“¿Es el enemigo? Que cuándo van a atacar…” El teléfono,
amigos, qué grandes alegrías nos ha dado durante un par de siglos. Ayer tarde
me entero en uno de esos concursos de Antena 3 que ni la esposa ni la madre de
Alexander Graham Bell escuchaban un pimiento (“oían un pimiento”, para los no
andaluces). Pero el teléfono: ¡qué gran invento! Aquellas facturas terroríficas
con llamadas locales… aquellas conversaciones adolescentes con ligues o amigos,
desde un teléfono fijo sito en todo el centro del salón familiar… ¡sabiendo por
las películas que en los USA los hijos de familia tenían un supletorio dentro
de su propio cuarto…
Si no has tenido que buscar “supletorio” en el DRAE
probablemente seas de mi misma generación (Yo fuí a la E.G.B., etc): fuimos a
las EGB y ya en la carrera vimos Gran Hermano, como parte de un experimento
sociológico que salió esperpénticamente mal. Ahora Gran Hermano va –me entero-
por su edición nº 14, y aunque ya no lo veo pues me provoca pereza y sonrojo (creo
que hice un post hace un par de años), confieso que me hallo galvanizado por
una trivial anécdota acaecida este año, de la que he sido testigo por
casualidad. O por obligación. Últimamente soy incapaz de encender la tele sin
que aparezca en la pantalla el rostro esmorecido de una chiquilla rubia de bote
llorando a moco tendido. Un cintillo explicativo me informa de que la escena
fascinante a la que estoy asistiendo tiene por título “Comunicación telefónica
con MIGUEL, novio de Miriam”.Miriam es la llorona, ya hemos adelantado algo: la mejor “llorona” desde aquella que cantuviera Chavela Vargas. Y como vosotros tampoco veis GH 14, yo os explico el drama. ¿Qué congoja, duca o tortura ha llevado a Miriam a deformar su juvenil rostro con tales expresiones de llanto? ¿Qué zozobras trágicas alberga su corazón?, ¡¿QUIÉN?!... ¿Quién es el hijoputa que hace llorar así a la criatura? Llamo a Harvest pero como él tampoco ve GH le encargo que investigue entre su dilecto alumnado, y averiguamos que la ubicua plañidera catódica no es parte humillada ni ofendida; antes bien, ella le ha puesto los cornacos a su novio de fuera, Mike: “MIGUEL” para los cintillos. Y ambos están ventilando los trapos sucios en una llamada telefónica a la tele.
De manera que: Miriam, la rubia de las lágrimas, suelta
lágrimas como puños de mono (es el nombre de un nudo marinero, malpensados)
porque, confrontada con su propia zorrería, se ha visto expuesta como una mujer
mala delante de toda la España que ve ese programa. Ese programa al que ella ha
acudido voluntariamente y en el que concursa –tras un arduo proceso de
selección (creo que le midieron las tetas)- para ofrecerse por TV. Que su novio
MIGUEL le ha echado en cara que una persona que se comporta así (= frotarle la
cara interior de los muslos a un tal Igor) no puede ser la mujer de su vida. “Una
guarretería impresionante”, en palabras de Josema, alumno de 14 años. Otros
alumnos confirman lo que me temía: que entre Miriam e Igor, hay untamiento y
ayuntamiento (carnal). Y que la chiquilla estaba prometida para casarse.
Por eso llora Miriam: por eso las pantallas, todas las pantallas del mundo nos devuelven su imagen chiquitita con sus ojos manando líquido. Por eso Miriam es como ese personaje del cuento de Italo Calvino cuyo rostro se multiplicaba en fotos de fotos de fotos, en todas llorando todas las lágrimas de su cuerpo (como dicen los franceses). Por eso destilan sus ojos la savia de la pena, y se aferra al mantra de GH, del que hasta yo me acuerdo: “¡Es que fuera no se ve todo, cari! ¡Es que tú no has visto cómo son las cosas aquí dentro!” Sentencia MIGUEL –foto fija con crestita, voz en off- “Precisamente lo he visto todo: lo ha visto toda España”. Los alumnos de Harvest son inmisericordes: “El Igor solo quiere a la Miriam pa lo que la quiere”. No caigas en ese profundo error, Miriam!!! Se te ha hecho el chocho Pepsi-Cola con un mozo que no te respeta, que solo te quiere para palotizarse debajo de un edredón en la tele… un cuento tan antiguo como el mundo.
Y del otro lado de la pantalla (¿o debería decir espejo?) nosotros. Asistiendo con piedad y terror a una depuración de nuestras almas: es como ver la lavadora centrifugando pero con la diferencia de que el cerebro entiende lo que hay dentro, aquí no se mezclan los colores. Miriam, desde su pantallita minúscula de Guadalix de la Sierra, se ha convertido en Mike TV, aquel personaje de Roald Dahl que a fuerza de ver la tele se desintegró dentro de ella. Es la imagen de Bruce Willis acariciada por las manazas (iba a decir “manitas”: ja ja!) de Liv Tyler en Armaggedon (1998). Es Thom Yorke ahogándose dentro de la pecera del vídeo de
Dice el Papa Francisco que los cristianos no pueden estar
tristes, pues algo así nos pasa a los lectores de Estatuas Verdes, sigan el
credo que sigan. Miriam llora para que nosotros nos descojonemos, somos
Ignatius J. Reilly indignados y fascinados a la vez por las groserías que nos
ofrece la tele. A lo mejor he distorsionado los particulares de la llamada de
Miriam y MIGUEL, qué más da. Son un enxiemplo. Los detalles dan igual, y
pasarán: me quedo con el icono porque su llanto es eterno. Mientras tanto,
desde el lejano planeta Tierra, nosotros asistimos al drama de la última
llamada telefónica de E.T. cómodamente atontados, y sólo podemos decir –con
Pink Floyd-: “Hello! Is there anybody in there…?”