Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Mis comedias románticas anuales


Cada vez que voy a una boda me pongo tonto. Ya lo expliqué aquí y aquí, lo que me gusta una boda, y el pasado viernes tuve otra (una de las cinco previstas para este año; continuamos para bingo). Esto enlaza con mi gusto por las comedias románticas, cada vez que voy a una boda me creo que estoy dentro de una de ellas, y así no es de extrañar que las pelis de bodas sean uno de mis subsubgéneros favoritos.

Pasan los días y no escribo posts, mi vida ha cambiado tanto, mi cabeza ha cambiado tanto, pero hoy quería aprovechar la oportunidad de comentar aquí dos pelis que he visto recientemente, muy distintas, pero con un montón de rasgos en común. Se trata de Si fuera fácil (2012) y El lado bueno de las cosas (2012), supuestas ¿comedias? ¿románticas? no del todo convencionales (para empezar no son de bodas). La primera es de Judd Apatow, el de Lío embarazoso (2007), quien estuvo a punto de ser nombrado Personaje Oro de este blog. Rey de la comedia gamberra y de los dibujos de pollas, en esta ocasión Apatow nos viene con una historia mucho más madura, de un matrimonio en el que los dos cumplen 40 años la misma semana (tienen dos hijas) y se enfrentan a una crisis vital y de pareja. Pero con toques de humor, claro.

La otra, que es de David O. Russell (el de Extrañas coincidencias, 2004, y más) viene avalada por el Oscar a la Mejor Actriz que ha ganado Jennifer Lawrence, en su mejor papel desde Mística en X-Men: primera generación (2011). También salen Bradley Cooper (el guaperas de Resacón en Las Vegas, 2009), Robert De Niro, Chris Tucker y un excelente elenco de secundarios que son la verdadera savia de la peli. Lo mismo ocurre en Si fuera fácil, al dúo protagónico (Paul Rudd y Leslie Mann) lo arropa el trabajo de Albert Brooks, Jason Segal, Chris O’Dowd, Megan Fox o John Lithgow, y es cierto para ambas pelis que muchas de las mejores situaciones y las mejores líneas de diálogo se las debemos a los personajes secundarios.

La historia de Si fuera fácil es simple, ya la he esbozado, la de El lado bueno de las cosas también lo es: un chiflado sale de un manicomio sin estar curado e intenta por todos los medios reconstruir un matrimonio difunto, mientras vive en el seno de una peculiar familia suburbana. Por el camino, conoce a una chavala también chifladilla y ambos llegan a ayudarse el uno al otro de la manera más improbable posible. Pero con toques de humor, claro. Como veis, ninguna de las dos sinopsis coincide con el esquema habitual de “chico conoce chica” o “chico mete el rabo en tarta de manzana que había hecho su madre”, no. Estas Si fuera fácil y El lado bueno de las cosas son pelis de relaciones del siglo XXI: con un toque dado. Yo las encuadro junto a 500 días juntos (2009) y Happythankyoumoreplease (2011) –sin ser tan buenas como aquellas- dentro de esas historias actuales de amor tan problemático. Porque la vida actual es problemática, y eso tal vez se esté reflejando en las historias que cuenta el cine interesante de Hollywood.

Así es: historias de familias rotas y otras recompuestas, de difíciles relaciones paternofiliales, de gente tocada por divorcios, de insatisfacción, de estrecheces económicas en la tierra de la abundancia… puro reflejo de la crisis de valores que está adobando esa otra bonita crisis económica en la que llevamos casi un lustro inmersos. Encuentro otras similitudes entre las pelis de O. Russell y Apatow (más allá de tener traducciones imposibles en sus títulos): obsesión por la forma física (ciclismo, gimnasia y footing para intentar no envejecer y/o seguir resultando atractivo), trivialización del sexo (furcias de la talla de Megan Fox o Jennifer Lawrence, que esconden necesidades económicas o desequilibrios emocionales), disfuncionales relaciones con los progenitores (padres chiflados, ausentes o neuróticos e hijos traumatizados), el poder redentor de la música (el prota de Si fuera fácil dirige un discográfico mientras que los de El lado bueno de las cosas ensayan para un concurso de baile), y todo presidido por una ética y una estética muy tecnológicas, muy 2.0: en ambas pelis figuran prominentemente los dispositivos de la marca Apple, y más allá del product placement creo que verdaderamente se trata del signo de los tiempos.

Podría continuar comparando las dos películas, pero no quiero aburriros, prefiero urgiros a verlas. Quiero sin embargo finalizar con un paralelismo, o mejor un quiasmo, que he detectado en ambas cintas: su excesivo metraje y falta de concisión en algunos momentos del guión. No es que no haya en estas pelis puntos cómicos que funcionan como una maquinaria precisa, o diálogos brillantes o situaciones muy románticas, es que también hay un poquito de morralla y escenas que, francamente, podían habernos ahorrado porque no aportan tanto y lastran lo que de otro modo podrían haber sido dos películas como sendos tiros. Considero que tanto a El lado bueno de las cosas como a Si fuera fácil les sobra un cuarto de hora o veinte minutillos, y es que, como dice mi novia, las pelis de ahora parece que no son nada si no duran más de dos horas.

Curiosamente, la parte “rollo” de Si fuera fácil está al final, porque la peli empieza con un ritmazo estupendo, mientras que en El lado bueno de las cosas ocurre a la inversa (de modo que, buena Rukia, acaba de verla), lo cual siempre te deja con mejor sabor de boca pero pone a prueba tu paciencia en los comienzos. Aún así, hecha esta salvedad recomiendo las dos películas, sobre todo El lado bueno de las cosas, aunque deba admitir que con Si fuera fácil me reí más (tal vez por resultarme más cercanos sus temas).

A todo esto, Porerror… y la boda del viernes? Pues cojonuda, señora. Todo lo que le diga es poco. Ahora los novios andan por Nueva York y cuentan que también les parece haberse metido dentro de una película.
 
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