Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 29 de agosto de 2011

Si los impresionistas hubieran sido pintores


-“Un buen cuadro significa para usted lo mismo que un collar de perlas para un mono.”
(Paul Scofield, en El tren, 1964)




“Si los impresionistas hubieran sido pintores”. Pero… acaso no lo eran? Ya, ya, ya, ya: shshshshsh! Nunca me ha gustado el Impresionismo, no es un secreto. Siempre me ha parecido un arte de postal, o en todo caso, de calendario. Voces autorizadas me aseguran que todo un Renoir, cuando se cansó del experimento impresionista, se dedicó a recuperar las figuras y a pintar señoritas agradables de ver y que se vendieran bien. Cézanne, ya sabemos que dio un paso más en la experimentación de la forma, con sus manzanas, tejados, montañas, etc., que le convirtieron en heraldo del Cubismo y que –según el filósofo Merleau-Ponty- le hizo tener dudas sobre si pintaba bien hasta el final.

No tengo nada en contra del arte de las postales (muy vendidas, por otra parte) ni contra el de las formas agradables y ñoñas: es solo que no me gusta. Me recuerda demasiado a todo lo que el arte no puede ofrecer. Sin embargo, recuerdo también otra vieja historia, la de Claude Monet (1840-1926), al que a partir de ahora podríamos llamar “El único impresionista que me gusta”. Monet… Manet… mis mis mis, mus mus mus… ya nos avisó Chris Peterson de que nos andásemos con cuidado: los franceses hablan como criaturas. Claude Monet podría también considerarse como el Padre del Impresionismo, con su afamado cuadro Impresión, sol naciente, que aunque algunos fechan como de 1873, él mismo firmó en 1872.


Lo guay del tema es que el título del cuadro dio nombre al movimiento? estilo?, debido a la crítica que un crítico hizo la primera vez que se expuso. Esto viene en cualquier libro de Arte, pero aprovecho para recordarlo:

“Impresión… de eso estoy seguro. […] El papel pintado en estado embrionario está más acabado que este paisaje marino.”


Ya, ya sé lo que estáis pensando, que el buen Louis Leroy lo clavó. Pero –believe it or not- hay gente a la que sí le gusta el Impresionismo. Así y todo, si hubiera que salvar de la quema a un solo impresionista yo salvaría a Monet. Y ahora que no nos oye nadie confieso que sí me gusta el cuadro de Sol naciente. No sé si será el respeto por una obra que se abrió paso hasta la inmortalidad a través del desdén de sus contemporáneos, la admiración ante el paso firme de un artista que perseguía su personalísima visión o el hecho de que venía en mi libro de Sociales Vicens Vives de 7º de EGB. Al cuadro le tengo cariño, pero no es del Monet de esa etapa primera del que quería hablaros hoy.


Es un hecho universalmente aceptado que todos los lectores de Estatuas Verdes sois fans de Woody Allen (con la posible excepción de los buenos Natalia y Fran G. Matute). Por tanto, disfrutasteis con aquella maravillosa peli que fue Midnight In Paris (2011) y recordareis cómo el alter ego de Allen, Owen Wilson, lo flipaba con Claude Monet. La peli comienza en Giverny, en la casa del pintor, donde este vivía y pintaba una vez que tuvo una posición. El famoso puente japonés, los nenúfares, etc., que hemos visto en millones de cuadros. También hay una escena rodada en el museo de l’Orangerie, donde se ven los gigantescos lienzos de nenúfares de Monet, regalo del pintor al estado francés tras la 1ª Guerra Mundial. Estos nenúfares –que se conocen mejor por “ninfeas”, más cursi, vous comprenez- son los de Giverny, pintados de un modo muy particular.


Todo Paris rezuma Monet: libretitas, marcapáginas y alfombrillas para ratón en las tiendas de souvenirs, el Museo Marmottan (“edificio del mundo con más obras de Monet” -insuperable claim to fame, eh?-, donde está Impresión, sol naciente), el citado de l’Orangerie, al otro lado del Sena el de Orsay, que alberga los mayores tesoros de todos los impresionistas… Cuando se pasó la fiebre impresionista vinieron muchas otras cosas interesantes a la pintura (Expresionismo, Fauvismo, Cubismo…), ya hemos hablado de lo que hicieron algunos, veamos ahora qué hizo Monet. Me cuenta una profesora de Arte que él fue el único que se mantuvo siempre fiel al Impresionismo, siempre creyó en las pinceladas gestálticas, la mezcla sorprendente de colores, en esa forma de capturar la luz.

Pero también tenía entendido de siempre que el último Monet, el del primer cuarto del siglo XX, era el eslabón perdido entre el arte figurativo y la abstracción. Esto ya me interesa más, porque el arte del siglo XX, y en especial el abstracto y las Vanguardias me fascinan especialmente. De los últimos Monets a los cuadros de Kandinsky, de Pollock, solo hay un paso, esto se comprende perfectamente viendo con detenimiento cualquier cuadro de los que pintó en su jardín (nenúfares, el puente, sauces…) de la 1ª Guerra Mundial en adelante. Colores, líneas, manchas, formas apenas reconocibles… trozos de lienzo sin cubrir, parece una broma cruel si sabemos que por esa época el buen Monet anduvo afligido de cataratas (en otras palabras, pintaba así de raro porque no veía un pimiento).


Él seguía queriendo pintar sus nenúfares, captando el reflejo de las nubes o los sauces al atardecer sobre el estanque, pero el resultado apenas es reconocible. Muchos de estos cuadros podrían colgarse boca abajo (por seguir el chiste fácil) y daría igual. Las Ninfeas de l’Orangerie, pintadas durante la guerra y donadas a Francia como símbolo de paz y armonía constituyen un verdadero remanso de paz, entendida como inmersión en las formas y los colores casi puros. Nada de señoritas con sombrilla aquí. Nada de absurdos bulevares bajo la lluvia. Es Impresionismo, por fuerza pero por fuerza ya no lo es. Lo mismo podría decirse de algunos sauces llorones y puentes japoneses pintados ya en la década de los años veinte.

Ante logros así, es casi imposible no quitarse el sombrero, no es de extrañar que estas obras pongan en marcha la trama de Midnight In Paris (las ansias del personaje de Wilson por quedarse a vivir, a crear, en París). No es de extrañar tampoco que el propio Woody Allen salvara a Monet de aparecer en su afamado relato satírico de 1975 “Si los impresionistas hubieran sido dentistas”, donde asistimos al prodigio de Van Gogh realizando placas de rayos X o Gauguin hurgando en bocas ajenas. Ya se sabe, lo mejor del Impresionismo: el Posimpresionismo, eh?

 
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