Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

sábado, 31 de agosto de 2013

Susanismo


-"Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín..."
(Miliki)




Vuelve el Susanismo, amigos. Vuelve al candelabro Susanna Hoffs: vuestra ídola y la mía. Ya hace 13 años me advertía un amigo inglés de que a esta cantante californiana había que seguirla en solitario (recordareis que fue vocalista de las Bangles), pero a mí me pareció una patraña entonces. Las Bangles nos gustaban a todos: con su sonido guitarrero, con su look provocativo, con sus temazos clásicos: "Walk Like an Egyptian", "Eternal Flame", sus versiones de Simon & Garfunkel ("Hazy Shade of Winter")... hasta a Prince le gustaron tanto que les hizo una canción: "Manic Monday" (ya, ya, ya, ya: no la había escrito para ellas inicialmente... shshshshsh...). Pero Susanna Hoffs en solitario daba como perezota, no?

Craso error! Susanna es un talentazo que ha mantenido el tipo a través de las décadas con una discreta pero solvente carrera en solitario y con las Bangles. No es que no haya intentado subirse a los carros de moda (MTV, producciones "al dia" para sonar alternativa, etc..) pero de un tiempo a esta parte vengo siguiendo la carrera de Susanna y me gusta mucho, me parece insobornable. En los últimos 7 años la cantante ha venido desarrollando su particular mezcla de "folk barroco" y power pop, amalgamando lo mejor de la música americana: el country, el pop, el punk, el folk rock, la new wave... Debbie Harris y Linda Rostandt tomando el té en casa de Belinda Carlisle, para que nos entendamos.


Por eso no quiero pasar la oportunidad de recomendaros que sigáis la carrera de Susanna Hoffs, una mujer de 54 años, que se conserva de puta madre (y no estoy hablando de su físico). En 2011, lejano aquel Doll Revolution (2003) que no vendió nada pese a contar con colaboraciones como Elvis Costello o Dave Grohl, The Bangles sacaron Sweetheart of the Sun. Este fue un dignísimo esfuerzo en la más pura línea jangly y popera Costa Oeste que hiciera grande al grupo, donde tampoco faltaban versiones (de The McKinleys y The Nazz). Tampoco vendió nada, claro.

En 2012 salió Someday, de Susanna en solitario, elegantísimo disco de una producción preciosa, otro que tampoco ha tenido mucho éxito que digamos pero que resulta perfecto para endulzar cualquier día. Destacan en él temazos como "November Sun", "Picture Me" o "Raining", igual que en el último de The Bangles destacaban las versiones mencionadas y "Anna Lee (Sweetheart of the Sun)".



El gusto de Susanna por las versiones es innegable, aunque no debe eclipsar su faceta de cantautora. Pero la eclipsa (un poco), porque la cantante de Los Angeles les imprime todo su mimo y su cariño, "las hace suyas" (por usar una frase de los cursis), demostrando que conoce a fondo la historia del pop-rock, la tradición de la que ella misma forma parte. Así, la Navidad pasada Susanna Hoffs editó un EP solo para iTunes titulado From Me to You, que incluía versiones de las Jaynetts, los Zombies y los Beatles (no la que estáis pensando).

Curiosamente, los Zombies y los Beatles ya habían aparecido versionados en lo que viene siendo el gran proyecto paralelo de Susanna Hoffs en los últimos años: su serie de discos a dúo con Matthew Sweet (el Dulce Mateo) bajo el epígrafe Under the Covers. El primer volumen apareció en 2006, con versiones de los años 60. En 2009 llegó el volumen dos, con versiones de los 70: y este disco me causó un auténtico frenesí (acrecentado por la edición Deluxe, solo para iTunes, que añadía temazos extra de Queen, Badfinger, Blondie, The Buzzcocks, The Ramones o Nick Lowe/Elvis Costello).

 
Los fans de esta serie estamos de enhorabuena: más de 4 años después se anuncia la llegada del tercer episodio del dúo de Hoffs con Sweet (que se hace llamar Sid 'n' Susie como absurdo sobrenombre) para el 12 de noviembre de 2013. En esta ocasión, la excusa son las versiones de los 80, y la nómina de artistas homenajeados incluye junto a nombres mainstream (R.E.M., Pretenders, The Smiths, Kirsty McColl, The Clash, Prince o Roxy Music) a otros más alternativos, muy del gusto del dúo versionador (Marshall Crenshaw, XTC, The Go-Go's, Dave Edmunds o The dB's).

No incluye a The Bangles, claro, pues cuentan que les dio vergüenza al ser el grupo de Susanna (lo mismo que si llega a haber un Vol. 4 de canciones noventeras -pluguiera a Dios que así sea- no creo que graben ninguna de Matthew Sweet). Evidentemente, yo ya estoy nervioso esperando que llegue el 12 de noviembre, y vosotros haríais bien en rastrear alguna de la musica de Susanna Hoffs en cualquiera de sus encarnaciones, si es que os gusta sentiros felices, claro...

viernes, 23 de agosto de 2013

Apocalípticos y tarados


-“¡Ay, señor! La que armaron, la que liaron con la salida de la masonería y la subversión”
(Carlos Cano)

 

Todo el mundo sabe que El nombre de la rosa es mi libro favorito. Admiro a Umberto Eco desde los doce años, he seguido su carrera hasta el punto de leer también parte de su obra de no ficción, académica y divulgativa, y hace unos tres años cumplí el sueño de asistir a una conferencia suya en una antigua iglesia de Miciudad. También hay que admitir que he dejado a medias dos de sus novelas, no por ser especialmente malas ni difíciles, sino porque eran complicadas, exigían concentración y yo no la tenía en aquellos momentos. Pero la dualidad máxima relativa a Eco se desarrollaba en mi cabeza del siguiente modo: El nombre de la rosa = oro vs. El péndulo de Foucault = pupita.
Y esto por qué? Porque cuando salió El péndulo (o cuando yo me enteré que existía) todo el mundo esperaba la continuación de El nombre de la rosa con ilusión. Otro misterio histórico de corte cultureta, bien tramado, erudito a la par que apasionante, en suma, otro Nombre de la rosa pero de temática diferente. Desgraciadamente, la segunda novela de Eco no era tan accesible como la primera, que lo catapultó a la cima del Olimpo de los autores best-seller sin serlo (sin serlo en el sentido ético ni estético, sí por las ventas, claro). El péndulo de Foucault resultaba –cómo decirlo suavemente- aburrida, un coñazo, sobre todo en comparación con las sugerentes aventuras de los monjes asesinados, el laberinto, la Inquisición, etc., en una abadía del siglo XIV que adobaban El nombre de la rosa.


Por tanto yo ni intenté leérmelo: aún recuerdo a mi primo Juan, que sí se lo estaba leyendo en 1990: “El libro va de… unos estudiosos… en París… una conjura… bares de ambiente universitario en Milán en los años setenta…” En suma, todos los ingredientes para que no molara. Y además era más gordo que El nombre de la rosa, ya de por sí un tocho de casi 600 páginas en mi edición. Así quedó sellada en mi cabeza la mala fama de El péndulo, hasta que en 2009 el buen Kike, cuyo criterio es insobornable para casi todo (salvo en su errada opinión de los franceses), se lo leyó durante el verano, que pasamos juntos. “Va de una conjura… unos estudiosos…”, pero no me dijo que fuera un coñazo: acaso sí un poco fuerte de ajo. También me dijo que salían los rosacruces, una misteriosa secta o sociedad secreta que yo no había oído nombrar, pero que inmediatamente captó mi imaginación (o eso, o recordé la rosa y la cruz de las portadas de Guns N’ Roses).
El invierno pasado, merodeando por el FNAC con el buen Grillo, hablamos de El péndulo, de cómo él se lo había intentado leer en una ocasión, y le dije que me lo compraba y que no había huevos de leérnoslo juntos, para así al menos darnos apoyo mutuo y tener con quien comentarlo. El pacto se selló, y este verano quedó aumentado con otros amigos que se adhirieron a él, de manera que se fundó el secretísimo Club de Lectura de El Péndulo de Foucault. Hoy me gano las albricias porque nuntio vobis gaudium magnum: me acabo de terminar el libro. Y os diré más: EL LIBRO ES UN OBRÓN MONUMENTAL. Aburrido? Si te aburre lo interesante, puede. Coñazo? Si no tienes curiosidad, a lo mejor. Rollo? Depende de cual sea tu sentido del humor. No voy a decir que el libro haya que leerlo y el que no lo lea es tonto; tampoco que solo unos pocos iniciados intelectuales podrán disfrutarlo. El libro es cojonudo, y creo que puede gustar a mucha gente, si tiene la paciencia de ir viendo cómo van encajando todas sus –aparentemente absurdas- partes.


A mí me ha encantado, pero entiendo que haya gente que no quiera tocarlo ni de lejos con un palo. Requiere un gran esfuerzo por parte del lector, sí, pero no porque sea difícil como Finnegans Wake de Joyce, sino porque es muy largo y maneja una cantidad inmensa de datos y personajes. Nada, por otra parte, a lo que no estén acostumbrados los lectores de hoy día.
La historia es simple: tres intelectuales de Milán aburridos que trabajan en una editorial de poca monta entran en contacto por casualidad con el mundo de las conjuras templarias, judeomasónicas etc., y se inventan que existe un Plan secreto para dominar el mundo a cargo de una sociedad secretísima de herederos de los templarios. Lo bueno es que a medida que se van inventando el Plan y haciéndolo cada vez más rocambolesco (meten por ahí a los egipcios, a los masones, a los rosacruces, a los druidas, a Shakespeare, a los carbonarios, a Napoleón, a los jesuitas, a Hitler…) este resulta ser verdad, lo que tendrá dramáticas consecuencias en el mundo real. Y hasta aquí puedo leer para no espoilear.


Lo que más me ha gustado del libro en sí, y el motivo principal de que lo recomiende es que en realidad se trata de una sátira de toda la literatura de conjuras, ocultismo, merovingios, el Santo Grial, etc., una especie de Quijote para este género. Puesto que Eco juega con nosotros, nos va lanzando bolas con todos estos elementos para que nos descojonemos con él, viendo a sus personajes debatir sobre el candomblé, las vírgenes negras, Isis y Osiris, la persecución de los templarios y la masonería escocesa. Sin embargo, -y si no no sería Umberto Eco- el autor no pierde ocasión para dejar por el camino sus perlas filosóficas y semióticas, sus referencias intertextuales (desde Mickey Mouse a Goethe) y sus culturetadas, lo que hace que la novela tenga, como decía mi profesora Almudena de 3º de BUP “múltiples lecturas”, al igual que el resto de la obra de ficción del autor de Opera aperta.
Lo fascinante es que si El Quijote fue la sátira-epílogo de las novelas de caballería y después de él ya no se pudo escribir ninguna en serio, El péndulo de Foucault (1988) parece haber actuado como sátira-prólogo del género “conjura templaria-masónica”, ya que este libro –cual el rostro de Helena de Troya que puso en marcha mil naves de guerra- puso en marcha mil tochos empezando por El código Da Vinci (2003) y acabando por Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la Historia (2011) de Juan Eslava Galán. Cómo dices eso, Porerror, si El código Da Vinci apareció quince años después de El péndulo de Foucault? Porque sospecho, señora, que quince años fue lo que tardó Dan Brown en leerse el libro de Umberto Eco.

Conclusión: El péndulo de Foucault = oro puro. Leéroslo todos. O no.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Onán, Satán y el Glam, o: Todo lo que nunca quiso Vd. saber sobre el heavy metal alguien se lo va a contar


“Esta mañana, hace una hora, me encontraba escuchando “Creep” de Radiohead (#78 en el Reino Unido, editada como single el 21 de septiembre de 1992, casualmente el penúltimo día que fui a la Expo; mi madre había hecho arroz con higaditos) cuando un coche ha estado a punto de atropellarme al cruzar una calle. Ah, y hoy he desayunado pan con aceite. Otro dato que no/sí sabéis: Thom Yorke es bizco.”
A que os interesa muchísimo? A que estáis deseando saber más? Pues hay gente que con eso te hace un libro. Y no cualquier libro: un E.N.S.A.Y.O. (“Ensayo” es una de esas palabras de universidad que significa “libro sin fotos y sin diálogos que tampoco rima”). En concreto Chuck Klosterman (“periodista cultural”), y en concreto Fargo Rock City: Una odisea metalera en la Daköta del Nörte rural (2001). El andoba parte de una premisa genial por su simplicidad: como la gente dice que la música que yo escuchaba de chico es una mierda y tengo una carrera de Letras, voy a escribir un libro diciendo que aquella música estaba de puta madre. Lo malo es que en el libro ni siquiera hace eso. Habla y habla con un tenue hilo cronológico (que en un momento dado y sin previo aviso se vuelve temático) sobre su adolescencia y la música heavy metal. Ah, y Fargo NO SALE.


Es que el libro no es propiamente un ensayo sino unas memorias, Porerror! Ya, ya, ya, ya, señora: pues casi peor, no? Porque las memorias de Chuck Klosterman son como un estado de Facebook de 273 páginas (e igual de relevantes). Yo me leo estos libros para que no tengáis que leerlos vosotros, sabido es. En este caso, el tomo venía avalado por dos amigos ilustrados en lo libresco y en lo musical, pero lo cierto es que tras leerlo (y no digo que no me haya reído o disfrutado en bastantes momentos) salgo con la cabeza caliente y los pies fríos. Sobre qué trata el libro? Sobre Fargo como ciudad rockera no, eso ya quedó dicho, sobre la rural Dakota (del Norte) tampoco, entonces… solo nos queda que trate sobre el metal.
Y aquí es donde de verdad comienzan los problemas. El tema a tratar o el objeto del ensayo es lo que usted y yo llamamos “heavy metal”, y creo que todo el mundo sabe a lo que me refiero. Pero Chuck Klosterman parece que no lo tiene tan claro, él dedica párrafos y más párrafos a delimitar o a definir el heavy metal, como si esto fuese un libro de Lingüística de 1º de Filología. Para empezar, Klosterman no utiliza el término “heavy” porque dice que esa palabra la usaban él y su novia cuando fumaban porros (¿?), por lo que prefiere “metal” a secas. Dentro del metal están Black Sabbath, Led Zeppelin, Deep Purple, pero de eso tampoco trata este libro (no sé muy bien por qué: porque él no los escuchaba de chico?), y en general de ningún grupo británico, salvo Def Leppard. Iron Maiden o Judas Priest solo aparecen para meterse con ellos.


Lo que Klosterman sí escuchaba de chico (aparte de Tone Loc y los Beastie Boys) es lo que él llama “glam rock”, que no es el glam rock. El glam rock es David Bowie, T-Rex, Mott the Hoople, Slade, Queen (según les dé la luz)… todo el mundo lo sabe. Pero él a eso le llama “glitter rock”, y se reserva glam rock o “glam metal” para las bandas ochenteras que hacían pop heavy y llevaban el pelo largo. Sí, esas en las que usted está pensando: Bon Jovi, Poison, Mötley Crüe, Skid Row o Guns N’ Roses. También (por algún motivo) entran en ese saco Ozzy Osbourne en solitario, Van Halen y Kiss, a pesar de venir de décadas anteriores (pero como él los escuchaba de pequeño…). En general, Klosterman se refiere a esa música como “hair metal”, “glam” o “metal”, pero también acaba utilizando “hard rock” y “cock rock”, pese a haber dedicado párrafos y párrafos al principio del libro para argumentar por qué dichos términos eran inexactos.
Con todo esto no quiero decir que el ensayo esté mal o que su autor no entienda de música, simplemente que queda pomposo al tratar de investir un tema banal de una supuesta seriedad intelectual que no le pega. Y para colmo de males, el mismo autor se dedica contradictoriamente a decir que en realidad el tema es banal y no merece seriedad intelectual, jugando con el lector en plan esa gente que te llama “hijo de puta” y luego te dice que eres un susceptible si te enfadas porque todo era una broma. En qué quedamos, Chuck Klosterman? El heavy ochentero es bueno o malo? Merece respeto crítico o no? La respuesta la da Chuck Klosterman en un ensayo memorístico (o memorias ensayísticas) de 273 páginas: ni sí ni no sino todo lo contrario.


Cuáles son, entonces, las características de este subgénero de rock objeto del libro, que ya me da miedo citar por un nombre cualquiera? Pues según entiendo de las palabras del escritor de Dakota del Norte, para que un artista sea considerado dentro del género debe reunir al menos 5 de estas 10 características:

1) Llevar el pelo largo
2) Ser famoso entre 1980 y 1990
3) Fingir que adora al Diablo
4) Tratar en sus canciones los temas de sexo, dinero y diversión
5) Hacer vídeos ridículos para la MTV
6) Hacer apología del alcohol y las drogas (y, arbitrariamente según le apetezca a Klosterman, llevar un estilo de vida acorde o no)
7) Ser sexista
8) En general, dar una imagen de estupidez y hedonismo anti-intelectual
9) Hacer música comercial de guitarras, con al menos una balada bajabragas
10) Contar entre sus fans mayoritariamente a varones de entre 13 y 23 años, onanistas, borrachos y antisociales

El razonamiento lógico que sigue el autor para hacer apología de este tipo de rock parece ser: “si en su momento estos artistas vendían trillones de discos y eran la banda sonora de media juventud... cómo puede alguien decir que no eran buenos o importantes?”, y no le falta razón, al menos en la premisa. Las conclusiones a las que llega no están tan apuntaladas intelectualmente, Klosterman retuerce los argumentos para calzárselos como a él le da la gana (para empezar utiliza la palabra “deconstrucción” erróneamente; no digo que no sepa lo que significa: digo que en este libro la utiliza mal), y acaba por decir que es absurdo criticar el rock peludo ochentero porque fuera tonto, ya que se trataba de que fuera tonto (con lo cual la crítica inicial permanece perfectamente legítima, salvo que a Klosterman le parezcan bien las cosas tontas, en cuyo caso qué necesidad había de escribir esta defensa?).

Después de decir que Blur es un grupo glam que usa maquillaje (creo que en 2001 Chuck Klosterman no había visto a Blur ni en fotos) y que le gusta mucho Radiohead (para que parezca que tiene criterio), lo más llamativo que he encontrado en Fargo Rock City es su odio hacia uno de mis géneros favoritos (y el más importante desde el punk, algo que admite el propio Klosterman): el grunge. Para gente como Klosterman, el grunge es la kryptonita porque barrió de un plumazo toda la ética y la estética de los grupillos heavy que al él le gustaban. 273 páginas de ensayo más tarde tratando de negar esto, puedo decirle a Chuck que sí es verdad: yo también escuchaba música y veía videoclips entre 1991 y 1994. Y lo que pasó es que Guns N’ Roses se transformaron de 1) el grupo con más éxito del mundo a 2) un chiste. Y que fue culpa de Nirvana y Pearl Jam (a los que Klosterman no puede evitar odiar con todas sus fuerzas, pese a sus jesuíticas alabanzas a ambos).
Lo demás podemos charlarlo en la barra de un bar tomando unas cervezas o un papelón de jamón, pero fue así aunque Chuck no quiera admitirlo. Lo siento, tío, tu despertar musical fue con Shout at the Devil (1983) de Mötley Crüe, pues un pin para ti. El mío fue con Descanso dominical (1988) de Mecano, porque tengo cinco años menos que tú. Y tengo ese disco en cassette, CD y vinilo, lo mismo que tengo en cassette, CD y vinilo el Appetite For Destruction (1987) de Guns N’ Roses, pero no por ello voy a castigar a la peña con un ensayo de casi trescientas páginas. Para eso (y para hacerme el graciosillo) ya llevo 6 años castigándolos con un blog.
 
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