Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Lecturas veraniegas 2011 (y III)


El verano ya toca a su fin, amigos! Chaquete ha muerto, ahora empezará a sonar El Dúo Dinámico, lloverá, etc. Por estas razones se hace necesario ir cerrando ya la serie de mis lecturas veraniegas de este año, digamos que solo he incluido los libros que me he logrado terminar, alguno que otro se ha quedado en el camino, le pasa a todo el mundo, pero esos no tendrán el honor de figurar en Estatuas Verdes


Barry Lyndon (1844), de William Makepiece Thackeray. He aquí el libro más buscado del globo, que no encontraba en Irlanda ni el Reino Unido ni aquí, por supuesto. Al final, hubo que pedirlo a Amazon, aunque solo fuera para desmentir a toda esa gente que dice que soy incapaz de leerme un libro largo (y decimonónico). El truco? Que está ambientado en el siglo dieciocho y es una pura delicia, una novela-vida en primera persona, picaresca al estilo inglés (pensad Tom Jones, Joseph Andrews, etc.), que nos va contando las andanzas de un sinvergüenza de tomo y lomo. Los que hayáis visto la peli de Kubrick ya conoceréis la historia.

Fue recomendación directa de la buena Natalia, y la verdad es que ha merecido mucho la pena aunque claro, hubo que invertir bastante tiempo en terminarla. Si os gustan el humor fino, las aventuras rocambolescas y los narradores poco fiables no dudéis en hincarle el diente a este clasicazo victoriano (que ya en su época era “novela histórica”) tan injustamente marginado por los manuales de Literatura.


El león, la bruja y el armario (1950), de C.S. Lewis. Ya se sabe que el verano está para romper tabúes, por qué no va uno a poder leerse un libro de fantasía, además infantil? Digamos en mi defensa que cuando lo empecé no sabía que era un libro infantil, pensaba que sería algo más serio onda El señor de los anillos. Qué más da! Siempre quise leer algo de C.S. Lewis porque en los USA tuve un profe que a su vez había sido alumno de C.S. Lewis en Oxford y nos hablaba de él y de Tolkien.

Mi sobrina de 6 años me urge a que vea una maravillosa película homónina de 2005 que la tiene a ella fascinada. Me habla de Lucy, de Edmund, del león, de la bruja mala… demasiado enorme para resistirse. Veo la peli, que me parece sorprendentemente digna, y me zampo el libro. Consejos infantiles aparte (“Chiquitinos, no meterse dentro de los roperos…”, etc.) encuentro el libro francamente satisfactorio también, con todo lo que nos decía mi profe, simbolismo cristiano, sacrificio… y altas dosis de aventuras con animales que hablan, que sé que habéis muchos que sois fans de eso.


Carrie (1974), de Stephen King. El sorpresón del verano! Ya, ya, ya, ya… Stephen King: personaje Chanante, autor de best-sellers, un vendido… lo vendido son sus libros, pero a tenor de esta su opera prima no me extraña: menuda obra maestra! Me acerqué a este libro por instinto, por pura curiosidad y espoleado por la película de 1976 que todo el mundo ha visto. Pues bien, lo cierto es que se encuentra uno con una interesantísima novela posmoderna, narrada de modo fragmentario, que va ganando en intensidad y en emoción pese a que el desenlace se conoce (aunque no se haya visto la peli, ya dentro del libro más o menos se masca el tragedión).

Esto me ha dado que pensar: será verdad que es buena la literatura “de género”? Debo leer más cosas de Stephen King? Sí a todo, pero lo que de momento sé es que este libro me ha encantado, es de esas cosas que no puedes dejar de leer, a la gente de mi alrededor le daba coraje (“Ya estás leyendo…”) pero me era completamente imposible sustraerme a él (ni ganas, vamos), es como un imán, como un precipicio, pobrecita Carrie… ahora, al final se la juega bien a todos, eh?


Amor y gallinas (1920), de P.G. Wodehouse. No hay boda sin la Tía Juana como no puede haber verano sin al menos algún libro de P.G. Wodehouse. Esta vez le toca el turno a Amor y gallinas, novelita aparecida originalmente en 1906 y reescrita casi por completo más tarde, cuando Wodehouse ya era un escritor establecido. El personaje clave de este libro –que no el narrador ni protagonista- es Stanley Featherstonehaugh Ukridge, inolvidable caradura capaz de engatusar al más pintado y sablear a todo el que se ponga por delante, siempre con buen corazón.

La trama surge de que el buen Ukridge acude al narrador pidiéndole su ayuda para montar una granja avícola, manera a priori fácil de hacer pasta, cuando en realidad ninguno de los personajes ha visto en su vida un pollo como no sea sobre un plato. Añádase una subtrama amorosa, acreedores, un poco de color local, humor inglés y ya la tenemos liada. Puro Wodehouse y una manera estupenda de pasar unos días de verano.


Fantasmas (2005), de Chuck Palahniuk. Llega “el libro que jamás podrá ser adaptado a la gran pantalla” (lo mismo dijeron de Miedo y asco en Las Vegas o American Psycho). Digamos que, por el bien de todos, ojalá este no se atrevan a hacerlo. Motivo 1? Se trata de una novela vertebrada por 23 relatos semiindependientes pero relacionados entre sí. Una serie de escritores acude al llamado de un excéntrico personaje que los invita a participar en una especie de Gran Hermano literario, ofreciéndoles un retiro durante tres meses en un lugar aislado para que puedan crear sus respectivas obras maestras.

Al final se dedican todos a cualquier cosa menos a escribir, y la historia se ve salpimentada por relatos que explican -más o menos- los orígenes de cada personaje y por qué han acabado allí. Motivo 2? Digamos que, los relatos se inscriben dentro del horror/gore, entre lo policiaco y lo macabro, entre la pesadilla psicológica y la barbarie más horrenda. “Sutileza” no parece estar en el diccionario del Sr. Palahniuk, “asesinar”, “torturar” y “follar” sí. Este libro me fue recomendado por el buen Fran G. Matute, y me alegro de habérmelo leído para saber de qué iba el tema, pero como el que se toma una pastilla. Ya lo he leído, y a otra cosa.

lunes, 29 de agosto de 2011

Si los impresionistas hubieran sido pintores


-“Un buen cuadro significa para usted lo mismo que un collar de perlas para un mono.”
(Paul Scofield, en El tren, 1964)




“Si los impresionistas hubieran sido pintores”. Pero… acaso no lo eran? Ya, ya, ya, ya: shshshshsh! Nunca me ha gustado el Impresionismo, no es un secreto. Siempre me ha parecido un arte de postal, o en todo caso, de calendario. Voces autorizadas me aseguran que todo un Renoir, cuando se cansó del experimento impresionista, se dedicó a recuperar las figuras y a pintar señoritas agradables de ver y que se vendieran bien. Cézanne, ya sabemos que dio un paso más en la experimentación de la forma, con sus manzanas, tejados, montañas, etc., que le convirtieron en heraldo del Cubismo y que –según el filósofo Merleau-Ponty- le hizo tener dudas sobre si pintaba bien hasta el final.

No tengo nada en contra del arte de las postales (muy vendidas, por otra parte) ni contra el de las formas agradables y ñoñas: es solo que no me gusta. Me recuerda demasiado a todo lo que el arte no puede ofrecer. Sin embargo, recuerdo también otra vieja historia, la de Claude Monet (1840-1926), al que a partir de ahora podríamos llamar “El único impresionista que me gusta”. Monet… Manet… mis mis mis, mus mus mus… ya nos avisó Chris Peterson de que nos andásemos con cuidado: los franceses hablan como criaturas. Claude Monet podría también considerarse como el Padre del Impresionismo, con su afamado cuadro Impresión, sol naciente, que aunque algunos fechan como de 1873, él mismo firmó en 1872.


Lo guay del tema es que el título del cuadro dio nombre al movimiento? estilo?, debido a la crítica que un crítico hizo la primera vez que se expuso. Esto viene en cualquier libro de Arte, pero aprovecho para recordarlo:

“Impresión… de eso estoy seguro. […] El papel pintado en estado embrionario está más acabado que este paisaje marino.”


Ya, ya sé lo que estáis pensando, que el buen Louis Leroy lo clavó. Pero –believe it or not- hay gente a la que sí le gusta el Impresionismo. Así y todo, si hubiera que salvar de la quema a un solo impresionista yo salvaría a Monet. Y ahora que no nos oye nadie confieso que sí me gusta el cuadro de Sol naciente. No sé si será el respeto por una obra que se abrió paso hasta la inmortalidad a través del desdén de sus contemporáneos, la admiración ante el paso firme de un artista que perseguía su personalísima visión o el hecho de que venía en mi libro de Sociales Vicens Vives de 7º de EGB. Al cuadro le tengo cariño, pero no es del Monet de esa etapa primera del que quería hablaros hoy.


Es un hecho universalmente aceptado que todos los lectores de Estatuas Verdes sois fans de Woody Allen (con la posible excepción de los buenos Natalia y Fran G. Matute). Por tanto, disfrutasteis con aquella maravillosa peli que fue Midnight In Paris (2011) y recordareis cómo el alter ego de Allen, Owen Wilson, lo flipaba con Claude Monet. La peli comienza en Giverny, en la casa del pintor, donde este vivía y pintaba una vez que tuvo una posición. El famoso puente japonés, los nenúfares, etc., que hemos visto en millones de cuadros. También hay una escena rodada en el museo de l’Orangerie, donde se ven los gigantescos lienzos de nenúfares de Monet, regalo del pintor al estado francés tras la 1ª Guerra Mundial. Estos nenúfares –que se conocen mejor por “ninfeas”, más cursi, vous comprenez- son los de Giverny, pintados de un modo muy particular.


Todo Paris rezuma Monet: libretitas, marcapáginas y alfombrillas para ratón en las tiendas de souvenirs, el Museo Marmottan (“edificio del mundo con más obras de Monet” -insuperable claim to fame, eh?-, donde está Impresión, sol naciente), el citado de l’Orangerie, al otro lado del Sena el de Orsay, que alberga los mayores tesoros de todos los impresionistas… Cuando se pasó la fiebre impresionista vinieron muchas otras cosas interesantes a la pintura (Expresionismo, Fauvismo, Cubismo…), ya hemos hablado de lo que hicieron algunos, veamos ahora qué hizo Monet. Me cuenta una profesora de Arte que él fue el único que se mantuvo siempre fiel al Impresionismo, siempre creyó en las pinceladas gestálticas, la mezcla sorprendente de colores, en esa forma de capturar la luz.

Pero también tenía entendido de siempre que el último Monet, el del primer cuarto del siglo XX, era el eslabón perdido entre el arte figurativo y la abstracción. Esto ya me interesa más, porque el arte del siglo XX, y en especial el abstracto y las Vanguardias me fascinan especialmente. De los últimos Monets a los cuadros de Kandinsky, de Pollock, solo hay un paso, esto se comprende perfectamente viendo con detenimiento cualquier cuadro de los que pintó en su jardín (nenúfares, el puente, sauces…) de la 1ª Guerra Mundial en adelante. Colores, líneas, manchas, formas apenas reconocibles… trozos de lienzo sin cubrir, parece una broma cruel si sabemos que por esa época el buen Monet anduvo afligido de cataratas (en otras palabras, pintaba así de raro porque no veía un pimiento).


Él seguía queriendo pintar sus nenúfares, captando el reflejo de las nubes o los sauces al atardecer sobre el estanque, pero el resultado apenas es reconocible. Muchos de estos cuadros podrían colgarse boca abajo (por seguir el chiste fácil) y daría igual. Las Ninfeas de l’Orangerie, pintadas durante la guerra y donadas a Francia como símbolo de paz y armonía constituyen un verdadero remanso de paz, entendida como inmersión en las formas y los colores casi puros. Nada de señoritas con sombrilla aquí. Nada de absurdos bulevares bajo la lluvia. Es Impresionismo, por fuerza pero por fuerza ya no lo es. Lo mismo podría decirse de algunos sauces llorones y puentes japoneses pintados ya en la década de los años veinte.

Ante logros así, es casi imposible no quitarse el sombrero, no es de extrañar que estas obras pongan en marcha la trama de Midnight In Paris (las ansias del personaje de Wilson por quedarse a vivir, a crear, en París). No es de extrañar tampoco que el propio Woody Allen salvara a Monet de aparecer en su afamado relato satírico de 1975 “Si los impresionistas hubieran sido dentistas”, donde asistimos al prodigio de Van Gogh realizando placas de rayos X o Gauguin hurgando en bocas ajenas. Ya se sabe, lo mejor del Impresionismo: el Posimpresionismo, eh?

miércoles, 3 de agosto de 2011

Tres postales de agosto 2011


Postal 1. Querido Julio:

Definitivamente, vuelves a estar de moda. La juventud cuelga vídeos de tus textos en Facebook, van a París y te homenajean, hoy la buena Carolink se ha basado en un cuento tuyo para hacernos reflexionar sobre el #15M… Yo también ando revisitándote durante las últimas semanas: releo Final del juego (1956), releo cosas de Bestiario (1951), de Historias de cronopios y de famas (1962). La culpa la tiene un poco el buen Mojaquero, que en un CD de “literatura y rarezas” me graba algunos cortes en que se te oye leer fragmentos de tus obras. Me caliento y me bajo entero el disco Cortázar lee a Cortázar, que grabaste en París en 1966.

Uno de tus cortes leídos que me deja estupefacto es “Conducta en los velorios”, de Cronopios y famas (“No vamos por el anís, ni porque hay que ir…”). Sabes? Últimamente llevo una racha tremenda de velatorios y entierros, gente muy cercana, gente muy cercana a gente muy querida, muchísimos muertos (aunque no sea un tema que esté bonito). Me pregunto a dónde va la gente que se muere, la pregunta más antigua de la Humanidad, eh? Ni tú ni yo la vamos a contestar a estas horas de la madrugada, ya sé, pero solo quería que supieras -allá donde estés- que tus textos nos siguen sirviendo aquí, a los mortales.


Postal 2. Querido Pablo:

“La poesía es un arma cargada de futuro” –if only it were true, que dirían los ingleses. Detecto (al menos) dos falacias en el por otra parte impecable título de Gabriel Celaya. Celaya también está de moda: Intereconomía TV (“la cadena ultracatólica”, como épicamente la adjetivaron en La Sexta, la cadena ultraimparcial) utiliza para sus anuncios la versión de ese poema cantada por Paco Ibáñez. “Anatema!” –gritarán los de izquierdas, si creen en la excomunión. Pero los versos de Paco Ibáñez, Gabriel Celaya, los tuyos, Pablo, pese a lo cargados que estaban ideológicamente, no son patrimonio exclusivo de ninguna ideología, ya son de todos los hispanohablantes.

Hace poco Paul Weller se indignó porque el Primer Ministro conservador David Cameron dijo que de joven le molaba su canción “The Eton Rifles”, escrita precisamente por Weller para injuriar a los de la clase social de Cameron: los estudiantes pijos de Eton. Paradojas de la vida. Más lírica y violencia: me entero de que vuestro admirado Juan Ramón Jiménez, durante los primeros compases de la Guerra Civil, fue maltratado igualmente por falangistas y por milicianos. La poesía es un arma, los rifles de Eton, etc. Cuidadito, que las carga el Diablo.


Postal 3. Querido Dios:

Entre las muchas enseñanzas que estoy sacando de este verano: la familia con una mano te da una bofetada y con la otra una caricia. Por lo menos hay que dar gracias de tener una (familia), por cada palada de cal veo otra de arena y es por la parte buena de lo familiar por donde me viene un caudal inagotable de energía.

Lo mejor y lo peor de la familia: recomiendo ver la película italiana La prima cosa bella (2010), afamada y premiada cinta que por cierto cuenta con su cuota de funerales y de poesía. Exagerada? Puede. Novelesca? Más bien peliculera: se trata de una jodida peli, recuerdo. Pero ejemplifica todo el dolor y toda la gloria que una familia es capaz de generar. La mejor familia desestructurada/recompuesta/bizarra desde Un niño grande (2002)… digo… desde Si la cosa funciona (2009).


Adiós, Dios.
 
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