, hombre: ese es básico.” G.R.A.C.I.A.S.! Picado en mi orgullo le hago piar: “Recomiéndenos un libro.” “Uno latino?” “Cómo no!” –yo pensado que me iba a decir que leyera a Catulo o a Tucídides. Las muertas-nos dice- “del mejicano Ibargüengoitia.” Confieso que en ese momento apunto el nombre del autor mal, porque nunca lo había escuchado. Uno de mis amigos tiene que meterse en los servicios para no descojonarse en la cara del nota. Pero los demás estamos admirados: caramba con el camarero letraherido! Al traernos el cambio me vuelve a espetar: “A Cortázar y a Benedetti los habrás leído, no?” “Claro, hombre, claro…”

Todavía sonriéndonos por lo acontecido, nos metemos en otro bar, de copas, pero muy tranquilo. Comentamos la jugada, y nos da por hablar de cine. La novia de mi amigo dice “Habéis visto la peli Insidious?” Decimos que no, y en esto el único otro cliente del bar, un trajeado hombre maduro que estaba rumiando su curda sobre un taburete en la barra se gira como He-Man e interviene: “Disculpen que me inmiscuya en su bella conversación…” –exhibe esa cortesía de los borrachos de la que habla F. Scott Fitzgerald- “… he oído que han nombrado al Seaview?” No entendemos, el hombre se explica: “El Seaview era el submarino de la mítica serie de TV Viaje al fondo del mar…” Ha confundido “Insidious” con “el Seaview”, será por el parecido fonético, como diría Chris Peterson. “Yo en mi época veía El virginiano, Colombo, Los Intocables, bla bla bla… pero a vosotros os veo más de Verano azul, me equivoco?” Asentimos embobados, entonces reparo en que el hombre, de traje y corbata, porta en la mano un minitransistor y un colorido diccionario español-ruso: masco la liada padre, que a nadie le dé por reírse, por favor.


“Habla usted ruso?, como le veo el librito…” –le espeta mi amigo, y el hombre se hincha de orgullo- “Hablo ocho idiomas: español, inglés, francés, italiano, alemán, portugués, ruso y chino. Qué idioma dominan ustedes?” “Hombre, inglés sabemos”, le digo, y como si hubiera pulsado un resorte el hombre se lanza a una veloz tirada monocorde en un inglés fluidísimo con fuerte acento español: “Soy jubilado y no tengo obligaciones, por eso no tengo que levantarme mañana temprano pero me dedico por afición a estudiar lenguas, sé hablar ocho y a ti se te entiende muy claro en inglés…”

Esta vez soy yo el que tengo que salirme a la calle a que me dé el aire. “Bueno, amigos, no quiero seguir interrumpiendo su reunión, gracias y buenas noches.” Será cosa del calor, queridos lectores?

lunes, 27 de junio de 2011

I.N.G.L.A.T.E.R.R.A.


Soy un yonqui de Inglaterra: admitámoslo. Y cuando digo “Inglaterra” quiero decir “Gran Bretaña”, lo que ellos llaman Britain (ya sabéis que el “Great” lo dejaron de decir después de la 2ª Guerra Mundial, más que nada porque les daba vergüencita). Quitémonos la careta… (Quítatela tú, Porerror, mamón! Los demás no hemos abierto el pico…) … una verdad como un puño, señora, y es que no lo puedo negar: llevo a Inglaterra en la sangre. Lo mío no es genético, sino cultural, no tengo ni una gota de sangre ni un gen guiri, pero es verdad que su cultura la tengo tan cercana en muchos casos como la de aquí (más que la de muchas autonomías de España, desde luego, que no nombraré porque escribo desde el respeto).

Hace casi dos años que no piso el Reino Unido (Londres, para ser exactos) y ya me van picando los picores. Bueno, dejad de gritarme: estuve por toda Escocia el verano pasado y en Belfast en Semana Santa, ya sabéis, pero no es lo mismo. Por cierto que no he ido a Inglaterra hace poco ni tengo proyectado ir (soñado sí), por eso aprovecho vicariamente los viajes que la peña hace y me cuenta, o me pide ayuda para organizar. Esta misma mañana me preguntaba un compañero de trabajo “Tú has estado el Londres?” y yo me sonreía, para acto seguido ilustrarle sobre hoteles, paradas de metro, etc. Ya por la tarde, otro colega me pide idéntico consejo en un sms. Pero una persona muy querida sí que ha estado en Inglaterra últimamente, y como me conoce el gusto, ha venido cargada de presentes que han vuelto a despertar mi apetito.


Soy un yonqui de Inglaterra, cómo si no podría disfrutar de esos infames paquetitos de patatas Walkers sabor Cheese and Onion? O ese chocolatico Cadbury’s relleno de caramelo? Y lo más bizarro que me ha sido dado a probar después de este viaje: guisantes secos con sabor a wasabi (del Marks & Spencer!). También del Marks & Sparks hemos comido un crumble de ruibarbo, un típico postre que sabe a gloria aunque sea de cadena de supermercado.

Otros regalitos han sido un par de imanes librescos: uno Shakespeare y el otro Jane Austen, y también un recopilatorio de canciones del periodo “entreguerras” (o Art Deco, como lo llaman en el disco): todo éxitos de Fred Astaire, Duke Ellington, Benny Goodman, Billie Holiday, Cab Calloway o Tommy Dorsey, desde el “Charlestón” al “Continental”, cortesía de autores como Irving Berlin, Cole Porter, los hermanos Gershwin y Jerome Kern: me siento como en una jodida novela de Fitzgerald (o de P.G. Wodehouse)!


No me puedo dejar fuera una fantástica taza decorada con dibujitos de todos los monarcas ingleses desde Guillermo el Conquistador (1066) hasta la actual Isabel II. Cada uno está caracterizado con sus atributos, Jorge III bocabajo porque estaba loco, Carlos I con la cabeza cortada, y todas esas cositas. Además, esta excursión vicaria me ha proporcionado un tesoro de folletos, revistas y periódicos, que serán convenientemente analizados. Pero lo más interesante con creces ha sido…


Las tres primeras temporadas en DVD de Lark Rise to Candleford (2008-2011), otra serie de época basada en obra literaria (dejad de gritarme, etc.). Esta está basada en las novelas de Flora Thompson, aparecidas en los años 40 del siglo XX pero ambientadas medio siglo antes. Y bueno, que yo sepa, la serie –que ha tenido un éxito brutal en UK- no la han echado en España, así que si sois fans de esta onda solo os puedo animar a que la “busquéis” (vulgo “descarguéis”): a mí ya me ha cautivado con solo ver los tres primeros episodios.

Ejemplo perfecto de una absurda Inglaterra rural, que acaso nunca existió, una idílica arcadia en la que los señores feudales eran buenos, la gente de pueblo simple y honrada, y el único sufrimiento provenía de oscuros secretos sentimentales. Pasteles caseros, modestas doncellas y carruajes sobre callejuelas empedradas. Todo pagado con los capitales de la Revolución Industrial, pero eso es otro tema. Es una “Inglaterra” soñada y añorada, lo mismito que la mía aquí a 40º de temperatura, vamos.

jueves, 23 de junio de 2011

Pitbulliana


-“No hay quien pueda con usted: no he conocido a un tío tan jeta en mi vida”.
(Anuncio de Tinto de Verano La Casera)



Ahora que a Shakira cada vez se le entiende peor lo que canta (he llegado a pensar que ha desarrollado algún tipo de afasia desconocido hasta ahora), es momento de echar un vistazo a otras luminarias surgidas de entre las filas de la música latina. Por esa razón quiero analizar hoy la figura de Pitbull, personaje inquietante donde los haya, “y los hay” –que diría Boris Vian.

Todos bailamos con Pitbull aquel turbulento verano del 2009, todos nos enternecimos ante su insistente manera de llevar gafas de sol en sitio cerrado. Harvest me cuenta que hubo un tiempo en el que no se podía contar hasta 4 en las aulas de los institutos sin que algún gracioso te continuara aquella canción de “I Know You Want Me”. Todos vimos aquel vídeo de los bailes inquietantes y las tipas buenazas que en realidad no lo estaban. Otro chulo venido del Caribe, se lo toleró porque nos pareció un one hit wonder, pero hete aquí que los años pasan pasan y la presencia de este Pitbull en las ondas y en nuestras pantallas se acerca peligrosamente a una posición de hegemonía.



Por si no os habéis dado cuenta, Pitbull suena en la radio FM española más a menudo que Lady Gaga (que ya es decir), basta un somero catálogo de su producción discográfica para helarle la espina dorsal al más pintado. Además del esforzado hit “I Know You Want Me (Calle Ocho)”, que resultó ser una versión ¿rapeada? del tema “75, Brazil Street”, que a su vez era versión de uno de Chicago, este Pitbull nos ha castigado en el plazo de dos años con “temazos”/duetos junto a Usher, Pharrell Williams, Enrique Iglesias, Paulina Rubio, Jennifer López, Shakira, Rihanna y ahora últimamente anda dando candela con el bombazo veraniego “Give Me Everything”, junto a Ne-Yo, Afrojack y Nayer.

Yo, como dicen en el afamado blog literario Estado Crítico cuando reseñan un libro malo, me sacrifico por vosotros procesándolo todo para separaros la paja del grano. Así, durante las últimas semanas me he dedicado en secreto a escuchar compulsivamente canciones de Pitbull (bastaba poner Europa FM) y a revisitar sus eximios videoclips. Analizada la ingente cantidad de material, la conclusión a la que llego es que los 3 principales talentos del ciudadano de Miami universal son tres: paso a analizarlos.



1. Reírse. Muchas han sido las figuras de la música inmortalizadas gracias a su risa, más o menos falsa. Empezando por Mozart (si hemos de dar crédito a Milos Forman y a Tom Hulce) y siguiendo por Sinatra, Elvis, los Beatles o Freddie Mercury. Ciñéndonos al ámbito de la llamada música latina, imposible no recordar las carcajadas forzadas de Paulina Rubio. Pero ningún artista había llevado hasta ahora la risa a destiempo a la categoría de Bella Arte, alcanzando cotas solo soñadas por Loreto Valverde (y su hermana). Tan solo Pitbull ha sido capaz de entreverar tanta y tan falsa carcajadilla extemporánea en calientes ritmos de rap/reggaetón. Minipunto para el equipo de los cachondos mentales.

2. Decir “Dale”. La historia de la caridad, la entrega desinteresada (lo que en inglés se conoce simplemente por giving) es larga. Baste recordad cómo Jesucristo multiplicó los panes y los peces, obras de misericordia como “Dar de comer al hambriento” y “Vestir al desnudo”, o aquella escena de San Martín de Tours (obispo) compartiendo su capa con un pobre, retratada por tantos pintores. La ayuda al prójimo no es solo coto del cristianismo, pero extendernos a otras culturas sería exceder los límites de esta entrada de blog. Aunque no sé si es este concepto de caridad el que inspira al Pitbull más generoso cuando a diestro y siniestro repite su enigmático “Dale”, en todas y cada una de las canciones en las que interviene. Anda que no da nada el nota. Ríase usted de aquella película de Peter Sellers que hacía de cura y se dedicaba a repartir comida entre los pobres.


3. Rapear largas tiradas. El término “tirada” lo tomo prestado de la métrica, como esas tiradas de versos de los cantares de gesta (Porerror siempre atento a utilizar todos los recursos que la comicidad pone a su alcance). Pitbull, el nuevo juglar, poseedor de las llaves de la ciudad de Miami. Pero a poco que uno se fije una migaja, las supuestas tiradas de Pitbull no son tan largas. En realidad, si a las canciones que firma/en las que colabora se les descuentan las partes instrumentales, lo que cantan los otros, las risotadas (1.) y la palabra “Dale” (2.), a Pitbull le queda más bien poquito tiempo para rapear. Apenas unas pinceladitas en Spanglish, esa no-lengua que fascina a todos (menos a mí) y que según el ABC amenaza tanto al español que a estas alturas ya debería haberlo hecho desaparecer. (“Vacunar la carpeta”, etc.)

Por todo lo expuesto debería quedar claro que Pitbull es un personaje si no Pupita, sí uno cuya sola mención basta para hacernos arquear las cejas en Estatuas Verdes. Seguiré tu carrera con mucho cuidadito, Pitbull, I’m a follow your career very carefully, ja, je, ji, jo, ju, jajota. Dale!

martes, 21 de junio de 2011

The Rocky Horror Picture Show


Todo el mundo sabe que la serie Caso abierto (2003- ) es una seriaza. Especialmente memorable para mí fue el episodio 21 de la 2ª temporada, por título “Criaturas de la noche”. Una tarde que estaba en Cosica empieza la serie y me veo que los personajes del episodio –ambientado en 1977- entran en un cine donde todo el público estaba de pie, cantando, bailando y chillándole a la película. En pantalla, un grotesco baile de travestismo, Susan Sarandon en paños menores y forzudos engrasados a ritmo de cabaret/glam rock. Sí, amigos: era The Rocky Horror Picture Show (1975).

Investigando me enteré de que aquello era el pan nuestro de cada día con aquella peli, clásico de culto donde los haya, cinta estrella del circuito de sesión golfa USA, calculo que debe ser la película que más dinero ha dado en la historia del cine, puesto que lleva exhibiéndose (bien que en poquitas salas) de manera ininterrumpida desde su estreno en 1975. Entonces recordé haber escuchado decir algo así al gran y difunto Jordi Estadella en su etapa de conductor (qué cursi soy!) del Un, dos, tres… responda otra vez (1991-1993), recuerdo a una troupe de gente rara haciendo un número musical en el programa, para promocionar la función de teatro. Supongo que por aquellos años debió representarse en España, no he podido encontrar el dato.


Para los que no lo sepáis, The Rocky Horror Show es un musical glam/travesti de fenomenal éxito, obra de Richard O’Brien y Jim Sharman, que fue adaptado al cine como The Rocky Horror Picture Show, convirtiéndose en una obra de culto. Gran parte de la fama que tiene (que hace que lo homenajeen en series como Caso abierto o Glee, el año pasado) le viene por el tema de la interacción del público con la pantalla, o “participación”, como les gusta decir a los freaks de la cosa.

El buen Nacho Camino me lo confirma: “Yo fui a ver la peli en Estados Unidos y es exactamente como se dice: gente con atrezzo: papel higiénico, periódicos, tirando arroz… y contestándole a la pantalla.” La gracia es que el público suele ir disfrazado y debe hacer en ciertos momentos clave (que están perfectamente codificados, hay bastante homogeneidad en todas partes) ciertas cosas alusivas a lo que sale en la peli: en una escena de boda tirar arroz, lanzar naipes cuando los cita la letra de una de las canciones, ponerse un periódico en la cabeza cuando en la peli llueve, etc., y también dar la réplica a los actores, diciendo frases del guión (o no), increpándolos, jaleándolos…


Yo la peli no la había visto y me llamaba bastante la atención. Aparte de su importancia en la cultura pop (fijarse: la Biblioteca del Congreso USA la declaró peli “significativa”, aunque ese estatus lo tiene hasta Desmadre a la americana, 1978) me interesaba su música, y este fin de semana la pedí prestada. ¿Veredicto? Me ha fascinado, pero esto no quiere decir necesariamente que sea buena. ¿Qué significa que una peli sea buena? Cada vez lo sé menos, la verdad, sufro una crisis acerca del criterio: ¿qué son un libro, una peli, un disco buenos? The Rocky Horror Picture Show es un despropósito sin pies ni cabeza a nivel narrativo. Sus diálogos oscilan entre lo grotesco y lo simplemente ridículo. Visualmente, esta película es el equivalente a que te den en el cogote con una merluza a medio descongelar (ya me entendéis…)… y sin embargo: LA HE VISTO DOS VECES ESTOY DESEANDO VOLVER A VERLA.

Pour quoi?, que diría Mourinho. No lo sé, amigos, creo que me ha enganchado por su música. Y –admitámoslo- porque tengo un imán para todo lo bizarro. El buen Fran G. Matute me dice que la música es ramplona y fácil (y él entiende de glam rock, no?) pero a mí las pegadizas melodías me han capturado para siempre. Todo está a caballo entre David Bowie y un mamarracho (si es que las dos cosas no son lo mismo), entre el musical, el cabaret, el rock y directamente la poca vergüenza. Y en 1975! (En realidad la obra de teatro es del 73, o sea, que esto se gestó en plena eclosión glam). Y hablando de gay rock, The Rocky Horror Picture Show me fascina porque es el mayor alegato gay que he visto, facturado de modo sutil, ya que la época no permitía demasiadas florituras.


La historia es simple: una pareja de novios modositos llega por azar a un misterioso castillo donde un científico loco (travesti) se rodea de una cohorte de bizarros para crear su particular monstruo de Frankenstein, que en lugar de un despojo humano es un macizo buenísimo. Conmovido por la pureza e inocencia de la pareja mojigata, el doctor travelo se dispone a corromperlos. El tema es que el doctor viste de mujer, algo muy normal hoy pero una aberración hace 40 años. La bandera gay campa a sus anchas por la peli (camuflada de arco iris, solo para iniciados, vous comprenez), asistimos a una glorificación del sexo hedonista, de lo gay, trans, bi, tri, etc., además de haber continuos homenajes a iconos de lo queer/bizarro como Steve Reeves, Charles Atlas o Lily St. Cyr.

Pero pese a su marcado tono sexual, no es este el único tema de The Rocky Horror Picture Show. El homenaje es continuo también al cine “malo” de género, tan malo que se sublima y acaba siendo bueno: exactamente igual que le ocurre a la obra que nos traemos entre manos. Las pelis de serie B, ciencia ficción, de miedo (“horror”, en inglés), de la Universal, la Hammer, la RKO, y no debemos olvidar que la estructura de Rocky Horror es deudora de toda la tradición de Frankenstein y productos derivados, aunque aquí el doctor se llama “Frank N. Furter”, en homenaje a la larga salchicha.


Vuelvo a la música: hay baladas, números de baile, rocanroles… aunque el tono que predomina es el de las showtunes: canciones de musical. El propio Meat Loaf aparece en la peli, interpretando la incendiaria “Hot Patootie -Bless My Soul”, y nada en vuestras vidas será igual después de escuchar canciones como “Sweet Transvestite” (el Dr. Frank N. Furter lo hace Tim Curry, en su mejor papel), la coreografía de “The Time Warp” o la perversión de “Touch-a, Touch-a, Touch-a, Touch me”, a cargo de una jovencísima Susan Sarandon plena de lujuria.

De modo que ya lo sabéis, si queréis solidez argumental, personajes redondos y diálogos inteligentes huid en la dirección contraria de esta película. Si por el contrario lo que buscáis es pasarlo bien, moviendo la entrepierna, corred al encuentro de The Rocky Horror Picture Show!

jueves, 16 de junio de 2011

1000 programas con Susanna


Ya estabais nerviosos porque os pensabais que hoy, día 16 de junio, iba a conmemorar el Bloomsday. Ja, ja, ja: NO! Eso os lo dejo a vosotros, que tanto admiráis el Ulises (1922) de James Joyce. Además, como me recuerda la buena Cuidadora, “Ya lo conmemoraste cuando hubo que conmemorarlo”. Gran verdad, que quedó reflejada en el post sobre Leslie Nielsen. La ocasión que me trae a celebrar hoy es que el programa televisivo de Antena 3 Espejo Público cumple sus 1000 programas pilotado por Susanna Griso. Verdad es, en otros horarios y formatos –y con otros presentadores- Espejo Público lleva en Antena 3 más años que las columnas. Pero es en este su formato de magacín contenedor matutino que la cosa ha entrado en sazón.

Los lectores clásicos de este blog conocéis mi predilección por all things Antena 3, y mi debilidad por los informativos de la cadena. Lo que no se ha aireado tanto es mi fascinación por Espejo Público, al que mis amigos y yo nos referimos simplemente como “El programa de Susanna Griso”. Harvest me asegura que lo usa frecuentemente en sus clases como epítome de la actualidad televisiva, vaticinando a sus alumnos que si hacen tal o cual cosa impensable van a acabar saliendo “en el programa de Susanna Griso”. Él mismo les ha dicho alguna vez que no les pega para evitar precisamente idéntico destino.


¿Y cuándo has visto tú Espejo Público, perillán, si eso lo echan en horas de trabajo? Gran verdad, señora, y supongo que usted no se lo perderá, pero debo aclararle una cosa. El carácter proteico de mi ocupación me ha permitido, en temporadas o días concretos en que entraba a trabajar más tarde (o directamente en vacaciones) zamparme el programa. Y me ha parecido con creces lo mejor de las mañanas, porque ironía aparte, conjuga seriedad y rigor periodístico con una ligereza de espíritu de la que solo es capaz Antena 3 (para que luego la llamen en la competencia “la cadena triste”).

Espejo Público ha contado con tertulianos de talla, tales como Juan Manuel de Prada, Ángela Vallvey y Álvaro Pombo, por no citar a Massiel. Esto fue lo que me enganchó a mí, una tertulia en la que también había algún invitado de derechas, algo que era una rara avis allá por 2006, antes de la proliferación de las cadenas derechonas que la TDT cobija. Y que Massiel es muy graciosa. También salía la pizpireta María de Meer, a quien yo conocía de la radio, aunque no sé si será buen rollo recordarlo porque sé que ha abandonado el programa. El que sigue ahí como un campeón es Ramón Arangüena, en su mejor papel desde que saliera en Osados (1997) preguntándole a todo el mundo por su [falsa] “agria polémica con Iñaki Gabilondo”.



Muchos han sido y son los miembros de la cohorte (y corte) de colaboradores y adláteres de los que se ha rodeado Susanna Griso desde sus inicios, pero quitémonos la careta: el programa es ELLA. Más allá de su agradable apariencia (por decirlo suavemente), la catalana ha sabido imprimir su estilo personal al programa, una mezcla de acerada periodista y seño que sabe cuándo meter a sus alumnos en el corral (vaya esto sin un ápice de machismo). No es casualidad que Susanna acumule premios, que proviniera del telediario de Antena 3 (será que la casa imprime carácter?) y que nos guste tanto a todos. (Sobre todo a Pablo Motos, que el mamón le confesó que ella era su “mito erótico”).

Confieso que últimamente no he visto el programa tanto como me gustaría, este año tengo que salir a trabajar a las siete y media todos los días. Pero no se me olvidan las mañanas que he pasado viéndolo, comiéndome una tostada, empapándome de la última tragedia o polémica, o asistiendo perplejo al desfile bizarro de la crónica social. Y en medio de todo Susanna Griso repartiendo panes y peces, que lo mismo se prueba unos zapatos que manda callar a Massiel que da paso a unos damnificados de Lorca. Hoy tampoco veré el programa 1000 de Espejo Público con Susanna, y eso que según ella misma ha contado en Twitter, con motivo de la conmemoración “la preparan gorda”. Que sea enhorabuena!

lunes, 13 de junio de 2011

Lo más necesario, lo que no tiene nombre


-“... hay tanto que queda sin decir…”
(John Deacon)




Como sois tan cultos, seguro que conocéis la sensación de terminar de leer un libro y desear empezar inmediatamente otro del mismo autor. Chainsmoking, pero en este caso chainreading, si podemos inventar esa palabra: en cualquier caso claramente un vicio. Se trata de una expresión más del pecado de la gula, rara vez se hace, aunque hay gente que sí, me aseguran que cuando cogen por banda un autor ya no lo sueltan hasta que agotan su bibliografía. Yo rara vez, a los pocos minutos se me pasa la sensación.

Lo que sí persiste es otro calor más a fuego lento (no la explosión de leérmelos todos de tirona), las ganas sosegadas de leer más de ese autor, reforzadas por la seguridad de que –como decía un antiguo jefe mío- “hay más tiempo que vida” y por tanto antes o después lo voy a hacer. Tal o cual autor me gusta tanto, me ha dejado tanta huella que pienso escarbar más, poquito a poco voy a profundizar en su obra. Y es divertido llegar a esos nuevos libros de autor viejo de manera oblicua, ver qué jugadas de billar te pone por delante la vida para que te recomienden, te salten al ojo en una librería, alguien te preste o desempolves de un estante viejo algún volumen de escritor anteriormente leído.


Me ha pasado con Borges, con Julio Cortázar, con Roberto Bolaño, Boris Vian o P.G. Wodehouse. ¿A qué agotar su obra? ¿Qué prisa tenemos por leernos todo lo que escribieron y acabar los placeres? Voy por el mismo camino, o así parece, con Italo Calvino, Nabokov, Hemingway y Scott Fitzgerald. Mentiría si os ocultara que el interés renovado por estos dos últimos gigantes americanos de la prosa no es consecuencia de la última peli de Woody Allen -Midnight in Paris (2011)- deliciosa delicia que desde aquí recomiendo a todo el mundo que tenga alma, y sobre la que no he escrito un post porque hace demasiado buen tiempo como para hablar de una peli que es (entre otras cosas) una apología de la lluvia.

Quiero hablar de Fitzgerald porque para mí representa esa perfección evanescente, ese placer que por más que persigamos no lo llegamos a alcanzar. Te crees que no lo estás consumiendo, y de repente estás lleno: tienes que parar un poquito. No puedo leer a Fitzgerald en sesiones largas, pero esto, lejos de ser un demérito lo apunto en su cuenta del “Haber”. Porque su prosa es tan rica, tan rellenísima de matices y tan sugerente que se llega a asemejar a la poesía. Por cada frase suya se me va la cabeza a cuatro cosas: el mamón inventó el hipertexto en la época de los discos de pizarra.


Me acabo de empezar Suave es la noche (1934), descripción de la vida de glamour y ocio en la Costa Azul como solo la podían llevar los ricos del periodo de entreguerras. Algo de lo que Fitzgerald y esposa tuvieron más que su ración, de ahí que conocieran tan bien el paño. Tenía el libro comprado desde agosto, fue el último que me compré antes de la gran sequía, y me dio por él a instancias del buen Mojaquero, quien me lo recomendó en una tienda de campaña al ver que yo leía un volumen de cuentos también de Fitzgerald. Solo llevo treinta páginas (y ya le ha dado un pildorazo a Joyce, qué maravilla!) y ya he detectado en la novela esa cualidad evanescente de la que hablaba en el párrafo anterior. Está en El gran Gatsby (1925), está en muchos de sus cuentos como “Bernice se corta el pelo” (1920) o “El diamante tan grande como el Ritz” (1922) y no podía faltar en esta Suave es la noche.

Es esa elegancia tan exclusiva que a los que no la compartimos nos hace sentir palurdos, sin saber exactamente por qué. Qué regla de urbanidad no escrita (qué ordinariez!) estaremos infringiendo. Es el proceso de Kafka pero nosotros somos los acusados de catetos. La visión de Fitzgerald, de muchos de sus protagonistas es la de gente que ha accedido a un mundo al que en realidad no pertenecen, invitados a mansiones, a fiestas, a los que los demás -The Smart Set- están superacostumbrados pero que para nosotros suponen una novedad. Los ojos como platos porque todo nos fascina y nos llama la atención, a sabiendas de que ir así por la vida no es fino, no está bonito. Ah, pero, ¿quién decide lo que está bonito y lo que no? No lo sabemos, pero él, el autor, lo tiene absolutamente claro.


Os pongo un pequeño ejemplo sacado de Suave es la noche, la protagonista, una aspirante a estrella de Hollywood, se ve de pronto rodeada de gente glamurosa de verdad como el matrimonio Diver, en una playa francesa [disculpad mi traducción]:
Su ingenuidad respondía incondicionalmente a la costosa simplicidad de los Diver, sin darse cuenta de su complejidad y su falta de inocencia, sin darse cuenta de que todo ello era una selección de calidad más que de cantidad, obtenida en el bazar del mundo; y que también la simplicidad en el comportamiento, la paz y buena voluntad infantiles, el énfasis en las virtudes más simples, era parte de un trato desesperado con los dioses, obtenido mediante esfuerzos que ella hubiera sido incapaz de aventurar.


Nunca he creído en la literatura del silencio, en lo que no se dice, etc. Para mí cuenta lo que se dice, qué queréis que os diga. Pero sería ingenuo no admitir que en los libros debemos prestar atención a todo lo que rodea al propio texto, algo así como lo que en una escena de cine se queda fuera de plano, y pienso que Fitzgerald es un maestro de esto (como lo fue Hemingway, con otro enfoque). El anterior texto pretende ilustrar esa sensación de los personajes de Fitzgerald (y el propio lector) de estar perdiéndose una parte sustancial del verdadero libro. Y esto me resulta interesantísimo, porque ¿cuántas veces en la vida real no nos ocurre lo mismo? Lo dejé caer en “Narratología y vida” y hoy me reafirmo. Qué queréis, amigos, han pasado casi tres años pero todavía sigo sin tener la respuesta.

viernes, 10 de junio de 2011

X-(Mad) Men


-“Stevenson habría estado orgulloso.”
(Profesor Charles Xavier)




Sabido es que en Estatuas Verdes se siguen con interés las aventuras de La Patrulla X. Ahora a la juventud le ha dado por llamarlos X-Men, me parece bien, pero como sabéis que servidor respeta tanto a Bibiana Aído, y también hay X-Women: Patrulla X it is, then. Llega a nuestras pantallas un esforzado lifting de la saga mutante cinematográfica. Tras la trilogía que todos conocíamos y algún que otro spin-off (Lobezno, etc), X-Men: Primera generación (2011) ofrece lo que se conoce como una “precuela”.

La historia del comienzo de la historia. El origen del Profesor X y Magneto, aunque el de este último ya quedaba explicado en X-Men (2000) (escena que nos vuelven a zampar entera). Ahora la cosa se ambienta a principios de los años 60 -¡benditos 60!-, y reaparecen en forma juvenil muchos de los personajes conocidos en la pantalla. Además de los dos citados pesos pesados, ahí están Mística, Bestia, Lobezno y Tormenta, en forma más o menos sugerida o explícita.


Pero la historia es simple: al socaire de la crisis de los misiles de Cuba, se forma y entrena a un joven grupo de jóvenes mutantes en continua lucha entre la autoaceptación y la duda filosófica. ¿Ayudar al Homo Sapiens, aunque nos desprecie y nos tema? ¿Ocupar el papel que la historia (y sobre todo la genética) nos ha asignado como raza superior? Ahí está el tema, amigos.

La ambientación sesentera no es el menor atractivo de la peli, diríase que hay una fiebre por retomar esa época tan compleja: en apariencia idílica, homogeneizada y pasteurizada pero preñada de cambios: mujeres, negros, gays, libertades individuales, etc. Esta moda estética la ha originado la serie Mad Men (2007- ) y la van a continuar The Playboy Club (2011- ) y Pan Am (2011- ). La referencia a Mad Men no es ociosa, entre los supervillanos figura el egregio Hellfire Club, cuya miembra más destacada es la poderosísima Emma Frost, interpretada aquí por la poderosísima January Jones (Betsy Draper para ustedes). Otros del club son Sebastian Shaw (brutal Kevin Bacon, villano políglota y nazi que se sale del pellejo), Azazel (sí, el padre de… shshshshshsh!) y el temible mutante Adolfo Domínguez, a quien da vida el modelo español Álex González.


Entre los “buenos” están Xavier (James McAvoy, en su mejor papel desde…), un joven Magneto también políglota, el risible Banshee (ya era hora de que lo sacaran a relucir), Bestia, Mística (sí, la madre de… shshshshshshsh!), Kaos y Moira McTaggart. La continuidad cronológica del universo Marvel se ve aquí dinamitada, con un Profesor Xavier melenudo en 1962 y una Patrulla X sesentera cuyo “Ángel” no es el que vosotros estáis pensando. Pero, ¿cuándo ha sido eso un problema en un producto Marvel? Todo se camufla con piruetas y explosiones y ya está.

Fino sarcasmo de joven-friki-posmoderno-amante-de-los-cómics aparte, la película merece un montón la pena porque proporciona un entretenimiento de primera. El guión resulta casi creíble (en su mundo fantochada), la ambientación es cojonuda, el toque “histórico” mola quintales y sale January Jones. Todos los fans de la saga debéis ir a verla porque en esta peli “hay liada una buena” (son palabras de Bestia, y él leía a Shakespeare, verdad?).




 
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