Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

sábado, 31 de agosto de 2013

Susanismo


-"Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín..."
(Miliki)




Vuelve el Susanismo, amigos. Vuelve al candelabro Susanna Hoffs: vuestra ídola y la mía. Ya hace 13 años me advertía un amigo inglés de que a esta cantante californiana había que seguirla en solitario (recordareis que fue vocalista de las Bangles), pero a mí me pareció una patraña entonces. Las Bangles nos gustaban a todos: con su sonido guitarrero, con su look provocativo, con sus temazos clásicos: "Walk Like an Egyptian", "Eternal Flame", sus versiones de Simon & Garfunkel ("Hazy Shade of Winter")... hasta a Prince le gustaron tanto que les hizo una canción: "Manic Monday" (ya, ya, ya, ya: no la había escrito para ellas inicialmente... shshshshsh...). Pero Susanna Hoffs en solitario daba como perezota, no?

Craso error! Susanna es un talentazo que ha mantenido el tipo a través de las décadas con una discreta pero solvente carrera en solitario y con las Bangles. No es que no haya intentado subirse a los carros de moda (MTV, producciones "al dia" para sonar alternativa, etc..) pero de un tiempo a esta parte vengo siguiendo la carrera de Susanna y me gusta mucho, me parece insobornable. En los últimos 7 años la cantante ha venido desarrollando su particular mezcla de "folk barroco" y power pop, amalgamando lo mejor de la música americana: el country, el pop, el punk, el folk rock, la new wave... Debbie Harris y Linda Rostandt tomando el té en casa de Belinda Carlisle, para que nos entendamos.


Por eso no quiero pasar la oportunidad de recomendaros que sigáis la carrera de Susanna Hoffs, una mujer de 54 años, que se conserva de puta madre (y no estoy hablando de su físico). En 2011, lejano aquel Doll Revolution (2003) que no vendió nada pese a contar con colaboraciones como Elvis Costello o Dave Grohl, The Bangles sacaron Sweetheart of the Sun. Este fue un dignísimo esfuerzo en la más pura línea jangly y popera Costa Oeste que hiciera grande al grupo, donde tampoco faltaban versiones (de The McKinleys y The Nazz). Tampoco vendió nada, claro.

En 2012 salió Someday, de Susanna en solitario, elegantísimo disco de una producción preciosa, otro que tampoco ha tenido mucho éxito que digamos pero que resulta perfecto para endulzar cualquier día. Destacan en él temazos como "November Sun", "Picture Me" o "Raining", igual que en el último de The Bangles destacaban las versiones mencionadas y "Anna Lee (Sweetheart of the Sun)".



El gusto de Susanna por las versiones es innegable, aunque no debe eclipsar su faceta de cantautora. Pero la eclipsa (un poco), porque la cantante de Los Angeles les imprime todo su mimo y su cariño, "las hace suyas" (por usar una frase de los cursis), demostrando que conoce a fondo la historia del pop-rock, la tradición de la que ella misma forma parte. Así, la Navidad pasada Susanna Hoffs editó un EP solo para iTunes titulado From Me to You, que incluía versiones de las Jaynetts, los Zombies y los Beatles (no la que estáis pensando).

Curiosamente, los Zombies y los Beatles ya habían aparecido versionados en lo que viene siendo el gran proyecto paralelo de Susanna Hoffs en los últimos años: su serie de discos a dúo con Matthew Sweet (el Dulce Mateo) bajo el epígrafe Under the Covers. El primer volumen apareció en 2006, con versiones de los años 60. En 2009 llegó el volumen dos, con versiones de los 70: y este disco me causó un auténtico frenesí (acrecentado por la edición Deluxe, solo para iTunes, que añadía temazos extra de Queen, Badfinger, Blondie, The Buzzcocks, The Ramones o Nick Lowe/Elvis Costello).

 
Los fans de esta serie estamos de enhorabuena: más de 4 años después se anuncia la llegada del tercer episodio del dúo de Hoffs con Sweet (que se hace llamar Sid 'n' Susie como absurdo sobrenombre) para el 12 de noviembre de 2013. En esta ocasión, la excusa son las versiones de los 80, y la nómina de artistas homenajeados incluye junto a nombres mainstream (R.E.M., Pretenders, The Smiths, Kirsty McColl, The Clash, Prince o Roxy Music) a otros más alternativos, muy del gusto del dúo versionador (Marshall Crenshaw, XTC, The Go-Go's, Dave Edmunds o The dB's).

No incluye a The Bangles, claro, pues cuentan que les dio vergüenza al ser el grupo de Susanna (lo mismo que si llega a haber un Vol. 4 de canciones noventeras -pluguiera a Dios que así sea- no creo que graben ninguna de Matthew Sweet). Evidentemente, yo ya estoy nervioso esperando que llegue el 12 de noviembre, y vosotros haríais bien en rastrear alguna de la musica de Susanna Hoffs en cualquiera de sus encarnaciones, si es que os gusta sentiros felices, claro...

viernes, 23 de agosto de 2013

Apocalípticos y tarados


-“¡Ay, señor! La que armaron, la que liaron con la salida de la masonería y la subversión”
(Carlos Cano)

 

Todo el mundo sabe que El nombre de la rosa es mi libro favorito. Admiro a Umberto Eco desde los doce años, he seguido su carrera hasta el punto de leer también parte de su obra de no ficción, académica y divulgativa, y hace unos tres años cumplí el sueño de asistir a una conferencia suya en una antigua iglesia de Miciudad. También hay que admitir que he dejado a medias dos de sus novelas, no por ser especialmente malas ni difíciles, sino porque eran complicadas, exigían concentración y yo no la tenía en aquellos momentos. Pero la dualidad máxima relativa a Eco se desarrollaba en mi cabeza del siguiente modo: El nombre de la rosa = oro vs. El péndulo de Foucault = pupita.
Y esto por qué? Porque cuando salió El péndulo (o cuando yo me enteré que existía) todo el mundo esperaba la continuación de El nombre de la rosa con ilusión. Otro misterio histórico de corte cultureta, bien tramado, erudito a la par que apasionante, en suma, otro Nombre de la rosa pero de temática diferente. Desgraciadamente, la segunda novela de Eco no era tan accesible como la primera, que lo catapultó a la cima del Olimpo de los autores best-seller sin serlo (sin serlo en el sentido ético ni estético, sí por las ventas, claro). El péndulo de Foucault resultaba –cómo decirlo suavemente- aburrida, un coñazo, sobre todo en comparación con las sugerentes aventuras de los monjes asesinados, el laberinto, la Inquisición, etc., en una abadía del siglo XIV que adobaban El nombre de la rosa.


Por tanto yo ni intenté leérmelo: aún recuerdo a mi primo Juan, que sí se lo estaba leyendo en 1990: “El libro va de… unos estudiosos… en París… una conjura… bares de ambiente universitario en Milán en los años setenta…” En suma, todos los ingredientes para que no molara. Y además era más gordo que El nombre de la rosa, ya de por sí un tocho de casi 600 páginas en mi edición. Así quedó sellada en mi cabeza la mala fama de El péndulo, hasta que en 2009 el buen Kike, cuyo criterio es insobornable para casi todo (salvo en su errada opinión de los franceses), se lo leyó durante el verano, que pasamos juntos. “Va de una conjura… unos estudiosos…”, pero no me dijo que fuera un coñazo: acaso sí un poco fuerte de ajo. También me dijo que salían los rosacruces, una misteriosa secta o sociedad secreta que yo no había oído nombrar, pero que inmediatamente captó mi imaginación (o eso, o recordé la rosa y la cruz de las portadas de Guns N’ Roses).
El invierno pasado, merodeando por el FNAC con el buen Grillo, hablamos de El péndulo, de cómo él se lo había intentado leer en una ocasión, y le dije que me lo compraba y que no había huevos de leérnoslo juntos, para así al menos darnos apoyo mutuo y tener con quien comentarlo. El pacto se selló, y este verano quedó aumentado con otros amigos que se adhirieron a él, de manera que se fundó el secretísimo Club de Lectura de El Péndulo de Foucault. Hoy me gano las albricias porque nuntio vobis gaudium magnum: me acabo de terminar el libro. Y os diré más: EL LIBRO ES UN OBRÓN MONUMENTAL. Aburrido? Si te aburre lo interesante, puede. Coñazo? Si no tienes curiosidad, a lo mejor. Rollo? Depende de cual sea tu sentido del humor. No voy a decir que el libro haya que leerlo y el que no lo lea es tonto; tampoco que solo unos pocos iniciados intelectuales podrán disfrutarlo. El libro es cojonudo, y creo que puede gustar a mucha gente, si tiene la paciencia de ir viendo cómo van encajando todas sus –aparentemente absurdas- partes.


A mí me ha encantado, pero entiendo que haya gente que no quiera tocarlo ni de lejos con un palo. Requiere un gran esfuerzo por parte del lector, sí, pero no porque sea difícil como Finnegans Wake de Joyce, sino porque es muy largo y maneja una cantidad inmensa de datos y personajes. Nada, por otra parte, a lo que no estén acostumbrados los lectores de hoy día.
La historia es simple: tres intelectuales de Milán aburridos que trabajan en una editorial de poca monta entran en contacto por casualidad con el mundo de las conjuras templarias, judeomasónicas etc., y se inventan que existe un Plan secreto para dominar el mundo a cargo de una sociedad secretísima de herederos de los templarios. Lo bueno es que a medida que se van inventando el Plan y haciéndolo cada vez más rocambolesco (meten por ahí a los egipcios, a los masones, a los rosacruces, a los druidas, a Shakespeare, a los carbonarios, a Napoleón, a los jesuitas, a Hitler…) este resulta ser verdad, lo que tendrá dramáticas consecuencias en el mundo real. Y hasta aquí puedo leer para no espoilear.


Lo que más me ha gustado del libro en sí, y el motivo principal de que lo recomiende es que en realidad se trata de una sátira de toda la literatura de conjuras, ocultismo, merovingios, el Santo Grial, etc., una especie de Quijote para este género. Puesto que Eco juega con nosotros, nos va lanzando bolas con todos estos elementos para que nos descojonemos con él, viendo a sus personajes debatir sobre el candomblé, las vírgenes negras, Isis y Osiris, la persecución de los templarios y la masonería escocesa. Sin embargo, -y si no no sería Umberto Eco- el autor no pierde ocasión para dejar por el camino sus perlas filosóficas y semióticas, sus referencias intertextuales (desde Mickey Mouse a Goethe) y sus culturetadas, lo que hace que la novela tenga, como decía mi profesora Almudena de 3º de BUP “múltiples lecturas”, al igual que el resto de la obra de ficción del autor de Opera aperta.
Lo fascinante es que si El Quijote fue la sátira-epílogo de las novelas de caballería y después de él ya no se pudo escribir ninguna en serio, El péndulo de Foucault (1988) parece haber actuado como sátira-prólogo del género “conjura templaria-masónica”, ya que este libro –cual el rostro de Helena de Troya que puso en marcha mil naves de guerra- puso en marcha mil tochos empezando por El código Da Vinci (2003) y acabando por Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia (2011) de Juan Eslava Galán. Cómo dices eso, Porerror, si El código Da Vinci apareció quince años después de El péndulo de Foucault? Porque sospecho, señora, que quince años fue lo que tardó Dan Brown en leerse el libro de Umberto Eco.

Conclusión: El péndulo de Foucault = oro puro. Leéroslo todos. O no.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Onán, Satán y el Glam, o: Todo lo que nunca quiso Vd. saber sobre el heavy metal alguien se lo va a contar


“Esta mañana, hace una hora, me encontraba escuchando “Creep” de Radiohead (#78 en el Reino Unido, editada como single el 21 de septiembre de 1992, casualmente el penúltimo día que fui a la Expo; mi madre había hecho arroz con higaditos) cuando un coche ha estado a punto de atropellarme al cruzar una calle. Ah, y hoy he desayunado pan con aceite. Otro dato que no/sí sabéis: Thom Yorke es bizco.”
A que os interesa muchísimo? A que estáis deseando saber más? Pues hay gente que con eso te hace un libro. Y no cualquier libro: un E.N.S.A.Y.O. (“Ensayo” es una de esas palabras de universidad que significa “libro sin fotos y sin diálogos que tampoco rima”). En concreto Chuck Klosterman (“periodista cultural”), y en concreto Fargo Rock City: Una odisea metalera en la Daköta del Nörte rural (2001). El andoba parte de una premisa genial por su simplicidad: como la gente dice que la música que yo escuchaba de chico es una mierda y tengo una carrera de Letras, voy a escribir un libro diciendo que aquella música estaba de puta madre. Lo malo es que en el libro ni siquiera hace eso. Habla y habla con un tenue hilo cronológico (que en un momento dado y sin previo aviso se vuelve temático) sobre su adolescencia y la música heavy metal. Ah, y Fargo NO SALE.


Es que el libro no es propiamente un ensayo sino unas memorias, Porerror! Ya, ya, ya, ya, señora: pues casi peor, no? Porque las memorias de Chuck Klosterman son como un estado de Facebook de 273 páginas (e igual de relevantes). Yo me leo estos libros para que no tengáis que leerlos vosotros, sabido es. En este caso, el tomo venía avalado por dos amigos ilustrados en lo libresco y en lo musical, pero lo cierto es que tras leerlo (y no digo que no me haya reído o disfrutado en bastantes momentos) salgo con la cabeza caliente y los pies fríos. Sobre qué trata el libro? Sobre Fargo como ciudad rockera no, eso ya quedó dicho, sobre la rural Dakota (del Norte) tampoco, entonces… solo nos queda que trate sobre el metal.
Y aquí es donde de verdad comienzan los problemas. El tema a tratar o el objeto del ensayo es lo que usted y yo llamamos “heavy metal”, y creo que todo el mundo sabe a lo que me refiero. Pero Chuck Klosterman parece que no lo tiene tan claro, él dedica párrafos y más párrafos a delimitar o a definir el heavy metal, como si esto fuese un libro de Lingüística de 1º de Filología. Para empezar, Klosterman no utiliza el término “heavy” porque dice que esa palabra la usaban él y su novia cuando fumaban porros (¿?), por lo que prefiere “metal” a secas. Dentro del metal están Black Sabbath, Led Zeppelin, Deep Purple, pero de eso tampoco trata este libro (no sé muy bien por qué: porque él no los escuchaba de chico?), y en general de ningún grupo británico, salvo Def Leppard. Iron Maiden o Judas Priest solo aparecen para meterse con ellos.


Lo que Klosterman sí escuchaba de chico (aparte de Tone Loc y los Beastie Boys) es lo que él llama “glam rock”, que no es el glam rock. El glam rock es David Bowie, T-Rex, Mott the Hoople, Slade, Queen (según les dé la luz)… todo el mundo lo sabe. Pero él a eso le llama “glitter rock”, y se reserva glam rock o “glam metal” para las bandas ochenteras que hacían pop heavy y llevaban el pelo largo. Sí, esas en las que usted está pensando: Bon Jovi, Poison, Mötley Crüe, Skid Row o Guns N’ Roses. También (por algún motivo) entran en ese saco Ozzy Osbourne en solitario, Van Halen y Kiss, a pesar de venir de décadas anteriores (pero como él los escuchaba de pequeño…). En general, Klosterman se refiere a esa música como “hair metal”, “glam” o “metal”, pero también acaba utilizando “hard rock” y “cock rock”, pese a haber dedicado párrafos y párrafos al principio del libro para argumentar por qué dichos términos eran inexactos.
Con todo esto no quiero decir que el ensayo esté mal o que su autor no entienda de música, simplemente que queda pomposo al tratar de investir un tema banal de una supuesta seriedad intelectual que no le pega. Y para colmo de males, el mismo autor se dedica contradictoriamente a decir que en realidad el tema es banal y no merece seriedad intelectual, jugando con el lector en plan esa gente que te llama “hijo de puta” y luego te dice que eres un susceptible si te enfadas porque todo era una broma. En qué quedamos, Chuck Klosterman? El heavy ochentero es bueno o malo? Merece respeto crítico o no? La respuesta la da Chuck Klosterman en un ensayo memorístico (o memorias ensayísticas) de 273 páginas: ni sí ni no sino todo lo contrario.


Cuáles son, entonces, las características de este subgénero de rock objeto del libro, que ya me da miedo citar por un nombre cualquiera? Pues según entiendo de las palabras del escritor de Dakota del Norte, para que un artista sea considerado dentro del género debe reunir al menos 5 de estas 10 características:

1) Llevar el pelo largo
2) Ser famoso entre 1980 y 1990
3) Fingir que adora al Diablo
4) Tratar en sus canciones los temas de sexo, dinero y diversión
5) Hacer vídeos ridículos para la MTV
6) Hacer apología del alcohol y las drogas (y, arbitrariamente según le apetezca a Klosterman, llevar un estilo de vida acorde o no)
7) Ser sexista
8) En general, dar una imagen de estupidez y hedonismo anti-intelectual
9) Hacer música comercial de guitarras, con al menos una balada bajabragas
10) Contar entre sus fans mayoritariamente a varones de entre 13 y 23 años, onanistas, borrachos y antisociales

El razonamiento lógico que sigue el autor para hacer apología de este tipo de rock parece ser: “si en su momento estos artistas vendían trillones de discos y eran la banda sonora de media juventud... cómo puede alguien decir que no eran buenos o importantes?”, y no le falta razón, al menos en la premisa. Las conclusiones a las que llega no están tan apuntaladas intelectualmente, Klosterman retuerce los argumentos para calzárselos como a él le da la gana (para empezar utiliza la palabra “deconstrucción” erróneamente; no digo que no sepa lo que significa: digo que en este libro la utiliza mal), y acaba por decir que es absurdo criticar el rock peludo ochentero porque fuera tonto, ya que se trataba de que fuera tonto (con lo cual la crítica inicial permanece perfectamente legítima, salvo que a Klosterman le parezcan bien las cosas tontas, en cuyo caso qué necesidad había de escribir esta defensa?).

Después de decir que Blur es un grupo glam que usa maquillaje (creo que en 2001 Chuck Klosterman no había visto a Blur ni en fotos) y que le gusta mucho Radiohead (para que parezca que tiene criterio), lo más llamativo que he encontrado en Fargo Rock City es su odio hacia uno de mis géneros favoritos (y el más importante desde el punk, algo que admite el propio Klosterman): el grunge. Para gente como Klosterman, el grunge es la kryptonita porque barrió de un plumazo toda la ética y la estética de los grupillos heavy que al él le gustaban. 273 páginas de ensayo más tarde tratando de negar esto, puedo decirle a Chuck que sí es verdad: yo también escuchaba música y veía videoclips entre 1991 y 1994. Y lo que pasó es que Guns N’ Roses se transformaron de 1) el grupo con más éxito del mundo a 2) un chiste. Y que fue culpa de Nirvana y Pearl Jam (a los que Klosterman no puede evitar odiar con todas sus fuerzas, pese a sus jesuíticas alabanzas a ambos).
Lo demás podemos charlarlo en la barra de un bar tomando unas cervezas o un papelón de jamón, pero fue así aunque Chuck no quiera admitirlo. Lo siento, tío, tu despertar musical fue con Shout at the Devil (1983) de Mötley Crüe, pues un pin para ti. El mío fue con Descanso dominical (1988) de Mecano, porque tengo cinco años menos que tú. Y tengo ese disco en cassette, CD y vinilo, lo mismo que tengo en cassette, CD y vinilo el Appetite For Destruction (1987) de Guns N’ Roses, pero no por ello voy a castigar a la peña con un ensayo de casi trescientas páginas. Para eso (y para hacerme el graciosillo) ya llevo 6 años castigándolos con un blog.

lunes, 8 de abril de 2013

Comunicación telefónica con MIGUEL, novio de Miriam


“¿Es el enemigo? Que cuándo van a atacar…” El teléfono, amigos, qué grandes alegrías nos ha dado durante un par de siglos. Ayer tarde me entero en uno de esos concursos de Antena 3 que ni la esposa ni la madre de Alexander Graham Bell escuchaban un pimiento (“oían un pimiento”, para los no andaluces). Pero el teléfono: ¡qué gran invento! Aquellas facturas terroríficas con llamadas locales… aquellas conversaciones adolescentes con ligues o amigos, desde un teléfono fijo sito en todo el centro del salón familiar… ¡sabiendo por las películas que en los USA los hijos de familia tenían un supletorio dentro de su propio cuarto…
Si no has tenido que buscar “supletorio” en el DRAE probablemente seas de mi misma generación (Yo fuí a la E.G.B., etc): fuimos a las EGB y ya en la carrera vimos Gran Hermano, como parte de un experimento sociológico que salió esperpénticamente mal. Ahora Gran Hermano va –me entero- por su edición nº 14, y aunque ya no lo veo pues me provoca pereza y sonrojo (creo que hice un post hace un par de años), confieso que me hallo galvanizado por una trivial anécdota acaecida este año, de la que he sido testigo por casualidad. O por obligación. Últimamente soy incapaz de encender la tele sin que aparezca en la pantalla el rostro esmorecido de una chiquilla rubia de bote llorando a moco tendido. Un cintillo explicativo me informa de que la escena fascinante a la que estoy asistiendo tiene por título “Comunicación telefónica con MIGUEL, novio de Miriam”.


Miriam es la llorona, ya hemos adelantado algo: la mejor “llorona” desde aquella que cantuviera Chavela Vargas. Y como vosotros tampoco veis GH 14, yo os explico el drama. ¿Qué congoja, duca o tortura ha llevado a Miriam a deformar su juvenil rostro con tales expresiones de llanto? ¿Qué zozobras trágicas alberga su corazón?, ¡¿QUIÉN?!... ¿Quién es el hijoputa que hace llorar así a la criatura? Llamo a Harvest pero como él tampoco ve GH le encargo que investigue entre su dilecto alumnado, y averiguamos que la ubicua plañidera catódica no es parte humillada ni ofendida; antes bien, ella le ha puesto los cornacos a su novio de fuera, Mike: “MIGUEL” para los cintillos. Y ambos están ventilando los trapos sucios en una llamada telefónica a la tele.

De manera que: Miriam, la rubia de las lágrimas, suelta lágrimas como puños de mono (es el nombre de un nudo marinero, malpensados) porque, confrontada con su propia zorrería, se ha visto expuesta como una mujer mala delante de toda la España que ve ese programa. Ese programa al que ella ha acudido voluntariamente y en el que concursa –tras un arduo proceso de selección (creo que le midieron las tetas)- para ofrecerse por TV. Que su novio MIGUEL le ha echado en cara que una persona que se comporta así (= frotarle la cara interior de los muslos a un tal Igor) no puede ser la mujer de su vida. “Una guarretería impresionante”, en palabras de Josema, alumno de 14 años. Otros alumnos confirman lo que me temía: que entre Miriam e Igor, hay untamiento y ayuntamiento (carnal). Y que la chiquilla estaba prometida para casarse.
 

Por eso llora Miriam: por eso las pantallas, todas las pantallas del mundo nos devuelven su imagen chiquitita con sus ojos manando líquido. Por eso Miriam es como ese personaje del cuento de Italo Calvino cuyo rostro se multiplicaba en fotos de fotos de fotos, en todas llorando todas las lágrimas de su cuerpo (como dicen los franceses). Por eso destilan sus ojos la savia de la pena, y se aferra al mantra de GH, del que hasta yo me acuerdo: “¡Es que fuera no se ve todo, cari! ¡Es que tú no has visto cómo son las cosas aquí dentro!” Sentencia MIGUEL –foto fija con crestita, voz en off- “Precisamente lo he visto todo: lo ha visto toda España”. Los alumnos de Harvest son inmisericordes: “El Igor solo quiere a la Miriam pa lo que la quiere”. No caigas en ese profundo error, Miriam!!! Se te ha hecho el chocho Pepsi-Cola con un mozo que no te respeta, que solo te quiere para palotizarse debajo de un edredón en la tele… un cuento tan antiguo como el mundo.

Y del otro lado de la pantalla (¿o debería decir espejo?) nosotros. Asistiendo con piedad y terror a una depuración de nuestras almas: es como ver la lavadora centrifugando pero con la diferencia de que el cerebro entiende lo que hay dentro, aquí no se mezclan los colores. Miriam, desde su pantallita minúscula de Guadalix de la Sierra, se ha convertido en Mike TV, aquel personaje de Roald Dahl que a fuerza de ver la tele se desintegró dentro de ella. Es la imagen de Bruce Willis acariciada por las manazas (iba a decir “manitas”: ja ja!) de Liv Tyler en Armaggedon (1998). Es Thom Yorke ahogándose dentro de la pecera del vídeo de “No excuses”“No Surprises”: la dolorosa bajo parabólica, la mujer que llora en público por todos nuestros pecados privados en esta Pascua de Resurrección.


Dice el Papa Francisco que los cristianos no pueden estar tristes, pues algo así nos pasa a los lectores de Estatuas Verdes, sigan el credo que sigan. Miriam llora para que nosotros nos descojonemos, somos Ignatius J. Reilly indignados y fascinados a la vez por las groserías que nos ofrece la tele. A lo mejor he distorsionado los particulares de la llamada de Miriam y MIGUEL, qué más da. Son un enxiemplo. Los detalles dan igual, y pasarán: me quedo con el icono porque su llanto es eterno. Mientras tanto, desde el lejano planeta Tierra, nosotros asistimos al drama de la última llamada telefónica de E.T. cómodamente atontados, y sólo podemos decir –con Pink Floyd-: “Hello! Is there anybody in there…?”

 

martes, 2 de abril de 2013

Papismo, o: El tema del Papa ahora os lo explico yo si eso


“Viva la pa-pa-pappa/ col po-po-po-po-po-po-pomodoro...”
(Rita Pavone)




Si hay algo que caracteriza a Estatuas Verdes, es que somos fans de la Santa Sede. Esto, que por algún motivo puede que nunca haya salido a relucir aquí en cinco años, es algo que los que me conocen en persona saben bien. Al igual que muchos españoles se profesan “no monárquicos sino juancarlistas” (dando a entender que no comulgan con la institución pero sí con la persona), en Estatuas Verdes somos al contrario: monárquicos, aunque no de Juan Carlos. Y papistas, independientemente de quien ocupe el trono de San Pedro.
Como decía un tuitero, en mis 35 años de vida he conocido a más papas que presidentes de la Junta de Andalucía. Hecho asombroso que se explica por los breves pontificados de Juan Pablo I y Benedicto XVI. Acerca del último papa poco tengo que decir: su nombre dio mucho juego con lo de “equis uve palito”, se le acusó de nazi, de inquisidor (como a todos los papas, vaya) y parece ser que era un teólogo de talla. Esto último lo digo por referencias, aunque prometo ponerme al día con su obra La infancia de Jesús (2012), que amablemente me regalaron los buenos Grillo y Malele, y del que solo he leído el prólogo. Pero no me negaréis que cualquiera que haga decir a la prensa que “no hay que poner mula ni buey en el Belén” o que “los Reyes Magos eran andaluces” no es un G.R.A.N.D.E.

Aunque para G.R.A.N.D.E., su antecesor Juan Pablo II, al que vi de lejos una vez que estuvo en Miciudad (tampoco soy de JMJ ajierro, eh?). Parodiado en pelis de Leslie Nielsen, en la serie Búscate la vida, objeto de un pasodoble de Antonio Martínez Ares y de un cuarteto de El Libi de Cádiz… semejante currículum bastaría para encumbrar a cualquiera a la gloria eterna (no hablo de los altares, que eso va por buen camino, y si no que se lo pregunten al ninot que han colocado en Sevilla en la capilla de La Estrella). Pero hubo más, rimas con su nombre (“te quiere todo el mundo”), sevillanas “del adiós”, reñirle a Ernesto Cardenal, decir que no existen ni el cielo ni el infierno ni el purgatorio… verdaderamente, el legado de este hombre no tiene parangón.
Guasas aparte, mi fascinación por el papado la descompongo en una triple vertiente: una seria, otra cómica y otra más bizarra. Atentos, porque a lo mejor no son las que os esperáis. Lo serio es que soy católico, y por ese motivo me interesa el papa. Ni soy su esclavo ni sigo sus tuits a diario ni sus opiniones dictan mi vida pero me gusta estar informado –en general- de lo que hace y dice, aunque sea para disentir. Considero que los que más deben criticar la labor del papa son los que le hacen caso, o sea los católicos, ya que a ellos se dirigen los mensajes que lanza. Me fascina empero que quienes más pendientes parecen estar de las papadas sean sus enemigos, pero esto –a poco que se escarbe- es tan fácil de explicar… diré más luego.


Sobre lo cómico del papa y su pompa creo que tampoco es necesario hacer mucho hincapié: los ejemplos que he dado acerca de los “personajes” Juan Pablo II y Benedicto XVI hablan por sí solo. Como figuras de poder y autoridad, los papas y la institución que representan son automáticamente blanco legítimo de burla y parodia. Creo que hay algo de gracioso, estéticamente hablando en esos hombres con esos blancos ropajes, zapatos rojos, etc. En pleno siglo XXI (y en el XX, vamos). Será jefe de estado, pero también lo es un rey y ya ninguno lleva cetro, corona o manto de armiño como atributos. La moda religiosa ha sido comentada cáusticamente por ejemplo en el cine, desde Fellini a Almodóvar. También me parece que la avanzada edad de los papas (no dudo en que tengan que ser así) se presta a la chanza desde el punto y hora en que se crea una tensión entre los conceptos: líder-jefe de estado-poder y vejez-decrepitud. Sé que esto es cruel decirlo explícitamente, pero a ver quién tiene cojones de negarlo.
Tampoco ayuda que en lengua española la palabra “papa” sea homónima con otras papas, las de Solanum tuberosum, las que nos comemos fritas, aliñás, con tomate, bravas, etc. Que “papa” sea una manera de referirse al progenitor masculino en determinados ámbitos. O que la “papada” sea una innoble y grasienta parte de nuestra anatomía y la de algunos animales (el adjetivo “ibérica” detrás tampoco ayuda). Aunque tal vez con esto ya nos estemos adentrando en el terreno de lo bizarro. Así es: el halo de misterio y secretismo que rodea a la elección de los papas, su campo semántico: el cónclave, las votaciones, el camarlengo, los papables, esas fumatas, por Dios, que están pidiendo a gritos que se hagan chistes sobre ellas!!! Toda la parafernalia del pasado que acompaña al Vaticano, un estado que es en sí un anacronismo, por no decir la moderna: el Papamóvil (el mejor -móvil desde el de Batman...) es algo que por fuerza debe resultar fascinante, y más aún a los que no son católicos. Por no hablar de que parece que los más preocupados en que las mujeres sean sacerdotes o en usar condón son los ateos, supongo que será porque quieren acabar con el catolicismo.

 
No es de extrañar: la primera misa del nuevo papa Francisco la retransmitió “la BBC de Londres” (por citar a Hugo Chávez), cosa que no hizo ni TVE 1. Hace mes y pico mi novia se sorprendía del seguimiento mediático que tenían en el Reino Unido las noticias sobre la elección del nuevo papa, y es que en UK no hay cosa que fascine más que el Papa de Roma, con la posible excepción de Hitler (los malos mola, ya se sabe). Por si esto fuera poco, las referencias al pontificado se acumulan en el pop español: Def Con Dos, la F.R.A.C., Ismael Serrano (“Ah, no! Que ese decía Papá)...
A medio camino entre el beato y el diputado de IU soy crítico con la Iglesia, tengo ilusión porque sospecho que el nuevo papa argentino va a darnos grandes tardes en sus tres vertientes: “Habemus pampa”, etc. Porque hablará en español, ya ha trascendido su sociedad a un club de fútbol, etc. Pero los gestos que lleva hechos de momento me son muy agradables. Que el papa es malo, etc. podemos leerlo en la revista El Jueves. Que es gracioso, ya os lo he dicho yo. A ver qué hace ahora él..

miércoles, 13 de marzo de 2013

Mis comedias románticas anuales


Cada vez que voy a una boda me pongo tonto. Ya lo expliqué aquí y aquí, lo que me gusta una boda, y el pasado viernes tuve otra (una de las cinco previstas para este año; continuamos para bingo). Esto enlaza con mi gusto por las comedias románticas, cada vez que voy a una boda me creo que estoy dentro de una de ellas, y así no es de extrañar que las pelis de bodas sean uno de mis subsubgéneros favoritos.

Pasan los días y no escribo posts, mi vida ha cambiado tanto, mi cabeza ha cambiado tanto, pero hoy quería aprovechar la oportunidad de comentar aquí dos pelis que he visto recientemente, muy distintas, pero con un montón de rasgos en común. Se trata de Si fuera fácil (2012) y El lado bueno de las cosas (2012), supuestas ¿comedias? ¿románticas? no del todo convencionales (para empezar no son de bodas). La primera es de Judd Apatow, el de Lío embarazoso (2007), quien estuvo a punto de ser nombrado Personaje Oro de este blog. Rey de la comedia gamberra y de los dibujos de pollas, en esta ocasión Apatow nos viene con una historia mucho más madura, de un matrimonio en el que los dos cumplen 40 años la misma semana (tienen dos hijas) y se enfrentan a una crisis vital y de pareja. Pero con toques de humor, claro.

La otra, que es de David O. Russell (el de Extrañas coincidencias, 2004, y más) viene avalada por el Oscar a la Mejor Actriz que ha ganado Jennifer Lawrence, en su mejor papel desde Mística en X-Men: primera generación (2011). También salen Bradley Cooper (el guaperas de Resacón en Las Vegas, 2009), Robert De Niro, Chris Tucker y un excelente elenco de secundarios que son la verdadera savia de la peli. Lo mismo ocurre en Si fuera fácil, al dúo protagónico (Paul Rudd y Leslie Mann) lo arropa el trabajo de Albert Brooks, Jason Segal, Chris O’Dowd, Megan Fox o John Lithgow, y es cierto para ambas pelis que muchas de las mejores situaciones y las mejores líneas de diálogo se las debemos a los personajes secundarios.

La historia de Si fuera fácil es simple, ya la he esbozado, la de El lado bueno de las cosas también lo es: un chiflado sale de un manicomio sin estar curado e intenta por todos los medios reconstruir un matrimonio difunto, mientras vive en el seno de una peculiar familia suburbana. Por el camino, conoce a una chavala también chifladilla y ambos llegan a ayudarse el uno al otro de la manera más improbable posible. Pero con toques de humor, claro. Como veis, ninguna de las dos sinopsis coincide con el esquema habitual de “chico conoce chica” o “chico mete el rabo en tarta de manzana que había hecho su madre”, no. Estas Si fuera fácil y El lado bueno de las cosas son pelis de relaciones del siglo XXI: con un toque dado. Yo las encuadro junto a 500 días juntos (2009) y Happythankyoumoreplease (2011) –sin ser tan buenas como aquellas- dentro de esas historias actuales de amor tan problemático. Porque la vida actual es problemática, y eso tal vez se esté reflejando en las historias que cuenta el cine interesante de Hollywood.

Así es: historias de familias rotas y otras recompuestas, de difíciles relaciones paternofiliales, de gente tocada por divorcios, de insatisfacción, de estrecheces económicas en la tierra de la abundancia… puro reflejo de la crisis de valores que está adobando esa otra bonita crisis económica en la que llevamos casi un lustro inmersos. Encuentro otras similitudes entre las pelis de O. Russell y Apatow (más allá de tener traducciones imposibles en sus títulos): obsesión por la forma física (ciclismo, gimnasia y footing para intentar no envejecer y/o seguir resultando atractivo), trivialización del sexo (furcias de la talla de Megan Fox o Jennifer Lawrence, que esconden necesidades económicas o desequilibrios emocionales), disfuncionales relaciones con los progenitores (padres chiflados, ausentes o neuróticos e hijos traumatizados), el poder redentor de la música (el prota de Si fuera fácil dirige un discográfico mientras que los de El lado bueno de las cosas ensayan para un concurso de baile), y todo presidido por una ética y una estética muy tecnológicas, muy 2.0: en ambas pelis figuran prominentemente los dispositivos de la marca Apple, y más allá del product placement creo que verdaderamente se trata del signo de los tiempos.

Podría continuar comparando las dos películas, pero no quiero aburriros, prefiero urgiros a verlas. Quiero sin embargo finalizar con un paralelismo, o mejor un quiasmo, que he detectado en ambas cintas: su excesivo metraje y falta de concisión en algunos momentos del guión. No es que no haya en estas pelis puntos cómicos que funcionan como una maquinaria precisa, o diálogos brillantes o situaciones muy románticas, es que también hay un poquito de morralla y escenas que, francamente, podían habernos ahorrado porque no aportan tanto y lastran lo que de otro modo podrían haber sido dos películas como sendos tiros. Considero que tanto a El lado bueno de las cosas como a Si fuera fácil les sobra un cuarto de hora o veinte minutillos, y es que, como dice mi novia, las pelis de ahora parece que no son nada si no duran más de dos horas.

Curiosamente, la parte “rollo” de Si fuera fácil está al final, porque la peli empieza con un ritmazo estupendo, mientras que en El lado bueno de las cosas ocurre a la inversa (de modo que, buena Rukia, acaba de verla), lo cual siempre te deja con mejor sabor de boca pero pone a prueba tu paciencia en los comienzos. Aún así, hecha esta salvedad recomiendo las dos películas, sobre todo El lado bueno de las cosas, aunque deba admitir que con Si fuera fácil me reí más (tal vez por resultarme más cercanos sus temas).

A todo esto, Porerror… y la boda del viernes? Pues cojonuda, señora. Todo lo que le diga es poco. Ahora los novios andan por Nueva York y cuentan que también les parece haberse metido dentro de una película.

miércoles, 23 de enero de 2013

Tarantino lo vuelve a hacer. "Lo qué?" Léalo y lo verá, señora.





-“Dyango Reinhardt quiere que te apuntes a su quinteto.
 -¿Quién es ese?- pregunto.” 
(Román Piña Valls)



Justo cuando pensábamos que el mejor producto cultural asociado a la palabra “Dyango” que íbamos a conocer en nuestras vidas era la canción “Por ese hombre” (dueto con Pimpinela: es decir: trieto), llega el Tito Tarantonio y nos deja sin aliento con su última barrabasada: Django desencadenado (2012). Conocido es el afán de Tarantino por vampirizar (sub)géneros cinematográficos basura y/o que solo le gustan a él y a 4 frikis y convertirlos en piezas de cine mainstream con una calidad más que notable, cuando no directamente en obras maestras. Sí, ya sé lo que estáis pensando: “4 frikis…”, pues no me incluyo entre ellos, o sea que tiene todavía más mérito y sus pelis me deslumbran todavía aún más incluso.


Tras el blaxploitation, las pelis de kung fú, las de coches de carreras y las bélicas de serie Z, ahora le toca el turno al peor género posible: el spaghetti western. Ya el western de por sí es un género infumable: el más pedante, pretencioso, falsamente divertido y vano. El spaghetti western… me quedo con los espaguetis, la verdad. Por eso tiene tanto mérito que Django desencadenado sea una película tan cojonuda, tan entretenida, sombras moviéndose al ritmo de música sobre una sábana blanca, y todo hecho con materiales de derribo, como esos cocineros que te apañan un plato de cojones con las sobras del día anterior. De hace varias décadas, en el caso de Tarantino.



La historia es simple: un cazarrecompensas alemán que –por algún motivo- se encuentra en el salvaje oeste libera a un esclavo negro a cambio de que le ayude a identificar a unos negreros fugitivos para cobrar la recompensa por sus cabezas. De esta colaboración surge –por algún motivo- una amistad entre el negro y el alemán, ambos se asocian y es entonces el alemán quien ayudará al negro a liberar a su esposa, también esclava, de una plantación propiedad de un cruel caballero sureño. El elenco es maravilloso: Christoph Waltz, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Don Johnson, Franco Nero, Jonah Hill, Leonardo DiCaprio (en su primer papel como hombre adulto)… y –ejem!- Jamie Foxxxxxxx, un rapero/actor al que odio pero que debo admitir en esta peli da el do de pecho (y no lo digo porque aparezca sin camisa…).


Estéticamente, Django Unchained bebe de las películas del oeste setenteras, excesivas, de vivos colores, de esas con banda sonora italiana y paisajes almerienses. El efecto “Frankenstein” de amalgama de elementos (tipografía de títulos de crédito, reciclaje de canciones o nombres de personajes) era algo muy presente en su anterior Malditos bastardos (2009), una peli que considero superior, pero es que la temática de aquella es insuperable. Con los mimbres que tenía, esta de Django es la mejor peli posible para Tarantino, y no faltan sus otras marcas de la casa: ensalada de tiros (aderezada con abundante kétchup), diálogos exasperantes que desembocan en escenas de violencia, ángulos de cámara rrarros, los pies de la chica, humor en momentos inapropiados, truquitos narrativos, sadismo, motes absurdos para algunos personajes…



Con el tema de los diálogos estoy un pelín cabreado porque no me ha quedado más remedio que verla doblada. En Miciudad –por algún motivo- no la exhiben en V.O., con lo cual nos perdemos el acento sureño de DiCaprio (lo disfrutaremos en El gran Gatsby, 2013, de Baz Luhrmann? Shshshshshshs…!!!) y las hablas negras de… todos los personajes negros, que en español hablan como si fueran paletos imposibles. Antes del estreno, el buen Fran G. Matute ya dio la clave: “Django. La ‘D’ significa ‘doblada’”. Gracias! No quiero ser esnob, etc, etc, pero sospecho que si, pese a sus dos horas y tres cuarto de metraje, la película no me aburrió un solo instante e hizo mis delicias (y pese a Jamie Foxxxxxxxx), qué no la hubiera disfrutado de haberla podido verla en inglés.


Mi conclusión es que vayáis a verla sea en la lengua que sea (ahora me estoy acordando de que hay partes en alemán, y de varias cositas que dicen los negros, ay!!!), porque sin ser un obrón maestro redondo, la peli es magnífica. Y divertidísima, pese a contar con algunas escenas de extrema violencia. El nivel de sadismo de esta peli se encuentra a caballo (nunca mejor dicho) entre Reservoir Dogs (1992) y Malditos bastardos, diría, o sea que medio-alto. Pero Tarantino todo lo hace tan risible y tan kétchup que da la risa (contaría un par de escenas claves pero no quiero espoilear, para quien la haya visto solo diré “Lara Lee” y “dinamita”). Al salir de ver los Bastardos, el buen Kike anunció: “Por fin una película de nazis fiel a la verdad histórica!”, y yo ahora lo parafraseo diciendo: “Por fin una película del oeste divertida!” Y cuál es el truco, aparte de ser de Quentin Tarantino? Que no es del oeste, claro: es del sur... (Ya, ya ya, ya…).

martes, 1 de enero de 2013

No tengo ganas de verte cocinar. De nada.


(Dedicado al buen Primo Antonio, entusiasta lector de los que soplan bajo las alas de este blog)




Ya lo cantaban nuestros admirados Hombres G: “Por eso no, no, no, no te quiero ver” y García Lorca: “¡Que no quiero verla!” Hay cositas que no queremos ni debemos ver, al menos obligatoriamente. Usted quiere presenciar una operación de quirófano? Me consta que hay gente que se las pone en YouTube, sobre todo si les van a hacer a ellos la misma, para informarse/espeluznarse. Pero es voluntario, lo mismo que un parto, algo que a mí no me parece terrible pero hay gente que al verlo se desmaya. Acaso es usted de los que mira por detrás los tapices? De los que abre los ordenadores para ver cómo son por dentro? Salvo que se sea profesional, eso es lo raro, la verdad. Incluso aquellos simpáticos relojes de pulsera Swatch transparentes que enseñaban las tripas no pasaron de ser una novelty, porque una cosa así se puede contemplar un minuto y hace gracia, pero… de verdad se la quiere usted pasar mirando ruedecillas y engranajes si no está viendo una película de Chaplin?

Las cosas tienen dos partes, a saber: la de dentro y la de fuera. Y la de dentro (o de detrás) no se ve, gracias. Pero Estatuas Verdes, siempre a la vanguardia de la chorrada lleva unos meses constatando con preocupación una turbadorísima tendencia: los restoranes con cocina a la vista de la clientela. “Ja, ja, ja, ja! Qué buena idea!” …O no.

Ya sé lo que me vais a decir: “Se llama show cooking”. Sí, sí, sí, ya lo sé, señora: yo también veo el telediario de Antena 3. Y también sé que una cosa es que en un momento determinado –como novelería- pueda tener cierta gracia ver cómo preparan tal o cual plato, o ver cómo te fríen a la plancha lo que sea pero por lo general, cuando la comida llega a mi mesa me suele gustar que ya esté terminada, mucha gracias. Igual que me pongo un traje o me leo un libro y no soy el jodido Funes el Memorioso, no necesito imaginar ni mucho menos ver cómo se ha cultivado el algodón, se ha hilado la tela, se han cortado los patrones, se ha cosido la sisa, etc. o lo mismo para el símil del libro, que ahora no me apetece completar, pues de igual manera digo que cuando me llega una elaboración a mi puesto de comensal no quiero saber cómo ha sido elaborada.

Y si lo quisiera, ya me enteraría de la receta, o buscaría en internet las técnicas culinarias, o vería un programa de cocina en la tele, que son cojonudos y me encantan, con la posible excepción de que no estoy yo allí delante sentado esperando a que Arguiñano termine para zampármelo. Si Dios permitió que en la evolución natural la cocina y el comedor sean dos habitaciones diferenciadas, por mucho open concept, cocina americana y el programa ese de Divinity donde derriban paredes a la hora de la siesta, qué infame bromista urdió la idea de que a los clientes de un bar o restorán les apetecía ver cómo les preparaban las cosas? Sin duda, uno que no vio el episodio de Chris Peterson en el que nuestro chico se hacía Inspector de Sanidad y se le caían los ojos al suelo…

Porque una cocina no es bonita, amigos. Y lo sabéis. No es vuestra madre pelando guisantes con cariño, o un calvo venezolano preparando con sumo cariño una brunoise, como en la tele. La gente en las cocinas de verdad saca las cosas de tupperwares trasparentes, echa las salsas desde esos infames biberones que los de mi generación asociamos al kétchup y la mostaza de feria y cuando emplatan algo, lo hacen con la prisa, desgana y poca gracia de quien está trabajando, que es precisamente –oh, sorpresa- lo que están haciendo los que cocinan en bares y restaurantes a los que usted acude como cliente.

Los llamados “gastrobares” están haciendo mucho daño, digámoslo ya. Su sola existencia ha provocado cataclísmicos cambios en nuestra forma de consumir el papeo. Ahí están si no para atestiguarlo los famosos platos cuadrados o esos recurrentes debates en la radio local sevillana acerca de la “muerte de la tapa”. A algún genio debió de ocurrírsele que, si ver a cocineros orientales preparando un wok con energía o enrollando sushi mola (y ha podido molar exclusivamente por lo exótico, no nos engañemos), lo mismo molaría ver untar una tosta de paté. Pero no. Asistir a un flambeado mola, amigos, pero ver cómo un bigardo que a lo mejor no lleva las manos todo lo limpias que nos gustaría coge verde de un tupperware y nos la echa en un bol para luego regarlo con un biberón de vinagreta, pues no me apetece contemplarlo en directo a dos metros de mí, gracias.

Llamadme nazi (de hecho, lo hacéis a diario) pero este año me ha llegado a ocurrir que fui a un restorán a comer en el trabajo, me pedí salmorejo, uno de mis platos favoritos, imposible de hacer mal, y como estaba sentado enfilado con la puerta (abierta) de la cocina pude ver cómo la cocinera, con sus santos cojones, me llenaba el plato con un cucharón gigante ahondando en una tarrina de dos litros de salmorejo prefabricado. 9 euros vale el menú del día en ese sitio. Recientemente también, en un por otra parte excelente gastrobar de Miciudad, de esos de platos cuadrados de pizarra, vi –por estar la cocina al aire, detrás de la barra- cómo el cocinero recogía de la mesa unas migas de tartar de salmón que se le habían caído en la mesa en el trasvase del tupperware al plato cuadrado, y las ponía en el plato, oiga, con asaz desparpajo (“Nadie me ha visto” –vous comprenez, salvo que tu cocina no tiene paredes, chulo, parece que la ha diseñado Hillary, la decoradora del canal Divinity).

Y no es que uno sea un ingenuo y piense que en las cocinas de los bares y restoranes reina la paz como en las canciones de los Payasos de la Tele, ni que las gastrotapas las preparen los ángeles mientras los cocineros levitan (como en un jodido cuadro de Murillo); veo el programa del Chef Chicote (Respec’!) y me doy cuenta de cómo rula la cosa. Pero precisamente por eso, amigos restauradores, gastrofamilia, es que me gusta la fantasía y la alegría de que me traigan a la mesa o barra una cosita rica donde antes no había nada, es parte del encanto, que se rompe si tengo que ver a vuestras cocineras con zuecos de goma y el dedito amarillo de nicotina. Mantengamos la ilusión, no? Será todo mucho más agradable: los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez, la extra de Navidad, las cocinas armoniosas y creativas: hay cosas que no existen pero da calorcito creer en ellas. De modo que acabo este post sobre la cocina de los locales como el clásico acababa su poema:  “¡Yo no quiero verla!”

 
 
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